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Así ha resistido Valdeorras tras el fuego: “El viñedo salvó pueblos enteros”

Desde la zona cero de los incendios en Galicia, viticultores y bodegueros de Valdeorras relatan cómo el viñedo se convirtió en la última barrera para salvar sus casas

Vista de la viña de un viticultor privado en Vilamartín de Valdeorras tras los incendios que han arrasado esta comarca gallega. 
Foto proporcionada por el Consejo Regulador Valdeorras.
Abraham Rivera

El último gran incendio que arrasó buena parte de la provincia de Ourense ha dejado una imagen que cuesta borrar: laderas ennegrecidas, casas rodeadas por ceniza y un silencio extraño en pueblos acostumbrados al murmullo de la vendimia. “El sábado por la noche el fuego estaba a 150 metros de la bodega”, relata Raúl Prada (Cáceres, 50 años), cuarta generación de Valdesil, una de las casas históricas de la comarca. “Lo que nos salvó fue el viñedo. Las cepas hicieron de cortafuegos. El fuego venía muy fuerte, con llamas de varios metros, y se frenó en el camino de acceso”.

El testimonio de Prada resume la paradoja de Valdeorras: la tierra que da vida al godello también ha servido para salvar al territorio. “Una viña cuidada corta el fuego. Pero donde hay maleza o pinar, se desata. Esa es la diferencia”, apunta con calma, midiendo cada palabra y apoyándose en los hechos. Mientras el monte ardía como gasolina, la humedad y la limpieza del viñedo lograron contener el avance del desastre.

Valdesil controla más de 200 parcelas, muchas de ellas en laderas imposibles que exigen un esfuerzo de recolección casi artesanal. Allí se mide el grado de maduración día a día y se programa la vendimia en función de esos datos. Como detalla Prada: “No tenemos una fecha marcada en el calendario; empezamos cuando lo dicen las analíticas. Este año, por pura coincidencia, ha sido exactamente el mismo día que el pasado, 21 de agosto, aunque el ciclo ha sido muy distinto”. La campaña ha estado marcada por un invierno muy húmedo, una primavera irregular y una ola de calor previa a los incendios que adelantó la maduración de la uva.

El Consejo Regulador de la Denominación de Origen Valdeorras confirma la magnitud del golpe. “Ocho de los nueve ayuntamientos tienen viñas afectadas. Solo se libra A Veiga”, señalan fuentes oficiales. Las zonas con más daños se concentran en Petín, Larouco, Rubiá y Vilamartín, aunque también en O Bolo y Carballeda se han notificado viñedos sensiblemente dañados.

Valdeorras cuenta con unas 1.300 hectáreas de viñedo, repartidas entre más de 1.000 viticultores y 41 bodegas inscritas. El año pasado se recogieron alrededor de ocho millones de kilos de uva, una cifra récord que este año parecía posible superar. “Ya no llegaremos a los ocho millones”, reconocen desde el Consejo. “Hay viñas que se perderán por completo, otras que este año no darán fruto y otras que parecen sanas, pero pueden venirse abajo en días”.

Vendimia el pasado jueves en Valdesil.
Foto proporcionada por el Consejo Regulador Valdeorras.

El mapa del daño es irregular, como se comprueba al hablar con los viticultores. En algunos pueblos el fuego arrasó cabeceiras de viña, bordes de parcelas y zonas de contacto con el monte. En otros, la mayoría, el viñedo actuó como una eficaz barrera. “Si no hubiera tanto viñedo, se habrían perdido pueblos enteros”, advierten desde la denominación.

En Seadur, una parroquia del concello de Larouco, vive Simón Val (A Coruña, 48 años), responsable de la bodega A Cova da Sabreira. Describe su pueblo con precisión: “Estamos en una vaguada. Al sur viñas, al norte monte y un pinar encima de las cuevas”. Ese pinar, que ya ardió hace 12 años, volvió a salir y fue lo que resultó más problemático.

