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Lagy Gaga
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Lady Gaga más gótica y brutal arranca en Las Vegas nueva gira, convirtiendo su vida en una ópera

La cantante retoma parte del ‘show’ que presentó en el festival de Coachella, pero más grande y completo, con más canciones y en una dura lucha consigo misma

Lady Gaga
María Porcel

Lady Gaga parece haber interiorizado profundamente esa máxima de Sócrates de “Conócete a ti mismo”. Porque nada mejor que mirar hacia dentro y ver sus puntos fuertes, y echar un paseíto por el pasado, para que la cantante presente un proyecto redondo. La gira homónima de su álbum Mayhem, que lanzó el pasado marzo, arrancó el miércoles 16 de julio en Las Vegas y, en esa calurosa noche del desierto, los asistentes entendieron rápidamente los motivos por los que el inmenso espectáculo de tono operístico que ha pergeñado la cantante neoyorquina está vendiendo entradas en pestañeos: porque ella misma lo disfruta, y sabe que sus fans lo van a hacer. Y porque es un espectáculo inmenso, que mantiene al público en pie y está cuidado al milímetro por la cabeza de alguien que lleva dos décadas en la industria del entretenimiento y tiene muy claro qué personaje es y qué papel ocupa en ella.

Tres años después de su última gira, Lady Gaga —el nombre escogido para la fama por Stefani Joanne Angelina Germanotta, de 39 años— echa el resto. La cantante toma las riendas de la dirección artística de un espectáculo que, en apenas dos horas, repasa buena parte de su nuevo disco; desde el nuevo clásico que ya es Abracadabra hasta How Bad Do You Want Me, pasando por Perfect Celebrity, Garden of Eden, Zombieboy, Shadow of a Man o Vanish into you, donde baja a la pista y se mezcla con el público. También esos imperdibles éxitos que le han encumbrado en estos casi 20 años de carrera y no fallan: Bad Romance, Paparazzi, Judas, Just Dance, Million Reasons o Shallow (falta, inexplicablemente, la pegadiza Telephone).

Uno de los momentos de la ópera de Gaga, en Las Vegas.

Pero también se repasa a sí misma: se enfrenta a sus yoes del pasado, en distintas versiones, se pelea con la Gaga antigua, incluso la manda, temporalmente, al cementerio, o más allá, paseando por la laguna Estigia.

El show no es del todo nuevo, porque parte de la premisa ya la enseñó en el festival de Coachella, en Indio (California), a mediados de abril, pero está mucho más afinado y más completo que aquel, o que su réplica en el multitudinario escenario de Copacabana, en Brasil. Si ya era un espectáculo enorme, ahora gana, con su treintena de bailarines, su vestuario cuidadísimo, su media docena de pelucas. Mantiene su estructura en actos (cuatro, más un gran final) y, aunque no dura mucho más (ronda las dos horas y 10 minutos), tiene un hilo conductor más claro y algunos temas más. También la cantante está más plena vocalmente, con menos momentos de ahogo que los que se le notaban en el festival. Los meses de ensayo se notan.

Es evidente su mano y su visión detrás de todo. Desde que el público entra a la función, como si de una ópera se tratara (titulada The Art of Personal Chaos, o El arte del caos personal), hay un palacio de la música sobre el escenario. Antes de que arranque el concierto, un vídeo de Gaga, vestida de rojo, con gola, guantes e inmensas mangas de farol mientras escribe en un pergamino con una inmensa pluma, se repite durante casi 40 minutos, mientras suenan arias de óperas como Carmen y La Traviata. Todo ello ayuda a asentar el tono de lo que busca.

Y lo consigue: al final, más que una colección de temas, Gaga teatraliza su trayectoria artística, la convierte en una romántica ópera oscura del siglo XIX, con cambios de vestuario, plumas, flores, velos, humo y fuego sobre el escenario, pero también a través de una lucha contra ella misma. Esta Lady Gaga se enfrenta a la Lady Gaga del pasado, interpretada por otra mujer, con el rostro cubierto pero ampliamente reconocible, con algunos de los célebres looks que la cantante llevó en su momento. A veces, la pelea llega a las manos. La Gaga actual va y viene durante los actos de su ópera en distintas versiones de sí misma, hasta que logra aceptarse y ver que no es necesario morir ni matar, sino mirar adelante.

Lady Gaga mata y resucita a su antigua yo.

Puede sonar cursi, pero ese es el mensaje y lo que pretende: con su puesta en escena, con su selección de temas (cada uno pensado para un momento de ese recorrido vital) y con los mensajes que transmite a sus fans. En las dos horas, metida en su papel —no hay que olvidar que, al fin y al cabo, también es actriz, y fan del drama—, apenas se dirige al público. Solo lo hace para pedir aplausos, bailes o las manos arriba. Pero cuando se sienta al piano para interpretar Die With A Smile (sin Bruno Mars, pese a que es su vecino, pues tiene una residencia en el MGM Park, enfrente de su estadio), está a punto de romperse. “Gracias a todos por las formas en las que me habéis hecho ser fuerte. Gracias por ser una comunidad fabulosa, gracias por mostrarme tanto amor y tanto cariño. Antes de salir al escenario no podía creerme que estuvierais aquí, que este fuera mi show”, les decía entre lágrimas a sus seguidores.

La noche está llena de momentos memorables: del larguísimo velo blanco que luce en Paparazzi, que acaba convertido entre aplausos en bandera arcoíris, a una calavera gigante, o la jaula de la que se descuelga al inicio. Ese teatro operístico base de la escenografía también es usado a conciencia, creciendo, menguando, en ruinas. Y también la pasarela con forma de flecha, que se convierte por supuesto en pista de baile, con el impecable cuerpo de bailarines, que logra protagonizar los momentos de pausa o cambio de vestuario sin perder la atención del público, pero también en un tablero de ajedrez o en río, con barca incluida.

Una muestra de la espectacular escenografía de la gira de Lady Gaga.

En los créditos finales (como si de una película se tratara), Gaga aparece como directora, y también como responsable de la dirección creativa, donde figuran un par de colaboradores habituales como su coreógrafa, Parris Goebel.

Durante más de seis meses y 60 conciertos paseará la gira de Mayhem por todo el mundo, desde Londres a Barcelona (en octubre, tras siete años de ausencia), Sídney o Tokio. En vez de grandes estadios, como Taylor Swift o Beyoncé (que las primeras noches, en Los Ángeles, dejó algunos tickets sin vender), la artista ha optado por escenarios medianos, con una media de 20.000 personas, como las que han llenado el T-Mobile de Las Vegas (y le quedan dos más en la ciudad). Con eso, se ha asegurado venderlo todo. En la mañana del miércoles, solo quedaban en la web oficial tickets de reventa, de entre 300 y 2.000 dólares. En las calles de Las Vegas, las casetas de reventas anunciaban entradas por algo menos de 300, pero llegaban a los 4.000 dólares, contaban frotándose las manos los vendedores, haciendo su agosto sin aún serlo. “¡Es que es Lady Gaga!”, sonreían. Ella también lo tiene claro, más claro que nunca: es Lady Gaga y ha venido a demostrarlo.

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Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.
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