Cómo aprovechar el verano para que los niños se desconecten de las pantallas
Para desenganchar a los menores de la tecnología hay que ofrecerles alternativas de ocio, y las vacaciones son un buen momento para ello. Planes en la naturaleza, juegos en familia o acordar límites de uso de pantallas son clave


En muchas casas la escena es la misma: un niño en pijama pegado al móvil antes de desayunar, otro que protesta porque quiere llevarse la tablet a la playa, padres que amenazan con apagar el wifi si no se visten de una vez. Las vacaciones, ese tiempo que debería oler a mar, a pino, a montaña, se llenan de pulsos domésticos por cada minuto de pantalla. El desafío no es pequeño: ¿cómo lograr que trepen a un árbol, rueden por la arena o inventen un juego con piedras y ramas?
“El verano supone desconexión de las actividades lectivas y extraescolares, pero para los padres no resulta nada fácil”, reflexiona María Dolores Mora Olmedo, diplomada en Magisterio en Psicología Educativa y orientadora escolar. “La dependencia digital es bastante alta entre los niños y adolescentes”, añade. La experta se remonta a un estudio de 2009, titulado Menores y nuevas tecnologías: uso y abuso y publicado en el Anuario de Psicología Clínica y de la Salud, que ya reportaba un consumo medio de más de seis horas diarias entre televisión, móvil e internet entre menores españoles de 12 a 17 años. “No se puede desconectar sin dar alternativas a su uso”, sentencia Mora.
Cristina Gutiérrez Lestón, experta en educación emocional y creadora del Método La Granja, cuyos resultados han sido validados por el Grupo de Investigación en Orientación Pedagógica de la Universidad de Barcelona, analiza el porqué de esta adicción creciente entre los más pequeños: “Las empresas tecnológicas conocen a la perfección nuestro sistema emocional y se aprovechan de ello para que nos cueste dejar de mirar el móvil. El scroll es un chute directo de dopamina, una fuente de placer. Al cerebro le atraen tres cosas: la luz, el sonido y el movimiento, y las pantallas nos dan las tres juntas y con una calidad asombrosa”, sostiene la experta, que lanza un mensaje optimista: “Todo está diseñado para atraparnos, pero los humanos, históricamente, siempre hemos acabado dándonos cuenta de las trampas que la vida nos trae, y las hemos ido resolviendo, así que hay esperanza”.
Una esperanza que contrasta con los datos del último informe del Centro de Investigación de la Infancia y la Adolescencia de la Universidad Miguel Hernández de Valencia, publicado en octubre de 2024, que alerta de que un 38% de los menores de 9 a 17 años presenta un uso problemático o adictivo de internet y las redes sociales, con consecuencias en su bienestar emocional y social.
“Buscar ideas sencillas para que los niños desconecten del curso escolar y no se aburran es complicado, pero no imposible”, aclara Mora. Actividades relacionadas con el agua (piscinas, globos, parques, ríos) funcionan muy bien, igual que los campamentos. El deporte es otra alternativa: “Muchas familias se organizan para contratar a jóvenes que propongan juegos o actividades en museos y asociaciones. Y para los adolescentes, el voluntariado es una opción extraordinaria”, aconseja.

Gutiérrez Lestón defiende el valor de los juegos en grupo y en la naturaleza porque tienen un impacto profundo en los menores y adolescentes, tanto a nivel emocional como cognitivo. “Venimos del bosque, y cuando volvemos a él, es como volver a casa. Ves cómo les cambia la mirada, cómo se relajan, respiran y observan con curiosidad”, describe. La autora de libros como Líbrate del miedo (Ed. Grijalbo, 2023) o Crecer con valentía (Ed. Grijalbo, 2020) recomienda, entre otras actividades, abrazar árboles porque asegura “reduce nuestra tensión arterial”, y “mirar el verde de un prado porque segrega serotonina, una hormona que regula el estado de ánimo, promueve el comportamiento social, además de regular el hambre, la digestión y el sueño”.