“El primer día quedaba más o menos calmado y decíamos que no había problema, que al haber las viñas se iban a proteger las casas”, recuerda. Sin embargo, al reactivarse el incendio y alcanzar los pinares, la situación se desbordó: “El tercer día estalló todo, porque empezó a llegar a los pinares y a saltar por encima de las viñas, a distancias de cien metros”. Ese cinturón de viñedos, explica, fue determinante. “Sí que valió efectivamente para las casas, porque frenaba el avance del fuego, pero como hay islas de pinares en medio que no están cultivados, eso fue lo que hizo que arrasara todo”. Aun así, insiste en que sin las viñas el núcleo habría quedado reducido a cenizas.

Más allá de lo material, Val denuncia la falta de organización: “No estábamos preparados. Nos vimos desorientados, sin medios ni organización. Antes había cultura de monte, ahora ya no”. El bodeguero recuerda que en otros tiempos los incendios eran más frecuentes, pero también más controlables, porque la gente del campo sabía cómo actuar y disponía de medios sencillos, desde los batefuegos hasta el propio ganado que mantenía limpio el monte.

“No puedo dar cifras aún, no hemos podido entrar en todas las zonas”, admite con cansancio Javier García (Petín, 47 años), que dirige Bodega Sampayolo. Sus viñedos están repartidos en más de 30 parcelas distribuidas entre Petín, Larouco, A Rúa y Vilamartín. García produce unas 65.000 botellas al año, en su mayoría godello (80%), con un 15% de mencía y pequeñas cantidades de garnacha tintorera. La vendimia estaba prevista para mediados de septiembre, pero ahora la prioridad es otra: “Lo primero será limpiar. El fuego es distinto al de hace 20 años: antes costaba horas apagarlo, ahora con tanto pinar y monte abandonado se convierte en gasolina. Era previsible”.

Para él, la raíz del problema está en la despoblación y el abandono del rural. “Antes había cabras, vacas, gente cortando leña. Ahora todo está cubierto de maleza. El fuego encuentra combustible en todas partes. Si no hay actividad en el monte, pasan estas cosas”.

Bodega Valdesil produce unas 300.000 botellas anuales.
Foto proporcionada por el Consejo Regulador Valdeorras.

También Prada lo tiene claro: la clave está en mantener viva la actividad agraria. Y destaca la enorme riqueza geológica del valle: en apenas 16 kilómetros conviven suelos de pizarra, esquisto, granito y caliza. Esa diversidad, incide con enorme pasión, es lo que hace único al godello de Valdeorras, capaz de expresar perfiles muy distintos según la parcela. “Es una riqueza apabullante; aquí cada suelo cuenta una historia distinta y la variedad tiene la versatilidad de adaptarse a todos”, afirma de un enclave privilegiado, rodeado por algunas de las cumbres más altas de Galicia —Peña Trevinca, Cabeza de Manzaneda y el Pico Montouto—.

Su bodega hunde sus raíces en la tradición familiar y en un viñedo histórico que su bisabuelo, José Ramón Gayoso, plantó en 1885, tras la filoxera, solo con godello. Esa apuesta, que muchos consideraron temeraria, se convirtió con el tiempo en el origen de uno de los grandes valores de Valdeorras. Hoy, Valdesil produce unas 300.000 botellas anuales, cifra que consideran su techo. “Es nuestro límite. Crecemos por calidad, no por volumen. Trabajamos con cupos. Lo que hay es lo que sale”, explica Prada, que calcula que en esta vendimia perderán entre un 10% y un 15% de la uva, sobre todo por proveedores cuyas viñas han sufrido daños.

Desde el Consejo Regulador miran hacia adelante con cautela. Admiten que es pronto para cuantificar pérdidas, pero insisten en que la comarca sabrá rehacerse. “La viña es resistente, igual que lo son sus gentes. Ahora toca paciencia: veremos pérdidas este año, pero el viñedo volverá a brotar. Valdeorras tiene futuro porque el vino forma parte de su identidad y de la vida de sus pueblos”, concluyen.

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Sobre la firma

Abraham Rivera
Escribe desde 2015 para EL PAÍS sobre gastronomía, buen beber, música y cultura. Antes ha sido comisario de diversos festivales, entre ellos Electrónica en Abril para La Casa Encendida, y ha colaborado con Museo Reina Sofía, CA2M y Matadero. También ha presentado el programa Retromanía, en Radio 3, durante una década.
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