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Jorgen Watne Frydnes, presidente del Comité Noruego del Nobel: “Señor Maduro, acepte los resultados de las elecciones y renuncie”

Lea completo el discurso de apertura de la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz a María Corina Machado

Jorgen Watne Frydnes
El País

Sus Majestades,

Sus Altezas Reales,

Señora Machado,

Premio Nobel de la Paz,

Excelencias,

Distinguidos invitados,

Señoras y señores.

Samantha Sofía Hernández, una adolescente de 16 años, el mes pasado fue brutalmente secuestrada por hombres enmascarados de las fuerzas de seguridad del régimen de Maduro. La sacaron de la casa de sus abuelos. No sabemos dónde se encuentra actualmente, probablemente en uno de los centros de internamiento de la dictadura. Puede que esté con su padre, quien en enero desapareció sin dejar rastro.

¿Cuál fue su pecado?

Su hermano era soldado, pero se negó a seguir las órdenes del régimen de cometer actos brutales contra la población.

Por ese delito, toda la familia debe ser castigada.

A Juan Requesens se le ordena girarse lentamente hacia la cámara. Las imágenes lo muestran de pie, en ropa interior, cubierto de heces y con la mirada perdida y confusa. Supuestamente había confesado haber planeado un golpe de Estado. Pero, por supuesto, no había pruebas. El día antes de ser detenido, Juan compareció ante la Asamblea Nacional. Dio un discurso en el que repetía una frase clave; una promesa a su país y a sí mismo: “Yo me niego a rendirme”.

Alfredo Díaz, líder opositor y exalcalde, fue sacado de un autobús el pasado mes de noviembre y arrojado a las profundidades de El Helicoide, la mayor cámara de tortura de América Latina. Un preso político más, en una larga lista. Esta semana se ha conocido la noticia de su muerte. Otra vida perdida. Otra víctima del régimen.

Estas historias no son únicas. Esta es Venezuela de hoy. Es como el régimen venezolano trata a sus propios ciudadanos. A una hermana. A un estudiante. A un político. Cualquiera que aún crea en decir la verdad en voz alta puede desaparecer violentamente en un sistema creado específicamente para erradicar esa creencia.

Samantha, Juan y Alfredo no eran extremistas. Eran venezolanos comunes y corrientes que soñaban con libertad, democracia y derechos.

Por ello, les arrebataron la vida.

Este régimen ni siquiera perdona a sus niños. Más de 200 menores fueron detenidos tras las elecciones de 2024. Las Naciones Unidas documentaron lo que sufrieron de la siguiente manera:

Bolsas de plástico apretadas sobre sus cabezas.

Descargas eléctricas en los genitales.

Golpes al cuerpo tan brutales que les dolía respirar.

Violencia sexualizada.

Celdas tan frías que provocan intensos temblores.

Agua potable contaminada, llena de insectos.

Gritos a que nadie acudió para poner fin.

Un niño yacía en la oscuridad susurrando el nombre de su madre, una y otra vez, con la esperanza de que ella no creyera que estaba muerto.

Un joven de 16 años finalmente regresó a casa, tan devastado por las descargas eléctricas y los golpes que no podía abrazar a su madre sin sentir un dolor agudo en todo el cuerpo. Durante meses, se asustaba con cada ruido y apenas dormía. Por la noche se despertaba sobresaltado, convencido de que los soldados habían regresado para reanudar sus ataques.

Mientras estamos aquí sentados en el Ayuntamiento de Oslo, hay personas inocentes encerradas en celdas oscuras en Venezuela. No pueden oír los discursos de hoy, solo los gritos de los presos que están siendo torturados.

Así es como los poderes autoritarios intentan aplastar a quienes se alzan en defensa de la democracia. Las Naciones Unidas han declarado que estos actos constituyen crímenes de lesa humanidad.

Este es el régimen de Nicolás Maduro.

Venezuela se ha convertido en un Estado brutal y autoritario sumido en una profunda crisis humanitaria y económica. Mientras tanto, una pequeña élite en la cúspide, protegida por el poder, las armas y la impunidad, se enriquece.

A la sombra de esta crisis, miles de mujeres y niños se ven empujados hacia la prostitución y la trata de personas. Las hijas simplemente desaparecen. Los niños se convierten en objetos de comercio en manos de delincuentes que ven la desesperación humana como una oportunidad de negocio.

Una cuarta parte de la población ya ha huido del país, lo que supone una de las mayores crisis de refugiados del mundo.

Quienes se quedan viven bajo un régimen que silencia, acosa y ataca sistemáticamente a la oposición

Venezuela no está sola en esta oscuridad. El mundo va por mal camino. Los regímenes autoritarios están ganando terreno.

