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Cuando la tecnología es motivo de discusión familiar: “No llegamos a los cambios”

El acceso cada vez más temprano a las redes sociales y un uso excesivo de las pantallas tensan la convivencia entre padres e hijos. Psicólogos y educadores explican cómo mediar a través del diálogo y el acompañamiento

Raúl Novoa

“Con las redes sociales empezamos siendo estrictos, pero buscaban la forma de sortear la supervisión”. Lo cuenta Begoña López, madre de dos hijos adolescentes, de 19 y 15 años, respectivamente. Su caso ejemplifica una afirmación: internet, las redes sociales y las pantallas reconfiguran las relaciones, también dentro de las familias. Un 85,2% de las personas adultas afirma que los padres se sienten desbordados por los problemas con sus hijos, siendo las nuevas tecnologías uno de los principales, según refleja el estudio de la FAD Juventud El impacto de la tecnología en las familias españolas. Una revisión de la evidencia existente.

Para hacerle frente, muchas familias optan por el control y con la llegada de los límites, surge el conflicto. “Con mis hijos no he hecho ningún tipo de intervención. Mi mujer y yo les supervisamos el móvil y el uso que hacen de él”, comenta José Luis Salinas, padre de dos hijos: uno de 13 años, que solo tiene WhatsApp, y la mayor, de 15, a la que sí permiten utilizar Instagram. Salinas opina que sus hijos subestiman las repercusiones que tienen sus acciones en redes. López coincide: “El uso y abuso de las redes sociales sí ha sido causa de desencuentros, así como la pretensión de falta de supervisión por nuestra parte”.

Clara Díaz, psicóloga clínica, explica que el uso del móvil u ordenador es “el motivo de conflicto por excelencia” que se encuentra en consulta con población infantojuvenil. Los hijos suelen percibir a sus padres como “pesados” o “alarmistas”, mientras que los padres ven a sus hijos como descuidados o incluso “adictos a la tecnología”, apunta. El estudio de la FAD le da la razón: el uso de las pantallas por parte de los hijos es una fuente habitual de conflicto para casi un 40% de las familias.

La vida digital ya no es un añadido, es un territorio donde se desarrollan vínculos y construye identidad. “Para los adultos, ese territorio es nuevo; para los adolescentes, es un hábitat natural. De ahí nace buena parte del conflicto: los jóvenes habitan un mundo que los adultos visitan, y cuando lo hacen suelen hacerlo con desconfianza o miedo”, señala Ricardo Fandiño, coordinador general de la Asociación para la Salud Emocional en la Infancia y en la Adolescencia en Galicia.

Control o ‘pasotismo’

Las redes sociales son una nueva forma de socialización dentro de la adolescencia. Es una época de sentimientos e incomprensión y “en la red puede haber una vía de escape para sentirse más libres frente a las normas de casa”, dice Díaz. Fandiño añade: “Esa incomprensión no es un síntoma patológico; es una forma de expresar la distancia entre generaciones y la falta de espacios donde poder pensar juntos lo que sienten”.

Ante el miedo al descontrol, un progenitor puede optar por las herramientas de control. “Las tenemos, pero en ocasiones no las usamos por temor a que queden aislados socialmente”, reconoce López sobre la dinámica que sigue con sus hijos. Las riñas por los tiempos de uso y los castigos sin móvil u ordenador son algo muy habitual en el día a día familiar. Las reacciones oscilan en dos extremos: la protección exagerada o la desorientación y la excesiva flexibilidad. Fandiño explica que “algunos intentan controlar cada detalle de la vida digital de sus hijos, otros se sienten totalmente perdidos y se rinden. En ambos extremos se pierde lo más importante: la posibilidad de diálogo”.

“El conflicto se genera cuando no se controla el móvil durante meses o años”, defiende Salinas. Él usa aplicaciones como Family Link y Pingo, que le permiten saber la geolocalización de sus hijos o el uso que hacen del teléfono. Y aquí chocan los intereses. Un 30% de las personas jóvenes dice sentirse demasiado controlada a través del smartphone por sus familias, según el estudio de la FAD Juventud.

El control y la geolocalización dependen siempre del caso, pero “en condiciones normales, la infancia necesita acompañamiento, no vigilancia. Si se usan aplicaciones así, deben ser comunicadas, justificadas, limitadas en el tiempo y complementarias al vínculo. Los adolescentes no necesitan padres expertos en tecnología, sino adultos disponibles emocionalmente”, expone Fandiño.

El problema no surge de la existencia de las pantallas, sino por los usos, contextos y herramientas disponibles para gestionarlos. Beatriz Martín, directora general de FAD Juventud, indica que “por eso es tan importante hablar desde la calma y no desde el alarmismo o la confrontación”. Si un adolescente quiere acceder a internet, detallan los expertos consultados, lo hará de una forma u otra. Fandiño coincide: “Hay que tener mucho cuidado con la vigilancia permanente: puede deteriorar la confianza entre adultos y menores y deteriorar el desarrollo de la autonomía del menor”.

