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Alberto Mayol, sociólogo: “Kast está más cerca de Pinochet que Jara de Allende”

El académico aborda el panorama de la elección presidencial de noviembre. De Matthei, tras su baja en las encuestas, dice que debe buscar los votos del centro político chileno, un sector que, asegura, “no es verdad que se acabó”

Alberto Mayol, en Valencia, el 31 de julio.
Ana María Sanhueza

Alberto Mayol (Santiago, 49 años), sociólogo y académico de la Universidad de Santiago investiga hace casi dos décadas procesos de transformaciones sociales y políticas. Y desde ahí observa los comicios del 16 de noviembre para reemplazar a Gabriel Boric. Serán, señala, en un contexto complejo de una crisis institucional en Chile que fecha, como inicio, en 2011. Por eso dice que es “tan importante esta elección, pues vamos a ver si se sigue profundizando la crisis”.

El escenario se ha polarizado y hasta ahora —el electorado chileno da sorpresas— dos candidaturas son las más competitivas: la del republicano José Antonio Kast, de la derecha radical y la Jeannete Jara, del Partido Comunista (PC) y electa como abanderada del bloque de la centroizquierda oficialista. Evelyn Matthei, de Chile Vamos, conglomerado de la derecha tradicional, ha bajado en los sondeos. Hace muy poco, sin embargo, los lideraba.

Doctor en sociología y antroplogía y master es ciencia política, Mayol es también uno de los fundadores de La Cosa Nostra, plataforma desde la que realiza encuestas y tiene un podcast. (Recientemente, uno sus socios, el sociólogo Darío Quiroga, independiente, ha sido fichado como asesor de Jara).

Pregunta. ¿Por qué es tan particular esta esta elección ?

Respuesta. Más que por las personas, posturas o proyectos políticos, probablemente es el momento más importante de muchísimo tiempo. Chile entró en algo que se llama ciclos de crisis, periodos de 10, 15, 20 o 30 años en los que los países entran en crisis institucionales, buscan distintas soluciones y suelen repetir presidentes. Nosotros ya llevamos 14 años desde se explicitó la crisis en 2011, cuando apareció una gigantesca protesta asociada a Hidroaysén. Eso revela que hay energías disruptivas en la sociedad que se depositan en ciertos objetos y los convierte, en términos antropológicos, en objetos malditos.

P. ¿Pasaba en todo el mundo?

R. En 2011 son 55 países que explotan parecido a Chile, entre ellos España, donde también surgen, a partir de eso, movimientos y partidos. Y esto ocurre también en 2019 [el estallido social chileno], porque en muy poco tiempo en 68 países hay ciclos de este tipo. Eso significa que estamos frente a un ciclo que ocurrió, en vez de en 20 años, en ocho. Es un fenómeno general, no solo de Chile.

P. ¿Le llama la atención que los candidatos que lideran las encuestas, Kast y Jara, vengan de los extremos?

P. Por supuesto. En la práctica, la centroizquierda concertacionista es un palacio en ruinas. Y Kast quiere propinar a la derecha la misma dosis que Apruebo Dignidad (alianza del PC y el Frente Amplio) propinó a la centroizquierda y a la socialdemocracia más tradicional. Ese proceso se está produciendo en varios países y en algunos está teniendo éxito por parte de sectores más bien disruptivos por sus características, los populismos de derecha o de izquierda. Y en ese contexto internacional es muy importante hacia dónde va a dirigirse Chile, sobre todo porque es un país tan creyente en la institucionalidad, mientras que estos grupos disruptivos son menos creyentes. Por eso es tan importante esta elección, pues vamos a ver si se sigue profundizando la crisis.

P. ¿Y qué observa?

R. El problema es que esto queda siempre cubierto, porque cuando a la izquierda le empieza a ir bien, dice que no hay ninguna crisis. Y cuando le va bien a la derecha, también lo dice. Entonces, todos esconden que hay un problema que es objetivo. No existe ningún país en el mundo que haya hecho dos procesos constituyentes seguidos y que los dos se los rechacen. Otro síntoma de la crisis de malestar es la posibilidad que ninguna candidatura institucionilista quede en primera vuelta, si es que terminaran bajando a Matthei, una puerta que han abierto algunos diputados de Chile Vamos.

