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PARTIDO SOCIALISTA
Columna
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El Partido Socialista: entre caciques y operadores

Este es el gran problema del PS: el rol creciente de caciques que han mutado en operadores terminó capturando al partido en sus decisiones sobre selección de candidatos

Militantes socialistas, encabezados por Carolina Tohá, conmemoran el natalicio de Salvador Allende en Santiago, el 26 de junio.

El Partido Socialista de Chile (PS) fue, sin lugar a dudas, uno de los principales partidos damnificados por el adverso resultado de las elecciones primarias presidenciales de las izquierdas: recordemos que fue la candidata comunista Jeannette Jara quien se impuso holgadamente. No porque la candidata que los socialistas apoyaban, Carolina Tohá, formara parte de sus filas, sino porque esta es la tercera vez consecutiva en que el partido de Salvador Allende fracasa en consagrar una candidatura presidencial competitiva y, sobre todo, propia. Más profundamente, este adverso resultado pone al desnudo la verdadera importancia del PS: un partido que en las últimas elecciones municipales apenas alcanzó el 6% de los votos a nivel de concejales (que es la dimensión más política y realista de comparación de la fuerza relativa de cada partido en Chile), y que ha ido perdiendo prestancia en el ejercicio del poder durante el Gobierno del presidente Gabriel Boric.

Seamos claros: nadie duda que los socialistas han entregado excelentes cuadros para gobernar, con experiencia política y habilidades de gestión. Sin ir más lejos, el ministro de Hacienda Mario Marcel proviene del mundo socialista, así como el ministro del Interior Álvaro Elizalde, sin contar las decenas de jefes de servicio y de división en todos los ministerios. Es en este preciso sentido que el PS es un partido que está orientado a gobernar. Pero al mismo tiempo, este mismo partido ha perdido prestancia en su modo de existir: el escándalo provocado por el “caso Monsalve” (del nombre de un influyente exsubsecretario del Interior encargado de la seguridad pública que se vio involucrado en un enigmático caso de abuso sexual), así como la mediática disputa por una senaduría entre la presidenta del PS Paulina Vodanovic y un diputado marginal de origen socialista (Jaime Naranjo), han mermado la imagen de partido serio. Estamos muy lejos del periodo de comportamiento virtuoso de los convencionales socialistas durante la primera asamblea redactora de una nueva Constitución en 2021, en la que entregaron moderación pagando altos costos ante una mayoría de convencionales que se embriagaron con la función de elaborar una carta fundamental cuyas formas y contenidos generaron amplio rechazo en los chilenos.

En síntesis: los socialistas tienen un verdadero problema, el que se traduce en varios niveles. Uno de ellos es su captura por un tipo de agente que siempre ha cumplido un rol en la vibrante vida interna de los socialistas, el cacique, a quien se suma el papel mucho más pueril que es desempeñado por los “operadores”.

El PS siempre ha descansado, en su calidad de organización, en caciques locales. No sabemos muy bien cómo se originó este caciquismo una vez que el PS fue fundado allá por el año 1933. Lo que sí sabemos es cómo el PS, hasta el golpe, funcionó a partir del rol ejercido por sus intermediarios locales, los “regidores” del partido en alianza con sus diputados y senadores, movilizando votos a cambio de favores personales. Arturo Valenzuela describió y analizó muy bien este fenómeno en su libro de 1977 (que fuese traducido al español en 2016): Intermediarios políticos en Chile. Valenzuela abordó el clientelismo socialista en 14 municipalidades en 1968 y 1969, en un periodo de gran vitalidad ideológica de la izquierda, y de los socialistas en su competencia con los comunistas. Lo paradójico de este estudio de Valenzuela es que el trabajo en terreno fue realizado en un momento histórico en el que las municipalidades poseían pocos recursos económicos para atender las necesidades del pueblo: el clientelismo que era así descrito por Valenzuela se basaba entonces en vínculos fundamentalmente afectivos e ideológicos. Casi 60 años más tarde, el fenómeno clientelar sigue existiendo, aunque con coordenadas muy distintas: municipalidades con recursos económicos más importantes para satisfacer las necesidades ya no de un pueblo sino de los “vecinos”, por parte de caciques locales muy desideologizados, transformándose en “operadores” que mueven votos. Esta función de movilización electoral por parte de operadores es sobre todo importante con ocasión de las elecciones internas del PS, y es mucho menos relevante para enfrentar con éxito elecciones municipales, y sobre todo generales.

Este es el gran problema del PS: el rol creciente de caciques que han mutado en operadores terminó capturando al partido en sus decisiones sobre selección de candidatos. En tal sentido, al no disputarles su rol reduciendo su protagonismo, el PS desemboca inevitablemente en una forma de selección de candidatos que satisface criterios internos, pero que no cumple ninguna función útil en la conquista del electorado (especialmente de su votante medio).

Ciertamente, esta sensación de fin de un mundo que la historia electoral del PS entrega no se explica solo por una mediocre selección de candidatos: la mediocridad existe, siendo una condición necesaria pero no suficiente para explicar el indetenible debilitamiento del socialismo en Chile. Otra dimensión de la explicación es su sequía de ideas: no puede entonces ser motivo de sorpresa que, ante el dominio invisible de caciques y operadores, el PS no logre transitar hacia la vía larga de la creación política e intelectual. Mientras esto último no ocurra, el PS se encamina lenta y seguramente hacia su propia extinción: algo así como la vía chilena al suicidio político.

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