Tenemos que plantearnos la incómoda pregunta: ¿Por qué nos resulta tan difícil preservar la democracia, una forma de gobierno concebida para proteger nuestra libertad y nuestra paz?

Cuando la democracia pierde, el resultado es más conflicto, más violencia, más guerra.

En 2024 se celebraron más elecciones que en ningún otro año anterior, pero cada vez menos son libres y justas. El poder de la ley se usa de forma indebida. Se silencia a los medios libres. Los críticos son encarcelados.

Cada vez más países, incluso aquellos con una larga tradición democrática, están derivando hacia el autoritarismo y el militarismo.

Los regímenes autoritarios aprenden unos de otros. Comparten tecnologías y sistemas de propaganda. Detrás de Maduro están Cuba, Rusia, Irán, China y Hezbolá, que proporcionan armas, sistemas de vigilancia y vías de supervivencia económica. Hacen que el régimen sea más robusto y más brutal.

Y, sin embargo, en medio de esta oscuridad, hay venezolanos que se han negado a rendirse. Los que mantienen viva la llama de la democracia. Que nunca ceden, pese al enorme coste personal. Ellos nos recuerdan constantemente lo que está en juego.

Muchos de ellos están hoy aquí con nosotros:

El presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia.

Carlos, el poeta.

Claudia, la activista.

Pedro, el catedrático universitario.

Ana Luisa, la enfermera.

Corina, la abuela.

Antonio, el político de oposición.

María Corina, la ganadora del premio Nobel de la Paz.

En el núcleo de la lucha por la democracia brilla una simple verdad: la democracia es más que una forma de gobierno. Es también la base para una paz duradera.

Millones de venezolanos lo saben.

Año tras año, estudiantes, sindicatos, periodistas, organizaciones empresariales y ciudadanos de a pie se han movilizado en oleadas de resistencia.

Han llenado las calles en señal de protesta. Cuando les arrebataron sus votos, hicieron sonar cacerolas. Cuando la vigilancia estatal se vuelve ineludible, susurran.

Personas de todo el espectro político - desde comunistas hasta conservadores - se han alzado para desafiar al régimen. La oposición ha probado una estrategia tras otra.

A lo largo de todo esto han dicho: No luchamos por venganza, sino por justicia. Por la inviolabilidad de las urnas. Por la democracia. Por la paz.

Pero les responden que esas cosas son imposibles. Que fracasarán.

Y cuando los venezolanos pidieron al mundo que prestara atención, les dimos la espalda.

Mientras perdían sus derechos, su alimento, su salud y su seguridad - y, finalmente, su propio futuro – gran parte del mundo se aferró a sus viejas narrativas. Algunos insistían en que Venezuela era una sociedad igualitaria ideal. Otros solo querían ver en ella una lucha contra el imperialismo. Otros más optaron por interpretar la realidad venezolana como una competencia entre superpotencias, pasando por alto el valor de quienes buscan la libertad en su propio país. Todos estos observadores tienen algo en común: la traición moral a quienes de hecho viven bajo este régimen brutal.

Si solo apoyas a quienes comparten tus opiniones políticas, no has entendido ni la libertad ni la democracia. Sin embargo, muchos críticos se quedan ahí. Ven que las fuerzas democráticas locales cooperan, por necesidad, con actores que les desagradan y utilizan eso como justificación para negarles su apoyo. Así anteponen las convicciones ideológicas a la solidaridad humana.

¿Cómo debemos considerar a aquellos que dedican toda su energía en buscar defectos en las difíciles decisiones que han debido tomar los valientes defensores de la democracia, en lugar de reconocer su valentía y su sacrificio, o de preguntarse cómo podemos también nosotros contribuir a la lucha contra la dictadura?

Es fácil aferrarse a los principios cuando lo que está en juego es la libertad de otros. Pero ningún movimiento democrático actúa en circunstancias ideales. Los líderes activistas deben enfrontar y resolver dilemas que quienes observamos desde fuera podemos permitirnos ignorar. Quienes viven bajo una dictadura a menudo tienen que elegir entre lo difícil y lo imposible. Sin embargo, muchos de nosotros - desde una distancia segura - esperamos que los líderes democráticos de Venezuela persigan sus objetivos con una pureza moral que sus adversarios jamás muestran. Esto no es realista. Es injusto. Y revela una ignorancia de la historia.

Muchos de los que se han subido a este estrado para recibir el Premio Nobel de la Paz, entre ellos Lech Walesa y Nelson Mandela, conocían bien los dilemas del diálogo.

En los sistemas autoritarios, el diálogo puede conducir a mejoras, pero también puede ser una trampa. El diálogo se utiliza a menudo para ganar tiempo, generar división y controlar la agenda. María Corina Machado ha participado en procesos de diálogo por años. Nunca ha rechazado el principio de hablar con la otra parte, pero sí ha rechazado los procesos vacíos.

