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Thierry Paquot, filósofo del urbanismo: “Una ciudad sin niños jugando en la calle es una ciudad que está muriendo”

El catedrático y autor francés lleva 20 años investigando sobre la ausencia de espacios adaptados a la infancia en las grandes urbes. En su opinión, hay que repensar su diseño partiendo de los niños y sus actividades, algo que beneficiaría a toda la sociedad

Thierry Paquot

París es la última ciudad europea en sumarse a las iniciativas de pacificación del entorno escolar, lo que se traduce en reducir la presencia del coche en las calles y fomentar desplazamientos más sostenibles en calles más verdes. En la capital francesa, lo que empezó durante el confinamiento de 2020 con el cierre temporal de calles con escuelas se ha convertido en una política decidida que en junio de 2025 había terminado ya con el primer objetivo: peatonalizar 300 calles, la mitad de las que cuentan con colegio de Infantil y Primaria. Esta ambición se inspira en las acciones iniciadas en ciudades como Milán, Londres o Pontevedra, un referente global.

En Francia, el filósofo del urbanismo Thierry Paquot (Saint-Denis, 73 años), catedrático del Instituto de Urbanismo de París y autor del libro Pays de l’enfance (inédito en español), defiende un nuevo urbanismo que tenga en cuenta a la infancia como estrategia para crear ciudades más accesibles para todos.

Paquot empezó a poner la mirada en los niños y el espacio púbico a finales de los noventa, cuando participó en un libro colectivo con el que comprendió que las grandes organizaciones internacionales solo se centraban en la infancia para hablar de países en vías de desarrollo, como si las grandes ciudades occidentales fueran un paraíso para los más pequeños. Durante 20 años, Paquot, autor de medio centenar de libros, ha investigado sobre el lugar de los niños en nuestras ciudades y ha tratado de divulgar su pensamiento con exposiciones y escritos que esconden la pista sobre la construcción de ciudades más amables para niños y adultos.

PREGUNTA. El país de la infancia que describe está lleno de recuerdos personales: un país en el que los niños jugaban en la calle, eran más autónomos… ¿Es un paraíso perdido?

RESPUESTA. Soy septuagenario y me doy cuenta con pena de que mis recuerdos de infancia datan de hace 60 años o más. ¡Qué rápido pasa el tiempo y cuántos cambios! Yo jugaba todas las tardes en la calle con mis amigos, y durante el día íbamos en bicicleta a un bosque cercano. Mi madre me mandaba a hacer algunas compras por el barrio. La calle me enseñaba muchas cosas: los carteles publicitarios, los escaparates de los negocios, la gente que me cruzaba, con su ropa, sus peinados, sus actitudes sorprendentes. Ese país ya no existe más que en mis recuerdos. Fue antes de la televisión y, por supuesto, antes de la multiplicación de las pantallas. Seguramente hablo de juegos que los niños de finales de este primer cuarto del siglo XXI ya no conocen. Aun así, veo a veces a niños jugando a la pelota, al elástico, corriendo, trepando, escondiéndose detrás de un arbusto o contándose historias. No siempre están pegados a la pantalla, pero son menos autónomos de lo que yo era: siempre hay un adulto vigilándolos.

P. ¿Esa falta de autonomía de los niños, marcada por la hipervigilancia de muchos padres, puede tener consecuencias en la forma en la que se relacionan con el espacio público?

R. Los padres están mucho más preocupados que hace una generación. Es cierto que los accidentes de tráfico afectan a muchos niños, cuyo sistema visual no termina de desarrollarse completamente hasta los 10 u 11 años. También existe el miedo a los depredadores sexuales, a los matones, a las rivalidades entre bandas de distintos barrios. La prensa y las redes sociales amplifican estos peligros, creando una sensación de inseguridad difusa. Sabemos que una calle es segura cuando está frecuentada. El mantenimiento de los comercios es esencial, pero demasiado a menudo los centros se deterioran y la periferia se llena de tiendas a las que solo se puede ir en coche. Está claro que hay que repensar el diseño de la ciudad partiendo de los niños y de sus actividades escolares y extraescolares.

Thierry Paquot durante una charla en plena calle.

