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ELECCIONES CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Concertación ya fue, dejen de buscarla

El centro político que muchos buscan no volverá porque las condiciones que lo hicieron posible ya no existen. En su lugar, necesitamos nuevas herramientas políticas que respondan a los problemas de hoy, no a la nostalgia de ayer

elecciones primarias 2025

Mucha gente se devanea los sesos pensando dónde está el centro político o su correlato electoral. Más precisamente, muchos buscan al centrismo que sostuvo a la Concertación, ese amplio sector de votantes moderados. Pero lo cierto es que sabemos poco de qué es y qué mueve exactamente a esas personas a votar. Alfredo Joignant, en una columna reciente en EL PAÍS, desglosa qué sensibilidades podrían estar ahí. Sin embargo, la conclusión es que hablar de “centro” no significa mucho por sí solo.

Lo que han mostrado las últimas elecciones es que la ciudadanía no se comporta en política siguiendo un espectro lineal que va de izquierda a derecha o que, al menos, tenemos que replantear cuáles son sus coordenadas y contenido; más todavía si incluimos en la ecuación la gran masa de votantes obligados. No por nada los candidatos que aspiran y aspiraron a representar ese centro han cosechado más derrotas que victorias. Luego del triunfo de Sebastián Piñera en 2017, y con pocas excepciones, Sebastián Sichel, Yasna Provoste o Carolina Tohá, junto con los partidos Amarillos y Demócratas, han intentado movilizar a esa gente con los magros resultados que conocemos.

Esos fracasos se confirman al observar que las alternativas que concitan mayor entusiasmo no han sido exactamente las moderadas. En orden cronológico: la Lista del Pueblo en la Convención Constitucional, Gabriel Boric, el Partido Republicano en el Consejo Constituyente, y hoy las candidaturas presidenciales de Jeannette Jara y José Antonio Kast. Algunos podrían decir que Boric constituye una excepción parcial, pues fue forzado por la segunda vuelta, primero y por la derrota constituyente, después, a abandonar su programa original y moderar su discurso. Ninguno de los otros reivindica ni esa época de consensos ni los grandes acuerdos como objetivo central de la política. En parte, tienen razón: la transición democrática fue un período excepcional, con su propia dinámica y límites, con reglas y circunstancias que no son las que hoy rigen nuestra vida política. No obstante, también es cierto que los acuerdos en sí no constituyen un programa de gobierno. No bastan, por más noble que sea la aspiración de generar algunos consensos transversales para avanzar en materias sensibles.

El pálido rendimiento electoral del centro político refleja un problema más profundo: nuestra relación con el legado de la Concertación. La nostalgia por los éxitos de los treinta años nos ha llevado a romantizar en exceso ese período. Esto nos impide escrutar cuáles de nuestros problemas actuales encuentran su origen en la transición democrática y por qué la ciudadanía (además de la propia Concertación) le dio la espalda. Nadie dice que retomar la estabilidad o apuntalar el crecimiento económico sean objetivos equivocados, sino que las recetas de aquel entonces no sirven para un mundo que cambió. Tampoco supone pensar que quienes critican esa época tienen toda la razón, como ha pretendido el Frente Amplio y su caricatura en los spots de primarias. Solo significa reconocer dos cosas: que no todo fue tan armonioso como a veces se recuerda, y que las tesis de ese período respondían en gran medida a las circunstancias concretas del momento.

De lo anterior se sigue que las instituciones que hicieron posible la prosperidad de ese tiempo —la subsidiariedad como principio rector, el Estado de Derecho, un modelo económico que sustentaba la libre empresa, entre otras— requieren nuevas elaboraciones. No se trata de abandonarlas, sino de repensarlas para los desafíos actuales. El centro político que muchos buscan no volverá porque las condiciones que lo hicieron posible ya no existen. En su lugar, necesitamos nuevas herramientas políticas que respondan a los problemas de hoy, no a la nostalgia de ayer.

Si la transición tuvo límites importantes y su base de apoyo social ya no está en ese centro imaginario, entonces los candidatos y candidatas que busquen apelar a ese electorado con el mero recurso a la Concertación cometen un error. No sirven las procesiones a los antiguos dirigentes, por más capacidades que tengan. Existe, entonces, un desacople entre las figuras, las élites que dirigieron esos procesos y la ciudadanía que votó por ellos, pero que hoy no se siente identificada con esas ideas, esos rostros. Buscar el centro perdido no pasa por ubicarse en un lugar equidistante de los polos, sino por capturar y conducir las aspiraciones de muchos que dejaron de identificarse ya no con un partido o bloque, sino con la política misma.

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