P. ¿Qué se juega Chile en esta elección?

R. Mucho, pero no todo. El Gobierno de Boric era el primero que tenía la responsabilidad de decir cómo sale de este entrampamiento, y no lo hizo. Lo intentó a través de la Convención Constitucional y como fracasó el proceso, renunció a esa necesidad. Pero ese era el sentido histórico, el de al menos empezar a afrontar el futuro a partir de nuevos lineamientos que parecían indispensables y más o menos unánimes desde el punto de vista político, de derecha o izquierda. Hoy, en la práctica, el Estado chileno, desde de las grandes reformas de Bachelet y después con Piñera, no tiene una economía neoliberal; tiene un Estado grande, con hartos subsidios y transferencias directas a los hogares. Ahora, si me preguntas qué es, no se puede definir. Y ese el problema.

P. ¿Por qué?

R. Porque no ha habido una transformación hacia un proyecto, sino que se han parchado cosas. Chile tiene que volver a pensar dónde tenemos la base institucional, hacia dónde nos vamos a mover, qué es lo que vamos a jugarnos y cómo pararnos en el tema geopolítico que cambió radicalmente. También, qué vamos a hacer con Latinoamérica, cruzada por el crimen organizado. Y Chile ya no es un oasis: no está a la gravedad de otros países, pero el crimen organizado ya está acá y tenemos que buscar soluciones. Ese es un desafío grande para el siguiente gobierno. Y todo indica que estamos avanzando mal, porque los candidatos se están dedicando a otra cosa.

P. Pero todos hablan de seguridad.

R. Lo que define la elección está en el juego del futuro y el pasado. Desde Bachelet en adelante, la izquierda se enamoró de una tesis que considero prácticamente irresponsable: que la política y los gobiernos sirven para abrir puertas para el futuro: para el cambio en la educación, para la Constitución o para el cambio de pensiones. Pero nunca entran a la habitación. Es como una procrastinación sistémica.

P. ¿Y las derechas?

R. La derecha está en una postura endurecida, anquilosada, rígida. Cuando vas a hacer una modificación de algo, la sociedad construye una especie de pliegue, que puede estar duro o blando. Un pliegue duro tiene menos adaptación, entonces, tiende a ser muy del pasado. Y Kast es un representante del pasado.

P. ¿En qué sentido?

R. Si llegan Kast y Jara a la segunda vuelta, alguien podría decir: ‘Bueno, Allende y Pinochet’. ¿Quién va a estar más cerca de esa visión? ¿Jara de Allende o Kast de Pinochet? Y a mí, a estas alturas, me parece bastante evidente que Kast está más cerca de Pinochet que Jara de Allende. Eso lo dicen los datos y también se puede analizar políticamente que es así. La derecha está en una postura muy de reivindicación del pasado y esa una idea muy mala. Desde la Revolución Francesa en adelante, las sociedades occidentales siempre han estado en perpetuo cambio y cada vez a mayor velocidad. Nunca ha ocurrido el volver atrás.

P. ¿Por qué le parece que Kast está más cerca de Pinochet?

R. Porque Kast tiene una visión de la autoridad como lógica de control y no como construcción en la institucionalidad en la cual hay una verticalidad que permita ordenar el mar. Es una visión, además, completamente securitaria. Pinochet era sucuritario, no fue el que se puso a ver el tema económico; era un tipo que se preocupó de cómo el gobierno tenía control usando la perspectiva más policial. Kast tiene esa visión para hacer política, sistemáticamente, y también una muy de amigo-enemigo, propia de las dinámicas más autoritarias. Para Kast, Matthei es prácticamente de izquierda.

P. ¿Y por qué Jara estaría menos cerca de Allende, tomando en cuenta su paradero político?

R. Porque su trabajo como ministra [de Boric] fue llegar a muchos acuerdos con la derecha y el mundo empresarial. Además, su discurso se ha alejado de Venezuela e, incluso, de su propio partido. Lo que ella necesita ahora es a quienes votaban por la centroizquierda y que hoy están en la derecha. Si se hace un análisis matemático, Jara tiene algunos parecidos con Allende y otros con la Concertación. Y Kast tiene pocos parecidos con la Concertación y muchos con Pinochet. Es tan simple como eso.

