El centro ha muerto, que viva el centro
El centro ya no está condicionado por la política partidista, vuelve a sus raíces de identidad por necesidad, por demandas, por acuerdos sociales, por la validación y reconocimientos de estas urgencias al momento de gobernar

Es como en el fútbol. El volante desborda y lanza un pensado disparo al área: a ras de piso, esperando que alguien conecte y supere al arquero; o a media altura apostando por una volea que se encuentre con las redes rivales o, definitivamente, un tiro aéreo para que los atacantes logren conectar un cabezazo. El principio es el mismo: dejar caer el balón en el sector donde tenga más posibilidades de convertirse en gol o, en el peor de los casos, un autogol, que al final del día igual cuenta. La simpleza del fútbol conversa mucho con la política: gana quien hace más goles, gana quien logra más votos. Por mérito tuyo o error del rival. Gana quien logra mayor conversión.
La discusión del centro político es casi tan vieja como la idea de sectores estancos, que se posicionaban en lugares específicos ‘de la cancha’ para buscar conversión. Grupos cuya identidad estaba marcada por su ideología, así al menos rezaba la teoría: eres como piensas, por cómo te diferencias del otro, olvidando elementos base de la cultura y la suma de comportamientos: la gente cambia de opinión, se adapta, el votante transita dentro de su pirámide necesidades; a demanda cubierta surgen nuevas expectativas, pulsiones.
No hay consenso, pero este movimiento del centro (este vaciamiento del centro como dirían algunos) comenzó a quedar de manifiesto cerca de 2008, crisis subprime mediante, cuando casi la totalidad del sistema financiero quebró, llevándose por delante hipotecas, depósitos y empleos, miles de empleos, a nivel global. Después de casi 15 años de bonanza volvimos a hablar de los problemas urgentes: trabajo, recesión, inflación. No más discursos del margen, discusiones elaboradas o políticamente correctas. Lo urgente era llevar el pan a la mesa. La era del carisma, encarnada exitosamente por líderes como Obama quedaba en el olvido para para dar paso a un nuevo, controvertido, pero exitista sistema de administración en EE UU representado por el regreso recargado de los Republicanos que prometían menos regulación, menos impuestos, más aislacionismo y volver a crecer. Chile hizo lo propio, eligiendo a un destacado empresario y ejecutivo: Sebastián Piñera, cuyos ministros y asesores prometían, de inicio, hacer más en 30 días que en los 20 años previos. Nada de centro, nada de moderación, nada de ideología. La resolución de problemas urgentes.
Lo que viene es historia sabida: Occupy Wall Street, los ‘chalecos amarillos’ en Francia, la fallida Primavera Árabe y las revueltas sociales que aquejaron a América Latina prepandemia. ¿De los partidos? Poco se supo ¿De la dirigencia histórica? ¿De los Lagos, de los González o Aznar, o los Clinton? Piezas de museo que dieron paso a una segunda, impensada, pero a todas luces probable, administración de Trump; de un Milei con su motosierra y vaciamiento del Estado, de los improbables pactos del socialismo en España y de la emergencia del progresismo 3.0 del Frente Amplio en Chile. ¿Y el centro? Ahí, deambulando…
En 1929 Harold Hotelling publicó un artículo titulado Estabilidad en competencia donde planteaba que, en determinadas circunstancias, la opción más escogida por las empresas de un sector era vender productos muy similares a los de su competencia diferenciándose solo por precio. También -costos de transporte mediante- convenía ubicarse en ‘barrios similares’ buscando así reducir la fricción de la distancia para diferenciarse por precios, experiencia, performance del producto.
En la política, el modelo Hotelling es perfectamente aplicable. Ante escasa diferenciación y asumiendo fricciones de precio (cuánto esfuerzo cuesta cada voto) la diferenciación entre cada candidato viene dada por su aproximación a los temas, su propuesta de solución y la sonoridad que cada uno haga respecto de su planteamiento. Experiencia, performance, identidad.
¿Algún candidato desde Jeannette Jara a Johannes Kaiser no reconoce que la seguridad es un problema urgente?, que el déficit fiscal debe ser abordado, que el crecimiento esa una necesidad. ¿Hay algún candidato que haya escapado de su identidad política en virtud de su agenda? ¿Alguien de verdad no se ha enterado de que Jara es comunista (la tesis de la descomunización tiene demasiadas fisuras) o que José Antonio Kast se ubica a la derecha de Evelyn Matthei? Pensar que los candidatos huyen de su identidad es a lo menos inocente; se acomodan, se adaptan, pero no la reniegan; congelan militancias, las suspenden como si esto borrara algo, como si sumara algo. Hoy, creo, todos los votantes somos capaces de ubicar a todos los candidatos en el crisol político, sin distinción, sin errar en ninguno.
El centro ya no está condicionado por la política partidista, vuelve a sus raíces de identidad por necesidad, por demandas, por acuerdos sociales, por la validación y reconocimientos de estas urgencias al momento de gobernar.
Seguir pensando en un centro estanco como el de los 90 o 2000 es el error que tan caro le ha costado a la izquierda histórica en Chile. Las necesidades cambiaron, las demandas son otras y la puja por dar respuesta a cada una está abierta al mejor postor, al que ofrezca un menor performance, una mejor postventa.
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