La paz sin justicia no es paz.

El diálogo sin verdad no es reconciliación.

El futuro de Venezuela puede tomar muchas formas. Pero el presente es uno solo, y es horroroso.

Por eso la oposición democrática en Venezuela debe contar con nuestro apoyo, no con nuestra indiferencia o, peor aún, con nuestra condena. Cada día, sus dirigentes deben elegir un camino que realmente esté a su alcance, no el camino de las ilusiones.

Apoyar el desarrollo democrático es apoyar la paz.

Pero desde el anuncio del Premio Nobel de la Paz de este año, se ha planteado la cuestión: ¿La democracia realmente conduce a la paz? Los resultados de la investigación son contundentes, y la respuesta es afirmativa. No porque la democracia sea perfecta, sino porque sus propios mecanismos hacen que la guerra sea menos probable.

Las democracias cuentan con válvulas de seguridad: medios de comunicación libres, estructuras de reparto del poder, tribunales independientes, organizaciones de la sociedad civil y elecciones que permiten cambiar de liderazgo sin recurrir a la violencia. En este entorno político, las opiniones divergentes no son una amenaza que deba ser sofocada, sino una ventaja.

En una democracia, un líder que ignora los hechos puede ser sustituido en las próximas elecciones. En un régimen autoritario, el líder se mantiene en el poder y reemplaza a todos aquellos que dicen verdades incómodas. La lealtad pasa a ocupar el lugar de la realidad y se toman decisiones peligrosas en la oscuridad. La guerra siempre tiene un alto costo, pero en los regímenes autoritarios no son los líderes quienes pagan el precio más alto. Por eso las democracias casi nunca van a la guerra entre sí, a diferencia de lo que ocurre con más frecuencia con los Estados autoritarios.

El mandato de Nicolás Maduro en Venezuela demuestra por qué. Los conflictos se resuelven por la fuerza bruta y no mediante la negociación. El resultado es una sociedad en la que millones de personas se ven obligadas a guardar silencio, con consecuencias que no se detienen en la frontera. La inestabilidad, la violencia y la destrucción sistemática de las instituciones del país han afectado a toda la región, y un país vecino ha sido amenazado con una invasión militar. Venezuela demuestra - con dolorosa claridad - que el autoritarismo no solo destruye la sociedad desde dentro, sino que también propaga la inestabilidad más allá de sus fronteras.

La democracia no es, obviamente, una garantía de paz, pero es el sistema más eficaz del que disponemos para prevenir la violencia y el conflicto.

Este razonamiento suele suscitar un contraargumento bien conocido: que la democracia en sí genera disturbios y conflictos, que reclamar la libertad es peligroso. Se trata de una afirmación antigua. Los líderes autoritarios la han utilizado durante generaciones para justificar su permanencia en el poder. Hoy, además, refuerzan ese argumento con desinformación y propaganda, dos de sus armas esenciales.

Señoras y señores:

Como ciudadanos en una democracia tenemos el deber de ser críticos con nuestras fuentes de información. Deben saltar las alarmas cuando las opiniones que expresamos sean idénticas a las difundidas por uno de los sistemas de desinformación más manipuladores del mundo. Porque, en ese caso, no solo estamos difundiendo información, sino la propaganda estratégica de un dictador.

¿Qué hemos de pensar cuando leemos que es la oposición venezolana la que amenaza al país con la guerra, que el movimiento democrático es quien desea una invasión? ¿Cuando se invierte por completo el relato y las víctimas son tildadas de agresores? Esta es la versión de la realidad que el régimen de Maduro ofrece al mundo: que su régimen es el garante de la paz. Pero una paz basada en el miedo, el silencio y la tortura no es paz; es sumisión presentada como estabilidad.

No, el origen de la violencia no son los activistas democráticos. Proviene de quienes están en la cúspide del poder y se niegan a cederlo. No fue Nelson Mandela quien hizo violenta a Sudáfrica, sino la represión del régimen del apartheid contra las demandas de igualdad. No fueron los grupos de oposición quienes iniciaron las encarcelaciones en Bielorrusia, las ejecuciones en Irán – o la persecución en Venezuela. La violencia emana de los regímenes autoritarios cuando arremeten contra las demandas populares de cambio.

La paz y la democracia no pueden separarse sin que ambas pierdan su significado. La paz duradera requiere un Estado de derecho, la participación política y el respeto por la dignidad humana.

Antes de poder debatir nuestras discrepancias políticas, debemos establecer algún tipo de democracia. Sin ella, no hay una distinción significativa entre derecha e izquierda, no existe una forma legítima de discrepar, ni una auténtica vida política.

La democracia no es un lujo prescindible.

No es un adorno que se coloca en una estantería.