P. ¿Cómo ve a las derechas hoy?

R. La derecha entró en una confusión y esto es mundial. La más radical está una fase de crecimiento y quiere comerse a la derecha tradicional, a la histórica. Y está en una postura anti-acuerdos, en la que cualquier acuerdo, es una concesión. Y la confusión nace en que ni la tradicional ni la radical tienen un proyecto que las inspire y les de la fuerza. Hoy no sabes qué es exactamente lo que quieren y un gobierno no es solo una variable. Por ejemplo, la tesis de Kast es ‘vamos a ganar solo hablando de seguridad’. Pero ¿y después qué? ¿con qué vas a gobernar?

P. ¿Y Jara?

R. Jara ha sido una buena candidata, pero va a tener que demostrar ahora que tiene lo que no tuvo Boric, porque nadie va a votar por la continuidad de Boric, pues él no tiene un proyecto de salida de la crisis. Y el final del camino es tener un modelo de crecimiento económico.

P. Para las primarias Jara presentó un modelo de desarrollo basado en el fortalecimiento de la demanda interna, cuestionado transversalmente.

R. Lo que presentó en primarias, ya no va. Jara tiene que buscar qué es lo que va a ofrecer en las deudas que dejó Boric y después ver una cosa más doctrinaria: cuál es el corazón del proyecto político de un gobierno de Jeannette Jara. Y eso vale para todos: Kast y Jara tienen que demostrar qué es lo que tienen, porque después, en segunda vuelta, se puede perder o ganar por detalles muy de coyuntura.

P. ¿Cómo se explica que Matthei bajara del número uno en las encuestas? Es de una derecha conocida, que ha gobernado dos veces.

R. Hay varios factores. Los datos [de sus encuestas como sociólogo] parecían tan sólidos para Matthei, que no había posibilidades de ningún cambio en el escenario; eran cosa juzgada. Lo interesante es que su evaluación es la mejor. Pero son candidaturas que están viviendo en un ambiente ácido.

P. ¿Solo de la Matthei está en ese ambiente ácido?

R. Sí, porque las demás candidaturas están jugando un juego sin considerar tanto la institucionalidad. Y como no quedó nadie de la exConcertación, Matthei quedó sola. Lo que le faltó es evitar el contagio del proceso de este ecosistema que estaba creciendo, primero con Kaiser y después con Kast. Y luego, con la aparición de Jara por la izquierda, que juega un poco por el lado institucional, como lo es Matthei y lo era Carolina Tohá, pero también es un poco más disruptiva.

P. ¿Cómo describe ese “ecosistema” en que vive Matthei?

R. Un ecosistema altisonante: hay que expulsar a los migrantes, hay que construir una cárcel en el desierto. Y al final, es la orden del día la que guía. Lo comparo con una corporación con y sin directorio. En esa dinámica, los partidos de derecha radical son empresas sin directorio y el líder hace lo que quiere. Pero, en el caso de Matthei, no tiene posibilidad de eso, porque ella tiene un mundo que siempre se ha fusionado con un cierto respeto por los senadores, los diputados y los partidos. Y aunque tome decisiones por su cuenta, van a ser siempre en revisión. Eso lo que ocurrió, por ejemplo, con la fallida querella por la campaña que ella denunció en su contra en redes sociales, atribuyéndola a los republicanos.

P. ¿Eso la complica?

R. Ese proceso es lo que la desnaturaliza y la gente lo que espera y valora a Matthei es el orden institucional, no solamente orden, además de un gobierno que sea capaz de llegar a acuerdos. Ella debió haber apostado a plantear un tema súper desarrollado de gobierno, que abriera una discusión y así establecer agendas que duren una semana y no tres horas.

P. Habla de Matthei en pasado ¿Cree que ya no puede repuntar?

R. Es que en el pasado eso era lo que le iba a permitir que no le quitaran votos. Pero ahora va a tener que salir a conseguirlos y hacia el centro, porque ahí es donde hay más votos. No es verdad que se acabó el centro, sino que la gente de centro no está votando por el centro.

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Sobre la firma

Ana María Sanhueza
Es periodista de EL PAÍS en Chile, especializada en justicia y derechos humanos. Ha trabajado en los principales medios locales, entre ellos revista 'Qué Pasa', 'La Tercera' y 'The Clinic', donde fue editora. Es coautora del libro 'Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas' y de 'Los archivos del cardenal', 1 y 2.
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