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Depresión, ansiedad y autolesiones: las consecuencias más extremas de la adicción a las pantallas en adolescentes

Expertos en salud mental alertan sobre cómo la hiperconexión tiene consecuencias en el desarrollo cerebral y emocional de los jóvenes

Adicción a las pantallas en adolescentes

Los adolescentes de hoy nacieron con la tecnología debajo del brazo. Son nativos digitales. Pero, como todo, eso también tiene pros y contras. Desde entidades científicas se viene avisando desde hace tiempo del riesgo que supone para el desarrollo neuronal de los menores el uso prolongado de pantallas. Y, lo más grave, de la relación directa de la adicción a estas con estados de ansiedad, depresión o, en casos más extremos, tentativas de suicidio.

Así lo concluye una investigación elaborada por la Organización Mundial de la Salud (Health Behavior in School-aged Children, HBSC), en la que se analizan los efectos de las pantallas en la adolescencia. El estudio, publicado el pasado junio, concluye que un 11% los menores ven alteradas sus vidas de forma sustancial por teléfonos, ordenadores y consolas, y un 32% corre el riesgo de traspasar la frontera al uso problemático o cuando interfiere de manera negativa en su vida cotidiana y afecta a relaciones, estudios o bienestar emocional.

La plataforma Control Z, dirigida por Mar España (exdirectora de la Agencia Española de Protección de Datos), presentó el pasado 9 de julio un proyecto donde participan 16 entidades en la promoción del uso responsable y moderado de la tecnología e internet. La iniciativa tiene como principales objetivos frenar el exceso de hiperconexión digital y cuenta para ello con neurólogos, psicólogos y psiquiatras como Abigaíl Huertas, psiquiatra infantojuvenil del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid. “Estamos viviendo un momento inédito porque, por un lado, los adolescentes han avanzado enormemente en su capacidad para identificar y expresar su malestar emocional sin vergüenza ni estigmas, algo impensable hace una década, pero, por otro lado, nos encontramos con una sociedad adulta —incluidas muchas familias— desbordada e incapaz de ofrecer un soporte emocional suficiente”, subraya Huertas.

Las enfermedades mentales, sostiene la doctora, debutan cada vez a edades más tempranas y con mayor intensidad, y aunque aún no contamos con toda la evidencia científica “sabemos que el contenido que consumen —y cómo los algoritmos lo presentan— afecta directamente al estado de ánimo, la percepción de uno mismo, los hábitos de consumo y la identidad".

Los trastornos de alimentación también están entre los riesgos que comporta la adicción a las pantallas.

“Es muy difícil no quedar atrapado, sobre todo si nadie te explica cómo funciona ese secuestro atencional, y lo preocupante es que la mayoría de la población aún no es consciente de ello”, prosigue la psiquiatra. Para Huertas, un aspecto clave que se suele pasar por alto es el momento en que se inicia la exposición a pantallas: “Cuanto más temprano comienza, mayor es el riesgo de que el desarrollo cerebral y emocional se vea comprometido”. Según la experta, puede conllevar depresión, ansiedad o incluso que el menor llegue a autolesionarse.

Trastornos de alimentación y autolesiones, ansiedad y depresión son algunos de los riesgos que comporta la adicción a las pantallas, sobre todo en mujeres jóvenes. También puede implicar escasa percepción del riesgo a la sobreexposición del propio cuerpo, baja autoestima y aislamiento. Así lo concluía la investigación de 2024 Estudio exploratorio sobre las afectaciones a la salud por la sobreexposición a redes sociales y pantallas con perspectiva de género, elaborado por la red de atención a las adicciones (UNAD) y la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (FEJAR) y realizado entre marzo y noviembre de 2023.

Lucía Torres, psiquiatra experta en adolescencia, considera que en el caso de la autolesión esta surge como respuesta a una necesidad emocional no cubierta: “Algo externo —fuera del control de la persona— provoca daño y desencadena emociones intensas como tristeza, frustración o decepción, que el adolescente no logra gestionar. Ante esta situación, la autolesión puede aparecer como un mecanismo de alivio”, explica. Este acto proporciona un aparente control. “El daño ya no viene de fuera, sino que lo produce uno mismo, transformando a la persona de sujeto pasivo a sujeto activo”, sostiene Torres. Además, continúa, “el dolor físico generado resulta más tolerable que el sufrimiento emocional, lo que puede aportar una sensación de fortaleza”.

El impacto de la autolesión no se limita al propio adolescente, pues afecta también profundamente a su entorno más cercano, según la psiquiatra: “Familiares y amigos comienzan a tomar conciencia del malestar interno que atraviesa la persona, y darse cuenta de esto puede generar sentimientos de culpa (por no haber sabido detectar o atender sus necesidades), tristeza o miedo a que el comportamiento se repita”. “En muchos casos”, prosigue, “la reacción inmediata del entorno es volcar su atención en el adolescente, quien puede interpretar que, a través de la autolesión, ha conseguido precisamente aquello que necesitaba: atención, validación o cuidado”. Según Torres, lo más preocupante es que muchos jóvenes describen la autolesión como una droga, debido a la sensación de poder que sienten al escapar de la impotencia emocional: “Esta conducta va acompañada de una descarga de neurotransmisores que refuerzan su repetición”.

Las endorfinas, u opioides endógenos, se liberan tras la autolesión y generan alivio y placer, reduciendo el dolor emocional, explica el psicólogo Luis Miguel Real. “La dopamina, por su parte, activa el sistema de recompensa cerebral, lo que facilita que la conducta se vuelva repetitiva”, agrega el experto. “Las adicciones, al final, tienen comorbilidad con casi todos los problemas psicológicos aumentando automáticamente que alguien desarrolle conductas adictivas para lidiar con el malestar”, prosigue Real. Y añade: “Los adolescentes, en general, son una población muy vulnerable, la adicción a una pantalla, su uso excesivo, tiene una función de automedicación”. Esto significa, según explica, que evitan otras estrategias para combatir la adicción a las pantallas como son hablar con sus padres, ir al psicólogo, hacer más ejercicio, etcétera: “Lo que dificulta mucho su recuperación”.

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