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Qué hacer con los deberes escolares en verano: “Si se ponen, que sean livianos, personalizados y centrados en competencias básicas”

Las vacaciones son para descansar, coinciden familias, profesores y otros especialistas en educación. Algunos creen, sin embargo, que dada su duración en España, ello es compatible con cierto tipo de actividad

Un niño lee un libro de repaso de vacaciones después de terminar el curso escolar en un parque de Santiago de Compostela.
Ignacio Zafra

¿Es buena idea que los chavales hagan deberes en el verano? La respuesta inicial de media docena de representantes de la comunidad educativa y otros especialistas en enseñanza es que las vacaciones son para descansar. Hilando más fino, una parte de los entrevistados se opone a cualquier tipo de tarea escolar que no sea voluntaria. Mientras que otros, debido en parte a la duración de las vacaciones veraniegas en España ―que son largas, como en el resto de países mediterráneos donde aprieta el calor―, creen, en cambio, que realizar cierta actividad ―aunque no se les llame deberes― puede ser positivo, siempre que se cumplan una serie de condiciones: “Si los hay, tendrían que ser de baja intensidad, muy personalizados, bien explicados de antemano, realizables de forma autónoma, que no consistan en avanzar materia sino en afianzar competencias básicas, y que incluyan algún mecanismo de seguimiento o de feedback”, resume el sociólogo de la educación Miquel Àngel Alegre. Lo ideal, añade, sería que fueran de la mano de una política dirigida a evitar que ensanchen la desigualdad educativa que tienden a generar los deberes.

Al interrumpir durante un periodo largo la actividad escolar las vacaciones de verano producen una pérdida de aprendizaje comprobada desde hace décadas por los investigadores (conocida en la jerga educativa como summer loss). “Su intensidad aumenta cuanto más largas son las vacaciones, y afecta de forma más intensa al alumnado más vulnerable”, señala Sheila González, profesora de la Universidad de Barcelona. España no destaca, dentro del mundo desarrollado, por la cantidad total de vacaciones. Pero sí por concentrarlas especialmente en verano. Con alguna peculiaridad autonómica, como el caso de Cantabria, España tiene tres periodos de vacaciones. Cuando, según un informe de la OCDE publicado en 2023 con datos de 36 países, lo más frecuente es tener cuatro o, sobre todo, cinco, con algunos sistemas educativos, como el inglés, que tienen seis. Con cerca de dos meses y medio, España es el décimo de los países analizados donde el parón estival es más largo. Todos los que la superan ―la lista está encabezada por Letonia e Italia― pertenecen al sur o al este de Europa.

Cambiar de forma significativa la duración de las vacaciones de verano no está en la agenda de ninguna autoridad educativa española. Por un lado, porque desataría muy probablemente un conflicto laboral. Y por otro, señala María Sánchez, presidenta de Ceapa, la gran confederación de asociaciones de familias de la escuela pública, porque aunque equilibrar mejor los periodos de descanso ―trasladando parte de las vacaciones a hacer menos denso el primer trimestre del curso― podría tener sentido, la falta de climatización de los centros educativos hacen que, de momento, resulte inviable. Incluso ahora, cuando las clases acaban hacia el 23 de junio y no se retoman hacia la segunda semana de septiembre, “en muchas aulas se alcanzan temperaturas de 32 o 34 grados”, e irá a peor con el cambio climático.

Sánchez no es partidaria, aun así, de que a los niños y adolescentes se les pongan tareas escolares en vacaciones. “En la confederación española de Ampas estamos en contra de los deberes en general, tanto menos en verano”. Entre otros motivos, afirma, porque generan desigualdad entre los estudiantes a quienes sus progenitores pueden acompañarlos y los que no. “Y eso no quiere decir que no hagan nada. Muchas familias realizan con sus hijos en verano actividades en las que se trabajan competencias. En una receta de cocina, por ejemplo, hay matemáticas y lectura”. También está en contra Toni Solano, director de un instituto público en Castellón y autor del libro Aula o jaula: “Tendemos a pensar que los niños y adolescentes son personas imperfectas, porque si no, no se entiende la pregunta. A un adulto nunca se le preguntaría si le parece bien que le den trabajo en vacaciones para que no pierda el hábito de trabajar. Uno tiene vacaciones precisamente para desconectar del trabajo”.

