Tellado, Paquita la del Barrio y esta España que no termina de romperse
Sánchez desespera al PP con su esfuerzo por recuperar la normalidad de la legislatura mientras Vox exhibe su agenda radical


Hace tres años, por estas fechas, se estaba celebrando en el Congreso el último Debate del Estado de la Nación, el único con Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, el primero después de siete años de bucle infernal de repeticiones electorales e investiduras fallidas. De aquellas sesiones quedan en el recuerdo las balas de la valla de Melilla que llevó a la tribuna Gabriel Rufián, el reconocimiento en el hemiciclo a las víctimas de ETA de la portavoz de Bildu y la voluntad de Pedro Sánchez de volver a mirar a su izquierda en una España minada por las incertidumbres, con la inflación desbocada, perspectivas económicas pesimistas y, como casi siempre, a punto de romperse en los discursos de la derecha.
Han cambiado muchas cosas desde la foto de aquel verano de 2022 en el que se anunciaron los impuestos extra a la banca y las energéticas y las bonificaciones al transporte, pero Pedro Sánchez continúa al frente del Gobierno contra los pronósticos electorales de los últimos comicios y los cálculos ansiosos de la derecha tras el golpe de la corrupción en el PSOE. Sánchez llega al verano intentando colocar su agenda en la normalidad de su mandato, que ha sido la permanente excepcionalidad, y desesperando a la oposición en las peores circunstancias. Se fue a la OTAN a desmarcarse de Donald Trump cuando el PSOE estaba de los nervios por los indicios de corrupción contra Santos Cerdán, su secretario de Organización, y remató la jugada ejerciendo de anfitrión en una cumbre de Naciones Unidas en Sevilla mientras el juez lo mandaba a la cárcel. Se le vieron las costuras de su debilidad y alimentó la euforia del PP cuando tuvo que entregar a Francisco Salazar antes de meterlo en la cúpula del PSOE, pero recompuso su figura en una sesión doble en el Congreso; que no se celebran debates del estado de la nación, pero intensidad parlamentaria no falta. Este año, como otros, habrá pleno escoba en el Congreso el 22 de julio y también está prevista una gira del presidente por América Latina, como acostumbra para cerrar el curso.
Porque Sánchez se esfuerza en su normalidad contra viento y marea. Cuenta para ello con la complicidad vigilante de sus socios, que se resisten a salir de la ecuación de la gobernabilidad y a que las elecciones coloquen a Vox en el centro de la toma de decisiones. Mientras, la ultraderecha exhibe sin complejos su racismo y su negación de los derechos humanos. Lo mismo intenta incendiar municipios con mucha población inmigrantes (El Ejido, Torre Pacheco o Polinyà) que inaugura en el Parlamento europeo una exposición sobre el Valle de Cuelgamuros como “monumento de reconciliación”, visitable hasta el 18 de julio. Vox y su agenda de provocación siguen siendo un componente fundamental en el pegamento de socios tan dispares como los de Sánchez mientras el PP sostiene que los de Abascal tienen “más sentido de Estado que el PSOE” (Miguel Tellado dixit) y Alberto Núñez Feijóo evita ponerles veto como aliados. Se compromete a gobernar en solitario, pero nadie va a las elecciones diciendo lo contrario.
Los socios niegan a Pedro Sánchez los Presupuestos y hacen sufrir a Yolanda Díaz con la reducción de la jornada laboral pero la foto del presidente en La Moncloa con el lehendakari, Imanol Pradales, forma parte de ese relato de la normalidad en el que trabaja el Gobierno. Su agenda territorial ocupa ahí un importante capítulo y crispa a la oposición en cualquier circunstancia. España sigue rompiéndose sin solución de continuidad desde que Sánchez fue investido por los grupos nacionalistas e independentistas. Se rompía entonces, antes y después de la amnistía y también ahora que el Gobierno y la Generalitat han pactado las bases de una financiación singular que rebajan las aspiraciones del acuerdo de investidura de Salvador Illa. Hay diferencias muy relevantes entre el pacto de PSC y ERC de hace un año (acuerdo entre partidos) y el documento de los gobiernos de esta semana (no plasma la gestión integral de impuestos de la Agencia Tributaria de Cataluña ni blinda el discutido principio de ordinalidad), pero la oposición no está para que la realidad le destroce sus consignas. Tampoco algunos en el PSOE. Hubo dirigentes territoriales que hace un año se revolvieron contra el acuerdo catalán pero ahora, con un texto que poco tiene que ver con eso, mantienen el mismo discurso. Porque no creen tener margen para explicar lo contrario en medio del ruido o por falta de voluntad para hacerlo, que también en el PSOE hay quienes viven este periodo como un tiempo de descuento.
Más allá de la combativa actitud de Emiliano García-Page, hay socialistas que entienden que el final de este Gobierno es inexorable y esperan, agazapados, al postsanchismo. Pueden negarlo, pero es tan así como que otros empiezan a ver brotes verdes cada vez que el PP pisa a una cáscara de plátano con su carrera por echar a Sánchez. Un día hurgando en la tumba del suegro y otro, reconociendo a las claras su frustración, cayendo de nuevo por la pendiente del insulto: “No tenemos un presidente, sino a un señor amarrado a La Moncloa como si fuese una garrapata”, se justificó Miguel Tellado ante Federico Jiménez Losantos. Quizá a más de un oyente le subió por las tripas la retahíla de Paquita la del Barrio: rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida y rata de dos patas, como poco. Nadie odió y despreció como ella y ya se sabe que el que canta su mal espanta mientras España se termina de romper del todo. A ver cuándo y por dónde, que ahora hasta Rufián tiene ademanes de hombre de Estado.
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