Juan Pardo, sociólogo: “Será el pragmatismo, antes que la fidelidad doctrinaria, el factor decisivo de la presidencial”
El experto en opinión pública analiza los resultados de la Encuesta Democracia UDP-Feedback. A cuatro meses de las presidenciales, dice que “el voto se ve fuertemente influido por sensaciones como el miedo, la indignación o la esperanza”


En cuatro meses, el 16 de noviembre próximo, Chile celebrará sus presidenciales para reemplazar a Gabriel Boric y quienes interpretan la sociedad -cientistas sociales, politólogos, periodistas- no encuentran respuestas acabadas para entender a una ciudadanía compleja. Como explica Juan Pardo (Concepción, 67 años), sociólogo y especialista en opinión pública, socio y director de la consultora Feedback, las elecciones enfrentan a “una ciudadanía con una profunda desafección hacia las instituciones políticas tradicionales”. Es una de las conclusiones la encuesta Así son los chilenos que votarán en noviembre, de Democracia UDP-Feedback, un sondeo publicado este viernes y realizado después de la primaria de la izquierda, entre el 30 de junio y 9 de julio.
Pregunta. ¿Cómo es la ciudadanía que elegirá al próximo presidente de Chile?
Respuesta. Es una ciudadanía con una profunda desafección hacia las instituciones políticas tradicionales. Es un electorado crítico, exigente y cada vez más escéptico frente a los discursos ideológicos, que valora sobre todo los resultados concretos y tangibles. Todo esto en un contexto en que la mayoría de los chilenos se declara insatisfecho con el funcionamiento de la democracia.
P. ¿Cuáles son las consecuencias de esta insatisfacción?
R. Una pérdida de confianza en actores fundamentales del sistema democrático, como los partidos políticos y sus representantes en el poder legislativo. Frente a ello, la ciudadanía se muestra menos identificada con etiquetas ideológicas y más inclinada a evaluar a los candidatos por su capacidad de gestión y respuesta frente a los problemas cotidianos. En ese contexto, creo que probablemente será el pragmatismo, antes que la fidelidad doctrinaria, el factor decisivo que podría operar en la próxima elección presidencial.
P. La encuesta muestra la disminución en la valoración positiva de la democracia. ¿Esto quiere decir que los ciudadanos estarían dispuestos a un sistema autoritario con tal de que se haga cargo de ciertos problemas?
R. Sí. Aproximadamente un tercio de los ciudadanos muestra alguna apertura hacia salidas autoritarias, especialmente cuando la democracia se percibe como ineficaz para enfrentar problemas urgentes. Si bien una clara mayoría de los chilenos declara preferir la democracia por sobre cualquier otra forma de Gobierno, el tercio restante está de acuerdo con soluciones alternativas ya sea de preferencia por un régimen autoritario o de indiferencia al tipo de régimen que los gobierne.
P. ¿Por qué se produce este rechazo al principio democrático?
R. Estas cifras no expresan un rechazo al principio democrático en sí, sino una profunda frustración funcional: la percepción de que el sistema no está respondiendo a demandas críticas como la seguridad, el empleo o la desigualdad. En ese escenario, gana terreno la idea de que, eventualmente, la eficacia puede justificar el debilitamiento de las reglas democráticas. Un síntoma claro de desgaste institucional que merece atención urgente de nuestra clase gobernante.
P. También la encuesta revela un alejamiento progresivo de la ciudadanía respecto de los partidos políticos. ¿Es el enojo hacia estas instituciones democráticas lo que podría explicar, más que el contenido, los amplios rechazos a las propuestas constitucionales, por ejemplo?
R. Sin duda. El malestar con los partidos políticos y sus representantes de ocasión ha sido un factor determinante en el rechazo ciudadano a los procesos constitucionales recientes. De acuerdo con nuestros estudios, hace tiempo ya que se instaló una percepción transversal de que las élites políticas, tanto de izquierda como de derecha, han actuado desconectadas de las prioridades reales de la ciudadanía. Ese desencanto se traduce en una fuerte resistencia a lo que se interpreta como acuerdos entre cúpulas, sin participación ni deliberación genuina. Así, más allá del contenido específico de las fracasadas propuestas constitucionales, lo que se castiga es la forma en que estas fueron procesadas políticamente. El rechazo, en ese sentido, no es solo institucional, sino también emocional: un voto contra un sistema que no se siente propio.