P. ¿Por qué el urbanismo ha ignorado a la infancia? ¿Cree que es una falta de consideración o una decisión política?

R. El urbanismo, que nace a mediados del siglo XIX en Barcelona con Cerdà, en Viena con Camillo Sitte y en Gran Bretaña con Raymond Unwin, es el momento occidental y masculino de la construcción de la ciudad productivista. Los niños no están mejor considerados que las mujeres: la ciudad está hecha para hombres activos, sanos y solventes. Gaston Bardet escribe que da prioridad a “las mujeres y los niños”, pero ¿qué pasa en la realidad? El arquitecto Émile Aillaud construye La Grande Borne en Grigny, al sur de París, un gran conjunto de 4.000 viviendas apodado “la ciudad de los niños”, que rápidamente se convierte en un suburbio problemático. Durante la elaboración de estos proyectos urbanísticos o arquitectónicos no se consulta a los niños. Es una decisión política, ya que además los niños no votan. Desde la escuela se les enseña a obedecer, no a participar en la vida colectiva. Su opinión no cuenta.

P. ¿Qué consecuencia tiene la falta de espacios adaptados a la infancia en nuestra sociedad?

R. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, firmada en Nueva York en 1989, todo niño debe ser protegido, escuchado y reconocido como un ciudadano de pleno derecho. El derecho al juego está reconocido y, sin embargo, las calles son peligrosas y los espacios vacíos escasean. En países como Francia, los pocos “terrenos de aventura” que existían en los años ochenta fueron absorbidos por la promoción inmobiliaria. Los descampados también han desaparecido: solo quedan plazas, estadios, patios escolares, lugares reglamentados con horarios estrictos. Algunos municipios hacen esfuerzos creando un skatepark aquí y unas zonas de juegos estandarizadas allá, pero lo que hay que hacer es ofrecer la ciudad entera a los niños. Una ciudad sin niños jugando en la calle es una ciudad que está muriendo.

P. ¿Cuáles son, en su opinión, las prioridades más urgentes que deberían tenerse en cuenta si queremos responder a las necesidades de la infancia en las ciudades?

R. Empecemos por preguntar a los niños lo que quieren. Mientras esperamos a que se les tenga en cuenta en el diseño de una ciudad más lúdica, los adultos pueden empezar por ralentizar el tráfico, ensanchar las aceras, adaptar las señales de tránsito y el mobiliario urbano a su altura, abrir las escuelas a una explanada arbolada, asegurar los carriles bici, crear terrenos de aventura. Además, habría que conectar los espacios verdes entre sí en una especie de guirnalda vegetal; fomentar los pedibuses —grupo de personas que recorren juntas una ruta andando− o dar clase en el parque cercano o en el bosque próximo, multiplicar las clases-paseo, instalar un huerto escolar…

P. ¿Esa es la visión que tiene de una ciudad más acogedora para los niños?

R. La ciudad productivista necesita un profundo replanteamiento. ¿Cómo? Por ejemplo, habría que transformar las vías de circulación en vías de vinculación: dar prioridad a los trayectos peatonales, subordinar el automóvil y las bicicletas a los peatones, embellecer el camino de casa a la escuela plantando árboles, pintando la parte baja de las fachadas, manteniendo limpias las veredas y desasfaltándolas, dejar que el agua serpentee por la ciudad, favorecer el asombro y el descubrimiento, estimular los cinco sentidos, etcétera. El urbanismo actual es triste, funcional, autoritario, ruidoso, contaminado, uniforme… Yo abogo por la transformación del espacio mediante una ordenación efectiva que ponga en el centro el bienestar y la gente. Pontevedra es un buen ejemplo.

P. Hay grandes capitales como París que intentan evolucionar hacia calles más peatonales, más verdes. En esa reflexión se ha tenido en cuenta a los niños, ¿qué le ha parecido?

R. Veo con mucho interés cómo cada vez más ciudades, pequeñas o grandes, prohíben el tráfico en los accesos a las escuelas para incitar a los padres a acompañar a sus hijos a pie. Y es normal. Hace 50 años, el 85% de los alumnos iba al colegio a pie con sus compañeros y sin padres, hoy apenas es un 8%. No olvidemos que lo que se hace para los niños beneficia a todos los ciudadanos.

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