¿Por qué hablar de pobreza en Chile?
Durante décadas, Chile ha celebrado —con razón— la reducción sostenida de la pobreza por ingresos: del 38,6 % en 1990 a 6,5 % en 2022. Sin embargo, ese indicador no siempre refleja la realidad cotidiana que viven muchas personas

¿Por qué hablar de pobreza en Chile? Ese fue el título de una publicación que lanzamos desde el PNUD en 2022. En ella, reconocimos la evolución de Chile hacia un nivel de desarrollo humano muy alto según nuestras mediciones globales. Pero también destacamos que estos avances no debían desviar la atención de los desafíos que aún enfrenta el país para que los beneficios del desarrollo lleguen de forma inclusiva y sostenible a toda su población.
La reciente propuesta de la Comisión Asesora Presidencial de Expertos para la Actualización de la Medición de la Pobreza representa una oportunidad clave para retomar una conversación necesaria sobre la pobreza en Chile, y sobre la realidad que enfrentan miles de hogares a lo largo del país.
Ese mismo año también presentamos, junto con la OIT, el estudio Mujeres y retorno laboral en Chile, al que se suma ahora la publicación Barreras persistentes para la participación laboral de las mujeres en Chile (2025). Estas tres investigaciones abordan, desde distintas perspectivas, una misma realidad: la vulnerabilidad persistente de una parte significativa de los hogares, la desigual distribución de oportunidades en el país, y los desafíos específicos que enfrentan las mujeres, cuyos ingresos promedian un 45% menos que el de los hombres en términos de PIB per cápita.
Algunos de estos desafíos son estructurales —como la desigualdad—, mientras otros responden a eventos recientes, como el impacto socioeconómico de la pandemia. América Latina ha sido una de las regiones más golpeadas, y Chile no ha sido excepción.
Durante décadas, Chile ha celebrado —con razón— la reducción sostenida de la pobreza por ingresos: del 38,6 % en 1990 a 6,5 % en 2022. Sin embargo, ese indicador no siempre refleja la realidad cotidiana que viven muchas personas.
La Encuesta de Bienestar Social (2021 y 2023), junto con diversos estudios cualitativos, evidencian que, desde la percepción subjetiva de la ciudadanía, el trabajo dejó de ser una garantía de estabilidad, los ingresos resultan insuficientes para llegar a fin de mes, y muchas familias viven con el temor constante de caer en la pobreza ante cualquier imprevisto. Una parte importante de los hogares depende de ingresos informales y discontinuos. Como lo relata una mujer entrevistada en el estudio Barreras persistentes para la participación laboral de las mujeres en Chile: “Yo hago de todo un poco. Hago cosas para vender: queque, torta, pie, pan. También sé un poco de costura, arreglos. Y no me falta. Como dice el dicho: no llueve, pero gotea. No es algo fijo, así como todos los meses. Pero sí tengo un poco de ingreso que al menos me alcanza como para lo básico”.
La propuesta de actualización de la medición de la pobreza sugiere ajustes que permitirán representar con mayor precisión la realidad socioeconómica de los hogares. En un contexto de estrechez fiscal creciente y nuevas presiones como el cambio climático, la disrupción tecnológica y la fragmentación social, que se añaden a los desafíos tradicionales que enfrenta el país, resulta clave adoptar una mirada renovada sobre la pobreza, capaz de orientar políticas públicas que no solo respondan a sus síntomas, sino también a sus causas estructurales.
Este ajuste metodológico no es solo un avance técnico. Refleja de manera más adecuada los cambios económicos y sociales de la última década, y permite que la estadística se acerque a las vivencias cotidianas de la ciudadanía. En ese sentido, valoramos el esfuerzo del gobierno de Chile y la propuesta de la Comisión Asesora Presidencial para esa adecuación.
Como señalamos en ¿Por qué hablar de pobreza en Chile?, existen múltiples privaciones que el ingreso no capta: desde el deterioro en la salud mental, el bajo empoderamiento económico de las mujeres, el aislamiento de las personas o la imposibilidad de enfrentar un gasto imprevisto sin recurrir al endeudamiento. Porque, aunque la pobreza por ingresos bajó, una parte relevante de la población la sigue percibiendo como una amenaza constante y creciente.
Reconectar las estadísticas con las percepciones y realidades vividas es clave para restituir su valor como instrumentos de política pública. En ese sentido, el mayor aporte de la propuesta de la Comisión —y de las reacciones que ha generado— es que permite volver a poner la pobreza en el centro del debate público.
En un país de ingreso alto según el Banco Mundial, y de muy alto desarrollo humano según el PNUD, la medición de la pobreza no puede limitarse a registrar niveles mínimos de subsistencia. Debe también reflejar las condiciones y oportunidades de las personas para llevar adelante sus proyectos de vida de manera autónoma. Reconocer la pobreza en todas sus dimensiones no significa desconocer los avances del país, sino más bien asumir los desafíos que persisten y seguir avanzando hacia una sociedad más inclusiva. Reconocer la pobreza implica mirar más allá de las cifras y considerar también las experiencias, percepciones y la dignidad.
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