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ELECCIONES CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un mito político: el ‘centro’ y sus usos

Cuando se afirma que las elecciones se ganan en el ‘centro’, ¿entendemos realmente el sentido de tal afirmación? ¿Qué explica exactamente el ‘centro’? La pregunta es relevante ya que el eje derecha-izquierda se ha vuelto mucho menos exigente

Democracia Cristiana de Chile

Con la victoria de la candidata comunista Jeannette Jara en las elecciones primarias de izquierdas y el favoritismo del que goza el candidato de derecha ultra José Antonio Kast según las encuestas, la pregunta que moros y cristianos se hacen es: ¿dónde quedó el centro? Para responder esta pregunta, hay que entregar una respuesta lógicamente previa a otra interrogante: ¿qué es el centro?

Durante muchos años, en Chile como en tantas otras partes, la pregunta por la existencia del centro no admitía dudas: el centro estaba allí, duro como una roca, al punto de que se podía argumentar y afirmar muy en serio que el centro no era solo político, sino también social, y hasta cultural. Aun más: los partidos podían jugar con un modo espacial de representación política, argumentando acerca de la importancia de transformarse en la izquierda del centro (y no en centroizquierda) o en la derecha del centro (y no en centroderecha), en una carrera espacial interminable. En Chile se pudo hablar, con cierta verosimilitud aunque sin claridad sobre los fundamentos, sobre un centro “excéntrico” asociado a la Democracia Cristiana. Y qué decir de la asociación entre centro político y clases medias, como si el centro y la naturaleza media de las clases sociales fuesen sinónimos de promedio. Así eran las cosas, así se pensaba la política, sin nunca introducir claridad: pura doxa espacial. Pues bien, ese estado del mundo dejó de existir, y no es irrealista pensar que el propio eje derecha-izquierda que cobija al centro también termine por extinguirse.

Hay tres formas de entender lo que el centro quiere decir, y detectar donde se encuentra esa cosa rara y cada vez menos evidente de entender.

En primer lugar, el centro político puede ser entendido como “común denominador” entre fuerzas, candidatos, ideas y políticas cuya proximidad y función fue bien capturada por la teoría del votante medio y, en la realidad de las cosas, por la derecha y la izquierda orientadas a gobernar. En Chile, la indiferenciación entre la izquierda y la derecha (al singular) fue evidente durante la era de oro de los gobiernos de la Concertación, un periodo de evidente progreso en todos los indicadores de bienestar que se pagó al precio de erosionar las identidades partidarias. Es esa indiferenciación que el gurú de Margaret Thatcher, Keith Joseph, intuyó tempranamente, denunciando la indiferenciación por razones no de fondo, sino de cálculo electoral. Esto es lo que explica que Joseph haya pensado el centro como un common ground hecho de tradiciones, creencias y sensibilidades del pueblo británico (lo que significaría que el centro según Joseph estaría formado por material cultural, más que político y electoral). 15 años más tarde del fin de la Concertación (10 después del segundo Gobierno de Michelle Bachelet), los partidos que se localizan en los extremos del eje derecha-izquierda dominan la competencia con sus candidatos presidenciales: de allí que hoy se hable, con razón, de izquierdas y derechas al plural.

En segundo lugar, el centro puede ser entendido como actitudes y comportamientos moderados, en donde la moderación provendría de una cierta psicología de los votantes. Es así como los electores, ante preguntas de encuesta sobre la orientación de tales o cuales políticas, elegirían alternativas moderadas, es decir centristas, optando solo marginalmente por políticas categóricas. Pues bien, esto sigue siendo cierto ante preguntas sobre políticas de orientación estatista o de mercado, o sobre preguntas referidas a valores o modos de vida: no en términos binarios, sino en una lógica de escala que matiza la toma de posición. He allí la paradoja: si los chilenos son actitudinalmente moderados, entonces lo que cabe explicar son las razones de por qué eligen candidaturas polarizantes, cuyos electorados son aparentemente irreconciliables… lo que está por verse.

En tercer lugar, el centro es también y sobre todo un artefacto metodológico que identifica zonas espaciales a lo largo de un eje: comúnmente mediante escalas tipo Likert de 10 posiciones que van desde la izquierda a la derecha, o desde un extremo liberal a otro conservador. Así las cosas, artefactualmente las personas serían de centro cuando se auto-posicionan en las zonas 4, 5 o 6 de un eje. Es de este modo que sabemos dónde está el centro, pero esto no nos dice nada de lo que es el centro cuando nos formulamos la pregunta en términos genéricos: esta es precisamente la dificultad asociada a la pregunta con la que inicié este artículo tras las primarias presidenciales y la lectura de las encuestas que sitúan a Kast como candidato favorito (al día de hoy) del electorado de derechas.

Todas estas cosas nos hablan de un centro sin adjetivos que se convirtió en un mito político. ¿En qué sentido? En el sentido en que cuando los actores políticos hablan y diagnostican la lógica del campo político en términos espaciales, no tenemos idea a qué se refieren exactamente. Cuando se afirma que las elecciones se ganan en el centro (como si hubiesen leído Una teoría económica de la democracia de Anthony Downs), ¿entendemos realmente el sentido de tal afirmación? ¿Qué explica exactamente el centro? La pregunta es relevante ya que el eje derecha-izquierda se ha vuelto mucho menos exigente: dependiendo de las encuestas, de los países y de las coyunturas históricas por las que atraviesan, hay mucha gente que no se identifica con el eje. Por lo tanto, el centro para ellos pasa a ser una categoría netamente espacial, sin significado ideológico, y a menudo sin sentido.

De lo anterior se sigue que el electorado chileno, especialmente ese gran contingente de votantes que entró a sufragar de modo obligatorio y que, según algunas encuestas, se inclina levemente por ofertas políticas de derecha (sin reconocerse en esa categoría), puede perfectamente desconocer la pertinencia del eje desde una perspectiva práctica y vital. No tengo pruebas definitivas sobre magnitudes, tampoco dudas sobre sus razones vitales: son muchas las personas cuya conducta electoral no se apega al eje derecha-izquierda. Es perfectamente pensable que existan electores que, habiendo votado Bachelet, hayan podido rechazar la propuesta de nueva Constitución en los dos plebiscitos de salida, sentir simpatía por Boric y hoy se inclinen por la candidatura de José Antonio Kast. Es más: no sería extraño que tras la irrupción de la candidata comunista Jeannette Jara a partir de atributos que la describen como una chilena más, que viene de abajo a punta de mérito, produzca atracción en electores que se estaban inclinando por Kast. No tengo dudas: las personas que modifican su inclinación a votar de este modo no experimentan ningún tipo de incoherencia política (que es atribuida por quienes comentan la vida del campo político). ¿Y qué hay del centro político en estas circunstancias? Nada relevante: sólo se confirma que las coordenadas del campo y sus elecciones tienen cada vez menos que ver con las categorías del eje derecha-izquierda (a las que se asocian, mal que mal, sistemas ideológicos), y aun menos con el centro, que es lo más parecido a un no-lugar.

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