Los riesgos de las redes

Más allá del conflicto rutinario, las redes sociales concentran riesgos concretos para los menores y muchos son conscientes. Según el estudio de la FAD, casi un 60% de los adolescentes reconoce que duerme y estudia menos por pasar “demasiado tiempo” conectados a internet. Pero el peligro que temen ― tanto padres como hijos― es el de la violencia en línea, la ciberdelincuencia o las estafas. Pero el haber nacido en un mundo ya digitalizado, hace sentir a los jóvenes más competentes en la materia que sus padres o sus profesores, comenta Martín. “Saben que algo puede ir mal, pero piensan ‘a mí no me va a pasar’ o ‘no será tan grave’. El primer paso está dado, saben que hay riesgos, pero el segundo paso, actuar, es el que debemos reforzar. La percepción de riesgo existe, lo que nos permite centrar las estrategias en cerrar la brecha entre saber que hay riesgo y saber gestionarlo”, añade.

Salinas pone sobre la mesa otra cuestión: “Muchos padres no tienen conocimiento del uso de las redes sociales”. Y López lo nota en su casa: “Nos da la sensación de que nos quedamos atrás en los cambios y no tenemos la misma agilidad para adaptarnos a ellos”. Es normal, las tecnologías avanzan más rápido que las pautas de crianza. Y a esto se le suma la inexperiencia vital de la juventud, explica Martín: “Aunque se manejan con soltura técnica, eso no siempre se traduce en criterio para distinguir situaciones peligrosas. Muchos se encuentran con contenido sexual no deseado, discursos de odio, insultos, estafas o intentos de suplantación, y no siempre saben cómo reaccionar”

Un punto de equilibrio

La tecnología no destruye a la familia, aunque la obliga a reinventarse. No hay un manual de uso claro, pero uno de los puntos donde los expertos coinciden es el de la alfabetización para padres e hijos. “Y no consiste solo en saber usar una herramienta, sino en entender cómo funcionan los algoritmos, cómo proteger la privacidad, cómo identificar intentos de manipulación y cómo gestionar el impacto emocional de lo que se consume. Y, sobre todo, en fomentar y entrenar el pensamiento crítico”, explica Martín.

Otra de las claves es el acompañamiento. “Hablar sobre qué tipo de contenido comparten, los riesgos de interactuar con desconocidos o de enviar imágenes personales, pero sin pretender controlar todo”, señala Díaz. Adultos y jóvenes deben estar en el mismo lado, añade Martín: “Lo que funciona mejor es construir un marco de normas razonables, adaptadas a cada familia y a cada hijo e hija, acompañado de conversaciones frecuentes y sinceras. Cuando se explica el porqué de los límites, estos se perciben como protección y no como castigo”. De estas ideas es consciente López e intenta aplicarlas en su familia: “Enfocamos nuestros esfuerzos en la educación, el diálogo y la confianza más que en el simple control de sus movimientos en la red”.

Demonizar las nuevas tecnologías es negar la época que habitamos. Y no todo es oscuro: el estudio de la FAD Juventud demuestra que el 60% de las familias reconocen también que la tecnología mejora el acceso al aprendizaje y un 52,9% asume que mejora su calidad de vida. “Si culpamos a las pantallas, dejamos de pensar lo que ocurre detrás de ellas. Las redes no inventaron la soledad ni la ansiedad, las hicieron más visibles. Por eso necesitamos menos discursos apocalípticos y más reflexión colectiva sobre cómo queremos habitar este nuevo espacio”, opina Fandiño al respecto, e invita a los padres a “reaprender, escuchar, estar presentes y pensar con sus hijos”.

La clave, coinciden los expertos, es convertir el hogar en un espacio de mediación crítica, con diálogos y pactos sobre los usos de las redes. “La tarea no es aislar a los jóvenes del mundo, sino enseñarles a estar en él sin perderse”, resuelve Fandiño. “La tecnología no se va a detener; nuestra capacidad de comprenderla y usarla mejor, tampoco debería hacerlo”, zanja Martín.

Tendencias es un proyecto de EL PAÍS, con el que el diario aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro que afronta nuestra sociedad. La iniciativa está patrocinada por Abertis, Enagás, EY, Iberdrola, Iberia, Mapfre, Novartis, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), Redeia, y Santander, WPP Media y el partner estratégico Oliver Wyman.

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Sobre la firma

Raúl Novoa
Periodista gallego que colabora en ICON, EL PAÍS SEMANAL, EL PAÍS Audio, EL PAÍS Gastro, El Comidista y Proyecto Tendencias. Escribe también para Euronews, Tapas, CAP 74024, El Salto y elDiario.es, donde trabajó dos años. Autor de 'Radiografía del Lobby del Mercado Eléctrico' con el Corporate Europe Observatory y ganador del premio VI Nacho Mirás.
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