Los estudios, apunta el psicólogo cognitivo Héctor Ruiz Martín, apuntan a que la pérdida veraniega de aprendizaje afecta a “cuestiones de cultura general, y sobre todo a matemáticas y competencia lectora”. Y que el retroceso en lectura es el más desigual en función de la clase social. “Algunos estudios sugieren, además, que los niños que leen más libros en verano son los que más desarrollan su competencia lectora, sean del grupo socioeconómico que sean. Así que, quizás, una de las cosas más importantes que pueden hacer los niños en verano es leer. Es una actividad gratificante y al mismo tiempo edificante, lo cual la hace ideal para el verano”, afirma, a la vez que admite que la cuestión es cómo conseguir que todos tengan la oportunidad de hacerlo para no aumentar la desigualdad.

Los típicos trabajos escolares estivales, como los cuadernos de verano o las fichas idénticas para todos los estudiantes de clase no es, para Sheila González, una buena opción. “Sabemos que es mucho más eficaz cuando se produce vinculado al ocio”, afirma la politóloga especializada en desigualdad social y educativa, “como pueden ser los campamentos o campos urbanos de verano que combinan actividades lúdicas con actividades formativas”. “Si a un alumno no le han ido bien las matemáticas, está claro que necesita un refuerzo”, prosigue, “pero este no debería hacerse de la misma manera que ha tenido durante el curso y no ha funcionado; lo ideal sería que el verano fuera un momento para experimentar otras formas de aprender que le resulten más útiles”.

De dónde surge la diferencia

En verano, la actividad escolar se detiene para todos. Los chavales de entornos vulnerables acusan más el parón, afirma Miquel Àngel Alegre, director de proyectos de la Fundació Bofill, debido a que hay otras competencias, “no estrictamente académicas pero sí precursoras de las mismas”, cuya adquisición no se frena durante las vacaciones, pero que se distribuyen de forma muy desigual en función del capital cultural, económico y social de los hogares. “Son cuestiones relacionadas con lo socioemocional y lo metarregulativo, pero que luego tienen un impacto muy importante a la hora de aprender matemáticas, lengua o ciencias. Se trata de la capacidad de planificarse, ser autónomo, saber decidir cómo combinar momentos de aburrimiento, con momentos de activación intelectual, física o creativa…”. En muchas familias de clase social media y alta, señala Alegre, esos conocimientos y estímulos se transmiten “de forma verbal y no verbal”, y, además, cuentan con la posibilidad de pagar para que sus hijos realicen actividades ―musicales, de idiomas, tecnológicas, de excursionismo o directamente de refuerzo educativo― que las promueven.

La diferente adquisición de esas “competencias precursoras”, prosigue Alegre, es uno de los factores que hacen que al llegar septiembre el alumnado “arranque el curso con más o menos fuerza”. Para compensarlo, el sociólogo apuesta por hacer gratuitas para el alumnado desfavorecido todo ese tipo de programas ―desde campamentos a talleres estivales de programación― que sean organizados por entidades públicas o que, siendo privadas, reciban ayudas. Que las actividades no se creen específicamente para los chavales vulnerables, sino que se les abran las que ya existen, de modo que se mezclen con los de otras clases sociales, como debería suceder en la escuela. Y que se facilite su incorporación “estimulando activamente la demanda, a través de campañas informativas, y también de la derivación a través de los servicios sociales municipales y las propias escuelas e institutos”.

La maestra murciana Olga Catasús se debate entre la conveniencia de pedir que los niños realicen en verano algún tipo de tarea “liviana” o no hacerlo. “El mejor deber que podríamos ponerles, más bien a las familias, es que aprovechen el verano para que sus hijos salgan a la calle y se alejen, los padres y los hijos, del uso excesivo de las pantallas. Que jueguen juntos a juegos de mesa, que salgan a la naturaleza, a un museo o a visitar la ciudad. Que hablen y compartan experiencias con ellos”.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.
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