La también conferenciante comparte frases de algunos niños que pasaron por los talleres que imparte en diferentes centros de España, poniendo en práctica su particular método desde La Fundación La Granja, probado durante 15 años con casi 300.000 niños y jóvenes de 3 a 18 años. Nayara, de 13 años, le dijo: “Pensaba que venía a la naturaleza a desconectar, y no, lo que he hecho ha sido conectar, pero conmigo misma”. María, de 11, descubrió que el bosque le da “libertad”, frente a las horas en que se sentía “atrapada en el móvil”. Y Mario, de 8, tras trabajar en el “huerto de las emociones”, una de las actividades que pone en práctica a través de su fórmula, resumió: “Ahora sé que tengo un huerto dentro de mí, y lo he de cuidar arrancando las malas hierbas y plantando alegría”.
“El contacto con la naturaleza les permite explorar, jugar, relajarse y desarrollar conexiones neuronales que evitan el déficit de realidad”, asegura por su parte Mora, acostumbrada a tratar con estudiantes como orientadora escolar. Y lanza una imagen: “Es como en el mito de la caverna de Platón: las pantallas son las sombras en la pared. ¿Qué pasaría si salieran y mirasen el sol?”. Como resumen práctico, propone establecer rutinas entre semana que permitan equilibrar pantallas y vida real, dejando los fines de semana un poco más abiertos. Algunas ideas: preparar un “desayuno creativo” donde cada miembro de la familia sorprenda a otro; hacer actividades manuales con materiales sencillos como rollos de papel o papel pinocho; practicar lectura, escritura o cálculo a través de juegos; mover el cuerpo con música y baile; dedicar tiempo a juegos de mesa; organizar un pequeño MasterChef para preparar juntos alguna parte de la comida; y, por supuesto, reservar cada día un rato para la piscina, el parque, la bici u otro deporte.
Cómo poner límites en casa sin broncas
Gutiérrez Lestón propone a las familias un reto claro: “Plantead los límites como un concurso, no como un castigo”. Recomienda sentarse juntos, en un ambiente relajado, y preguntar: “¿Qué nos aporta el móvil o las redes y qué nos quita? Del 1 al 10, ¿cuánto me cuesta apagar la pantalla y por qué?”. Después, escribir en un papel los horarios acordados para usar pantallas y firmar un compromiso familiar. “Colgadlo en la nevera y poned una Caja de los Móviles en la entrada. Cada vez que alguien incumpla, se apunta un punto menos. Ganará quien menos puntos negativos tenga. Y el premio debe ser algo que recuerde toda la vida”.
Mora también lo tiene claro: poner límites a las pantallas significa negociar horarios, no imponerlos. Recomienda apoyarse en recursos como los del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE), en el que las familias pueden encontrar herramientas de mediación, organizadores, pactos familiares e incluso “vales de uso” de 30, 60 o 90 minutos, según la edad. La experta en educación emocional avisa: “Los padres tenemos dos papeles: dar amor incondicional y ser entrenadores para la vida, ayudándoles a descubrir sus talentos”. Recomienda dejar que prueben actividades que les motiven, con el compromiso de acabar lo que empiezan. “Así, además de alejarse de las pantallas, harán amigos y se conocerán mejor”.
También cree imprescindible que los adultos hiperconectados se adapten y cambien de hábitos: “Escuchar mirando el móvil es perderte sus gestos. Ellos lo notan”. Y pone un ejemplo de una niña de 7 años que le dijo a su madre: “Lo que quiero es que me escuches con los ojos”. Gutiérrez Lestón asegura que incluso los niños más pequeños nos están pidiendo que volvamos a mirarnos. “No hay mayor libertad que la de ser tú quien decide cómo quiere sentirse. Y eso es posible: se llama autonomía emocional, y se puede entrenar con los niños y niñas”, concluye la experta, recordando que “las vacaciones de verano son una oportunidad magnífica para plantar esas semillas”.
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