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Natalidad
Tribuna
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Baja de la natalidad en Chile: no quiero tener hijos porque no quiero

El deseo de un grupo de jóvenes actuales que están felices con sus vidas y tienen trabajo es seguir como están, sin integrar hijos a sus existencias

Baja natalidad Chile

Con la publicación de los datos del último censo 2024 en mayo de este año, la atención a la baja de la natalidad en Chile, que ya venía observándose desde principios del siglo XXI, pasó a ser uno de los temas centrales de la agenda pública. Durante todo el año se han publicado diversos documentos que analizan el fenómeno explorando sus causas y consecuencias. Muchos de ellos entregan propuestas para enfrentar el nuevo escenario, lo que es clave para lograr un ajuste en la inversión, la promoción del empleo y la entrega de servicios, entre otros.

Un número importante de las iniciativas planteadas busca revertir la baja de natalidad apelando a que la causa de la disminución en el número de nacimientos en Chile se debe a factores externos. Este es el caso de ‘Caída de la natalidad y nueva realidad demográfica’, un documento de propuestas presidenciales sobre el tema demográfico en Chile. Sin duda, una parte de la explicación tiene que ver con ese tipo variables, pero me quiero detener en un elemento que no se enfrenta con la misma intensidad en la discusión: hoy muchas mujeres y hombres en edad fértil no quieren tener hijos porque no quieren.

Pereciera difícil aceptar que personas no quieran tener hijos porque simplemente no quieren tenerlos. Razones tales como no tener una situación económica que permita enfrentar el costo de criar un hijo, creer que este mundo está muy violento y no estar dispuesto a que más personas vivan en él, no contribuir al calentamiento global, entre otras, son explicaciones que pueden ser comprensibles. Pero ‘no porque no quiero’, es una afirmación que no se atiende y se anula en la discusión pública.

En un análisis realizado a partir de la encuesta CEP 92 profundizamos en la diferencia que había entre las respuestas sobre el número ideal social de hijos para una familia y los nacimientos efectivos. La conclusión es clara: los jóvenes entre 18 y 29 años que están satisfechos con su vida y tienen trabajo tienden a tener menos hijos que lo declarado, y los adultos entre 30 y 44 no muestran abiertamente esa tendencia, pero tampoco la contraria.

El deseo de un grupo de jóvenes actuales que están felices con sus vidas y tienen trabajo es seguir como están, sin integrar hijos a sus existencias. Esto es resistido por diversos actores, entre ellos, el Estado, para el que la baja de natalidad es un problema concreto. Se escucha, se anota y se trata de identificar qué hace falta para que cambien de opinión y cómo puede el Estado colaborar a entregar lo necesario. Se cree que, con una mejor situación económica para acceder a cuidados, vivienda y otros bienes, mayor flexibilidad laboral para poder ejercer una paternidad o maternidad activa, proyecciones de futuro auspiciosas para que los hijos e hijas habiten en un mundo que los acoja, mayor sentido de comunidad, por nombrar algunos, se podría mover la aguja y aumentar la natalidad. Sin embargo, el grupo de jóvenes que está bien como está no quiere incentivos. Está disfrutando de poder controlar su vida sin arriesgar su tranquilidad con elementos externos. Los hijos para ellos no solo son una fuente importante de riesgos, sino que también algo que no se quiere porque se está bien sin tenerlos. No son percibidos como fuente de felicidad, tampoco como el camino para completar el desarrollo personal ni como una forma de perpetuarse en el mundo. La respuesta es ‘no quiero ser madre o padre’, o ‘quiero tener solo un niño’, independiente de la edad, la situación económica, el estado civil o lo que se piense sobre el calentamiento global, las guerras y la dominación de la humanidad por la inteligencia artificial.

Anastasia Berg y Rachel Wiseman en su libro What Are Children For?: On Ambivalence and Choice, de 2024, profundizan en el análisis de esa respuesta y coinciden con nuestro estudio en que hay un grupo específico de personas —aquellas con educación, trabajo y satisfechas con la vida— que más probablemente no estén interesadas en tener hijos. Aceptar que no querer tener hijos es una posibilidad para algunos, significa no dar por hecho que, teniendo todas las condiciones, siempre se optaría por tener hijos.

Dar espacio a la pregunta de si se quiere o no tener hijos, tiene que ver con el avance del proceso de individuación, que intensifica la autodeterminación y el control sobre la propia vida. Las decisiones son personales, no colectivas; se toman pensando en el proyecto de vida que se quiere realizar, no en las expectativas sociales. En ese contexto, lo interesante es que exista la pregunta, no cuál es la respuesta.

Esta diferencia debiera marcar las propuestas de política pública que se realizan y no invalidar al grupo de jóvenes y adultos —hombres y mujeres— que ha decidido no tener hijos. Dado el proceso creciente de individuación que vive la sociedad chilena, es esperable que este grupo aumente. Por ello, no se pueden esperar cambios en las tendencias demográficas, aunque se mejoren los factores externos que estarían limitando la decisión del grupo que sí quiere ser madre o padre. Llama la atención que muchas de las propuestas están enfocadas en facilitar las condiciones de las mujeres, como si la decisión la tomaran únicamente ellas. Nuestro análisis muestra que tanto hombres como mujeres con ciertas características tienen más probabilidad de no querer tener hijos o desear tener solo uno.

Las propuestas que debieran intensificarse son aquellas que buscan la adaptación del país al escenario que ya está en desarrollo, el de un país con baja natalidad y con una esperanza de vida promedio de 81 años, lo que implica una creciente proporción de personas mayores en la población. En esa línea, es imprescindible apoyar, más que antes, a quienes hoy son niños y niñas, para que, siendo un grupo minoritario en el futuro, tengan las herramientas requeridas para sostener la producción del país y el cuidado del resto de la población y de sí mismos.

La principal política de adaptación debería ser mejorar la educación básica de las actuales generaciones de niños y ocuparse de su salud mental, uno de los problemas más graves que afecta a la infancia y que significa una limitación para su desarrollo. Esta perspectiva está ausente en el análisis del fenómeno de la baja de natalidad y es imprescindible ponerla sobre la mesa cuanto antes.

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