Venezuela, entre el cansancio, la pureza moral y la esperanza
La líder opositora María Corina Machado ha sabido evolucionar hábilmente, romper la imagen de “burguesita de fina estampa”, como la llamó Chávez, e ir al encuentro del venezolano de a pie


El 13 de enero de 2012, la entonces diputada María Corina Machado tomó la palabra en la Asamblea Nacional venezolana e interrumpió el monólogo del presidente Hugo Chávez, que para entonces ya llevaba hablando unas ocho horas sin interrupción. Sin titubear pese a los intimidatorios pitidos de los adeptos del mandatario, le dijo que expropiar empresas privadas era robar y que el tiempo de su Gobierno había acabado. Chávez, ya enfermo y poco acostumbrado a que le increparan de aquella manera, se negó a debatir y le respondió una frase que muchos venezolanos no han olvidado: “Águila no caza moscas”.
Más de 13 años después, se puede estar o no de acuerdo con las ideas de Machado y apreciar más o menos sus métodos y sus alianzas, pero todos, incluso sus enemigos, reconocen ese aplomo que sigue intacto. El que la ha hecho quedarse en Venezuela cuando la mayoría de los líderes opositores que seguían en libertad se han marchado, han dejado la política o incluso han cambiado de bando. Tal vez por eso, cuando la Premio Nobel de la Paz apareció en el balcón de su hotel en Oslo el pasado miércoles por la noche, la gente que la esperaba y que podría haberla recibido de muchas maneras, gritó, al unísono y como si lo hubiera estado ensayando: “¡Valiente, valiente!”.
Han pasado muchas cosas desde aquel 13 de enero de 2012. En la vida de Machado y en Venezuela, pese a que el marco político del país siga siendo prácticamente el mismo, aunque mucho más resquebrajado y cada día menos creíble para el público, incluso para el público del Gobierno. Es innegable que en este tiempo la líder opositora ha sabido evolucionar hábilmente, romper la imagen de “burguesita de fina estampa”, como la llamó Chávez, e ir al encuentro del venezolano de a pie. En las barriadas chavistas de Caracas como El Paraíso, en los pueblos perdidos de El Sombrero o San Juan de los Morros, en la frontera con Colombia o en la Mérida andina.
El líder perfecto no existe, menos aún en contextos tan polarizados como el venezolano, pero sí existen los líderes necesarios o los que, como decía Napoleón Bonaparte, son líderes porque “distribuyen esperanza”.
“Veintiséis años de chavismo son muchos años y estoy cansado”. La frase se repite, de manera casi idéntica, en boca de muchos amigos venezolanos en estos días, desde dentro y fuera del país. Algunos son críticos con Machado y algunas de sus posiciones, pero se preguntan qué harían ellos en su lugar y qué “sapos” estarían dispuestos a tragar a estas alturas si eso hiciera avanzar a Venezuela. Todos ellos acompañaron, ansiosos y a distancia, el periplo de la líder opositora hasta Oslo y recibieron como un bálsamo el discurso del presidente del Comité Noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes. Especialmente, cuando aseguró que el premio rendía homenaje a “quienes esperan en la oscuridad” y reconoció que “el futuro de Venezuela puede tomar muchas formas, pero el presente es uno y es horroroso”.
Es fácil opinar sobre Venezuela y sus líderes, como llevamos haciendo años, envalentonados por un declive que contemplamos desde lejos y que no trunca nuestras vidas. A esto también se refirió el presidente del Comité del Nobel cuando recordó que “desde una distancia segura”, esperamos que líderes como Machado “persigan sus objetivos con una pureza moral que sus adversarios jamás muestran”. “No es realista. Es injusto. Y revela una ignorancia de la historia”, zanjó el responsable noruego.
En este momento, a la mayoría de los venezolanos no les parece importante detenerse en si Machado merece o no el Nobel de la Paz. Lo que pesa cada día y mucho es el hartazgo y lo que urge es que alguien distribuya esperanza.
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