El debate | ¿Los escolares tienen demasiadas vacaciones en verano?
Ocho millones de alumnos se disponen a comenzar el nuevo curso después de dos meses y medio de vacaciones. Como cada año, resurge la cuestión de si son muy largas y si debería abordarse un cambio del calendario escolar

Crecen las voces en el ámbito educativo que opinan que el calendario escolar no responde a las necesidades de los alumnos, sus familias y sus profesores. El debate se centra especialmente en si los escolares tienen demasiadas vacaciones en verano.
Elena Sintes, responsable de proyectos de la Fundació Bofill, defiende que España no puede mantener un modelo más del pasado que del presente. Para Toni Solano, director de un instituto público de secundaria en Castellón, puede mejorarse el calendario escolar, pero existen serios argumentos para no modificarlo.
Un descanso más equilibrado todo el año
Elena Sintes Pascual
Miles de alumnos regresan estos días a las aulas tras casi tres meses sin pisar la escuela. Once semanas en las que el aprendizaje se congela y la conciliación familiar se convierte en un rompecabezas. Mientras tanto, en Francia las vacaciones estivales se reducen a ocho semanas, y en Alemania o en el Reino Unido, a seis o siete, siempre compensadas con pausas durante el curso. Allí se reparte el tiempo; aquí lo acumulamos todo en un verano larguísimo, cada vez más difícil de sostener.
España figura entre los países con unas vacaciones escolares estivales más largas. Las consecuencias son bien conocidas. La primera es la pérdida de aprendizaje: tras 11 semanas sin escuela, muchos alumnos retroceden en lectura y matemáticas. En entornos vulnerables, esa pérdida equivale a dos o tres meses cada verano, lo que acumulado supone varios cursos enteros al final de la primaria. Los efectos que vimos con el cierre escolar durante la pandemia se repiten, en menor escala, cada verano.
El segundo problema es la desigualdad. Mientras algunas familias pueden pagar colonias, campamentos o clases de refuerzo, otras no tienen acceso a ninguna actividad educativa o de ocio enriquecedor. El resultado es una brecha que se amplía curso tras curso.
A esto se suma la forma de compensar un verano tan largo: concentramos más horas lectivas que la media europea en menos días escolares, sobre todo en secundaria, con más de 1.000 horas anuales frente a unas 900 en el entorno europeo. Esas horas se reparten en un menor número de días, lo que genera un calendario comprimido y jornadas maratonianas. La carga diaria es de las más altas de Europa y el horario intensivo exige una atención difícil de mantener.
El contraste con otros países es evidente. En gran parte de Europa, el parón estival se limita a seis u ocho semanas, y los alumnos disfrutan de descansos más cortos en cada trimestre. Esos altos permiten recuperar energía sin perder el hilo del aprendizaje. El curso se vive con más equilibrio, la planificación de las actividades tiene más continuidad y se traduce en mejoras educativas.
Una reorganización del calendario para acercarnos a la tendencia europea debería ir acompañada de medidas concretas. La primera, tener en cuenta al profesorado. Preparar las clases, sostener la carga emocional del día a día en el aula y asumir las horas invisibles que exige la profesión solo es posible si se garantiza un descanso real. Redistribuir el calendario no significa reducir sus vacaciones, sino repartirlas de otra manera: menos semanas en verano y más pausas a lo largo del curso.
La segunda medida es la urgente climatización de los centros para soportar el calor, una carencia incomprensible en pleno siglo XXI. La tercera, una planificación anticipada para aprovechar los descansos intermedios y preparar el curso siguiente. Y, finalmente, programas de enriquecimiento para los alumnos en periodos vacacionales, gratuitos o asequibles, que combinen juego, deporte y refuerzo académico.
Replantear el calendario no es un capricho. Supone preguntarnos cómo cuidamos a la infancia y cómo equilibramos trabajo, educación y familia en una sociedad muy distinta a la que dio origen a la larga pausa estival, y en la que casi tres meses de verano escolar restan más que suman en educación. Estas vacaciones nacieron en otro tiempo y para otra sociedad. Hoy necesitamos un calendario que se adapte a la vida real de las familias, y que favorezca tanto el aprendizaje como la equidad y el bienestar.