P. La distancia hacia los partidos, ¿son caldo de cultivo para posiciones que se venden como outsider?
R. Eso es correcto. La crisis de representación y la creciente deslegitimación de los partidos tradicionales han abierto un terreno fértil para el surgimiento de liderazgos periféricos que se presentan como outsiders. Se trata de un terreno fértil en el que se cultivan las emociones negativas más exacerbadas, donde la denostación, el insulto o el odio irreconciliable, son su expresión más corriente. Esta emocionalidad ciudadana, marcada más por el rechazo que por la adhesión, ha sido clave en la emergencia de nuevos liderazgos tanto en Chile como en otros países de América Latina. Son candidaturas que se construyen sobre la promesa de ruptura, más que sobre programas estructurados, y que canalizan eficazmente el hastío con las formas tradicionales de hacer política. Desafortunadamente se trata de un estilo de liderazgo que vende y atrae a masas crecientes de adeptos.
P. La ciudadanía se moviliza más por la repulsión que por la adhesión, dicen ustedes, un fenómeno que plantea importantes desafíos para la estabilidad democrática y la construcción de consensos sociales duraderos. ¿Tienen destino los liderazgos que proponen moderación?
R. El actual escenario político chileno está fuertemente marcado por una emocionalidad negativa: la ciudadanía se moviliza más por la repulsión que por la adhesión. En este contexto, los liderazgos moderados enfrentan un terreno complejo, pero no necesariamente estéril. El desafío para la moderación es doble.
P. ¿Cómo así?
R. Por un lado, debe encontrar formas de conectar emocionalmente con un electorado que exige cercanía, claridad y firmeza frente a los problemas. Por otro, debe ofrecer certezas en materia de gobernabilidad y políticas públicas efectivas. La moderación vacía de relato movilizador es fácilmente percibida como tibieza o desconexión; pero, al mismo tiempo, la radicalidad sin soluciones concretas se percibe como un salto al vacío de consecuencias imprevisibles. En definitiva, los liderazgos moderados tienen futuro si logran trascender la tecnocracia y reconstruir un vínculo emocional con una ciudadanía que ya no confía ciegamente, pero que aún espera respuestas sensatas y sostenibles.

P. Hablan de que la gente vota más por factores emocionales que por argumentos racionales o ideológicos. ¿Desde cuándo se observa y cómo se explica este fenómeno?
R. El influjo de las emociones en las decisiones de voto en Chile se ha intensificado desde el estallido social de 2019, marcando un punto de inflexión en la relación entre ciudadanía y política. A partir de ese momento, la desconfianza hacia los partidos, el agotamiento de los clivajes ideológicos tradicionales y la irrupción de los medios digitales como principal fuente de información han consolidado una lógica electoral centrada en percepciones más que en programas.
P. ¿Qué influye, entonces, a la hora de votar?
R. Hoy, el voto se ve fuertemente influido por sensaciones como el miedo, la indignación o la esperanza, más que por adhesiones doctrinarias. Este fenómeno responde a una ciudadanía crecientemente crítica, pragmática y desconfiada, que tiende a evaluar a los candidatos no tanto por sus ideas, sino por la conexión emocional que logran generar y por su capacidad percibida para ofrecer respuestas inmediatas y eficaces. En este sentido, la apelación estratégica al fantasma del comunismo como una catástrofe para la democracia pareciera no ser tan efectiva para el actual contexto electoral.
P. Este último punto, la emocionalidad, ¿es lo que hace que quienes intentan entender los vaivenes de la política no encuentren explicaciones claras sobre el péndulo chileno?
R. Es una excelente hipótesis que sirve como marco interpretativo. De alguna manera hemos sido testigos de cómo la emocionalidad del electorado chileno se ha convertido en un factor clave para entender los giros abruptos en el escenario político reciente. Desde el entusiasmo que llevó a Gabriel Boric a La Moneda, pasando por el rechazo contundente a dos propuestas constitucionales irreconciliables, hasta el resurgimiento de liderazgos conservadores, lo que se observa es un patrón pendular que responde más a estados afectivos que a convicciones ideológicas estables. Este fenómeno conocido como el péndulo chileno revela una ciudadanía que castiga con fuerza, más que premia con esperanza, y que reacciona a la frustración o la desilusión con velocidad e intensidad. La volatilidad electoral está directamente ligada a una institucionalidad emocional débil, donde las expectativas se depositan rápidamente y, del mismo modo, se retiran ante señales de desconexión, ineficacia o ambigüedad.
P. Y así nos encuentra 2025, con alta incertidumbre...
R. Este aspecto que relato introduce un factor de alta incertidumbre a un proceso como el de 2025 donde por primera vez se elige presidente de la República con registro electoral automático y voto obligatorio, empujando a varios millones de chilenos a participar y optar por la opción que les ofrezca el relato más apelativo.
P. Hay rechazo y preocupación ante la proliferación de discursos de odio, particularmente en redes sociales. Pero ¿los ciudadanos son también capaces de filtrar y lograr identificar cuando están ante determinados bulos? ¿O la gente está preocupada de los discursos de odio pero igual los incorporan?