España no puede seguir aferrada a un modelo que responde más al pasado que al presente. Otros países han demostrado que es posible acortar el verano y repartir los descansos de forma más equilibrada. El regreso a las aulas debería abrir el debate sobre cómo organizamos el curso. La pregunta ya no es si debemos cambiar el calendario escolar, sino cuándo y cómo. Porque lo que está en juego no es solo la organización de unas vacaciones, sino el bienestar de nuestros hijos y la calidad de nuestra educación.
Poderosas razones para no tocar el calendario
Toni Solano
Año tras año, se reaviva el debate sobre la duración de las vacaciones escolares de verano, y ni las olas de calor ni los incendios forestales desvían la atención de este asunto. Creo que todos somos conscientes de que el calendario escolar puede mejorarse, pero en la actualidad hay poderosas razones para no tocarlo.
Seguramente, algunos de los defensores de acortar las vacaciones abandonaron el colegio o el instituto hace mucho tiempo, el suficiente para haber olvidado en qué estado se encuentran la mayoría de centros educativos, sin ventilación adecuada, sin aire acondicionado, sin sombras en los patios… En el entorno que conozco, los únicos centros que tienen aire acondicionado son los provisionales en aulas prefabricadas. En el resto, trabajamos en aulas menudas, atestadas de objetos, conectadas por pasillos angostos, en edificios grises rodeados por desiertos de hormigón y salpicados de duras pistas deportivas, lugares inhóspitos en el periodo comprendido entre mediados de mayo y principios de octubre, cuando las temperaturas se alzan con facilidad por encima de los 30 grados. Son aulas de apenas 50 metros cuadrados en las que hay que meter a 25 niños en los colegios y hasta 30 en la ESO, por no hablar de los 40 de Bachillerato, que ya no son niños, sino adultos con volúmenes y actividades fisiológicas que elevan aún más la temperatura de estos “puestos de trabajo”. Pocos defensores del recorte de vacaciones aguantarían, al mediodía, en una clase en junio, con temperaturas interiores de 35 grados y con esos 30 adolescentes que vienen del patio o de otras zonas igual de caldeadas. ¿Cómo pueden concentrarse o aprender bien en esas condiciones? Lo mismo ocurre en la vuelta a las aulas en septiembre, con unas temperaturas muy similares a las de junio.
Quizá, si algún día todos los centros educativos tuviesen aire acondicionado, podríamos repensar este calendario escolar, pero mucho me temo que, cuando llegue ese momento, tal vez tengamos otros problemas climáticos más graves y haya que pensar en elevar un par de metros los edificios para evitar inundaciones.
La temperatura no es la única razón para descartar una reducción de las vacaciones. Con el calendario actual tenemos un curso fragmentado, con periodos vacacionales arbitrarios según los festivos locales. Nunca hemos podido consensuar un calendario que establezca periodos lectivos homogéneos, con pausas de una o dos semanas intercaladas estratégicamente, para favorecer el aprovechamiento del aprendizaje. Quienes estamos en las aulas detectamos enseguida el agotamiento del alumnado (y también de los docentes) cuando se estiran los días lectivos porque las vacaciones de Pascua “caen tarde”, o porque se ha renunciado a un puente festivo para mantener en otro punto del calendario una semana de festejos locales.
Hay momentos del curso en los que sabemos que damos clase a pequeños zombis que necesitan descansar. Llegar al verano es como culminar un maratón. Ahora, decidles que se adelantará la vuelta a clase porque dos meses son demasiado tiempo y se van a olvidar de lo aprendido (por cierto, vaya manera de enseñar esa que permite que en un verano se borre lo explicado), y que, además, de regalo, se van a llevar unos deberes para no perder el ritmo (intentad hacer lo mismo con cualquier otro trabajador adulto). ¿Y cuál es el argumento para recortarlas? Que es lo mejor para ellos. ¿Seguro? ¿Dónde ha quedado ese discurso a lo largo del año de disfrutar de la naturaleza lejos de los móviles? ¿Y dónde la idea de que deben conocer el patrimonio cultural? ¿Dónde ha quedado la necesidad de pasar tiempo en familia sin agobios de agenda ni deberes? A ver si en el fondo lo que estamos pidiendo es que la escuela asuma todo ello, y que lo haga en espacios insalubres y con personal preparado para otros menesteres. Y si el problema es la conciliación familiar, pónganse a trabajar en leyes que obliguen a las empresas a facilitar horarios razonables o a disponer de recursos, equipamientos y subvenciones para que los menores sean atendidos en lugares dignos y con profesionales que les ofrezcan un tiempo de diversión y aprendizaje no formal en condiciones.
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