R. Existe una paradoja evidente. Si bien una amplia mayoría de la ciudadanía declara estar preocupada por la proliferación de discursos de odio, esos mismos contenidos se difunden masivamente a través de redes sociales, muchas veces por quienes dicen rechazarlos.
P. ¿Cómo se lo explica?
R. Esta contradicción responde, en parte, a una baja alfabetización digital, una débil educación cívica y un escaso desarrollo del pensamiento crítico. En ese contexto, muchas personas tienen grandes dificultades para identificar cuándo se encuentran ante contenidos manipuladores, falaces o discriminatorios. La emocionalidad, la velocidad de las plataformas y los sesgos de confirmación refuerzan la circulación de mensajes agresivos, aun cuando socialmente se consideren inaceptables. Así, el rechazo racional a los discursos de odio convive con prácticas digitales que los amplifican de forma involuntaria o acrítica, pero también muchas veces de manera intencionada, ya que el espacio virtual de las redes sociales se ha configurado como un campo de batalla electoral ineludible.
P. Identifican menos doctrina, y a una ciudadanía más pragmática, crítica y desconfiada, que valora la política en función de los resultados concretos y tangibles. Pensando en la presidencial, ¿a quién beneficia este asunto?
R. Una ciudadanía marcada por el pragmatismo, la desconfianza y la crítica constante tiende a favorecer liderazgos que ofrezcan certezas, resultados concretos y soluciones prácticas. En este contexto, no son necesariamente los candidatos más carismáticos o ideológicamente definidos los que generan una mayor adhesión, sino aquellos que logran proyectar eficacia, transparencia y coherencia.
P. ¿Cómo entender los cambios inesperados que se observan en las preferencias electorales?
R. Resulta plausible observar estos cambios, especialmente considerando que parte del electorado, sobre todo el más despolitizado, perfectamente puede decidir su voto a último minuto. Los electores priorizan respuestas inmediatas a problemas cotidianos como la seguridad, el empleo o la calidad de los servicios públicos. Por eso, los liderazgos que logran instalarse como resolutivos, más que como portadores de grandes relatos doctrinarios, tienen una ventaja estratégica.
P. ¿Existe o no el centro político, que quedó tan en duda con la derrota de Tohá en las primarias de la izquierda? Porque, por otra parte, según su estudio, una proporción significativa de la ciudadanía se ubica en posiciones intermedias.
R. El centro político sí existe en las percepciones ciudadanas, pero hoy se encuentra profundamente desanclado de representaciones partidarias estables y sólidas. Lo cierto es que una proporción importante de la población tiende a ubicarse en posiciones más bien intermedias en la escala ideológica de izquierda-derecha, lo que podría indicar una preferencia por el equilibrio o por soluciones pragmáticas. Sin embargo, debe tomarse en cuenta que este centro no responde a una identidad doctrinaria, sino que probablemente se trata de una lógica de rechazo a los extremos o quizás a una decisión electoral basada en temas específicos.
P. ¿Qué mostró la primaria de la izquierda?
R. La derrota de Carolina Tohá o el escaso rendimiento de partidos que se autodefinen como de centro no implican necesariamente la desaparición de ese electorado, sino que pueden ser el producto de la crisis de representación institucional. Hoy, a pesar del clima de tensión, el votante moderado sigue siendo muy relevante, pero exige liderazgos que prioricen la eficacia, la capacidad de gestión y la conexión directa con sus problemas, más que el alineamiento con etiquetas ideológicas tradicionales. El desafío está en volver a ofrecerle a este tipo de elector un proyecto político que lo convoque sin ambigüedades ni tecnocracia vacía.
P. ¿Le preocupa lo que observa?
R. Sí, la situación actual genera inquietud, pero con algunos importantes matices. Si bien es preocupante la desafección persistente hacia las instituciones democráticas, la erosión de los consensos mínimos sobre el valor de la democracia y la creciente emocionalidad que predomina en las decisiones electorales, también lo es la exposición a discursos de odio y la creciente desinformación en redes sociales, que fracturan el espacio público y dificultan la deliberación informada y racional. Sin embargo, no todo es desolador.
P. ¿Qué lo anima?
R. Existen señales de lucidez crítica en la ciudadanía: una valoración consistente de la democracia como ideal normativo, una exigencia creciente de resultados concretos y una voluntad de participación que, aunque intermitente y muchas veces canalizada por fuera de los cauces formales, evidencia que la ciudadanía no está despolitizada, sino que busca nuevas formas de representación. Lo verdaderamente preocupante no es el cuestionamiento a la democracia representativa en sí, sino la ausencia de un nuevo contrato político que canalice esas energías sociales con legitimidad, eficacia y horizontes compartidos.
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