La democracia es trabajo arduo.

Es acción y negociación.

Es una obligación viva.

Los instrumentos de la democracia son los instrumentos de la paz.

Nos reunimos hoy, por lo tanto, para defender algo mucho más importante que cualquiera de los dos lados de una división política o ideológica. Nos reunimos para defender a la propia democracia, el fundamento mismo sobre el que descansa una paz duradera.

Cuando la gente se niega a renunciar a la democracia, también se niega a renunciar a la paz. Quien entiende profundamente esta verdad es María Corina Machado.

Como fundadora de Súmate, una organización dedicada a construir democracia, María Corina Machado dio un paso al frente para defender elecciones libres y justas hace ya más de dos décadas. Como ella misma lo expresó: “Fue una elección de votos sobre balas”.

A través de sus responsabilidades políticas y de su labor en diversas organizaciones, ha alzado la voz en favor de la independencia judicial, los derechos humanos y la representación popular. Ella ha dedicado años de trabajo a la libertad del pueblo venezolano.

Las elecciones presidenciales de 2024 fueron un factor decisivo en la elección de la galardonada con el Premio de la Paz de este año. María Corina Machado fue la candidata presidencial de la oposición y la voz unificadora de la esperanza en el país. Cuando el régimen bloqueó su candidatura, el movimiento podría haberse derrumbado, pero ella brindó su apoyo a Edmundo González Urrutia y la oposición se mantuvo unida.

La oposición logró encontrar un terreno común en la exigencia de elecciones libres y de un gobierno representativo. Este es el fundamento mismo de la democracia: nuestra disposición compartida a defender los principios del gobierno del pueblo, incluso cuando discrepamos en las políticas. En un momento en que la democracia está bajo amenaza en todo el mundo, es más importante que nunca defender este terreno común.

Cientos de miles de voluntarios se movilizaron por encima de las divisiones políticas. Fueron formados como observadores electorales y utilizaron la tecnología de nuevas maneras para documentar cada etapa del proceso electoral. Hasta un millón de personas vigilaron los centros de votación en todo el país. Subieron las actas de escrutinio, fotografiaron las actas y aseguraron copias antes de que el régimen pudiera destruirlas. Defendieron esa documentación con sus propias vidas y luego se aseguraron de que el mundo conociera los resultados de la elección.

Fue una movilización de base sin precedentes en Venezuela y, probablemente, en el mundo entero. Ciudadanos y ciudadanas de a pie, de todos los ámbitos de la vida, llevaron a cabo un trabajo sistemático y de alta tecnología de documentación en un clima de amenazas, vigilancia y violencia.

Los esfuerzos de este movimiento democrático, tanto antes como después de las elecciones, fueron innovadores y valientes, pacíficos y profundamente democráticos.

La oposición obtuvo apoyo internacional cuando sus dirigentes hicieron públicos los resultados del escrutinio recogidos en los distintos distritos electorales del país, que demostraban que la oposición había ganado por un margen claro.

Pero el régimen lo negó todo. Falsificó los resultados electorales y se aferró al poder, recurriendo a la violencia.

Durante el último año, la señora Machado se ha visto obligada a vivir en la clandestinidad.

Pese a las graves amenazas, ha permanecido en el país, siendo una fuente de inspiración para millones de personas.

Recibe el Premio Nobel de la Paz de 2025 por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha para lograr una transición pacífica y justa de la dictadura a la democracia.

Durante mucho, mucho tiempo, la oposición en Venezuela ha recurrido a todas las herramientas de la democracia para sostener su campaña civil pacífica. A lo largo de los años, la señora Machado y sus aliados se han visto obligados a adaptarse y cambiar de tácticas. Han utilizado casi todos los instrumentos democráticos: desde el boicot electoral cuando el sistema estaba demasiado corrompido, hasta la participación cuando pequeños resquicios en el proceso lo permitían. Han intentado el diálogo, la organización, la movilización y una extensa labor de documentación electoral.

La señora Machado ha solicitado atención, apoyo y presión internacionales, no una invasión de Venezuela.

Ha exhortado a la población a defender sus derechos por medios pacíficos y democráticos.

Las investigaciones sobre la paz lo demuestran claramente: la movilización no violenta a gran escala figura entre los métodos más eficaces para lograr un cambio político en una dictadura. Cuando una población se moviliza, la comunidad internacional ejerce una fuerte presión y las fuerzas de seguridad se abstienen de utilizar la violencia contra la población, puede alcanzarse un punto de inflexión.

Como líder del movimiento democrático en Venezuela, María Corina Machado es uno de los ejemplos más extraordinarios de valentía civil en la historia reciente de América Latina.

El Premio Nobel de la Paz de este año cumple con los tres criterios establecidos en el testamento de Alfred Nobel.

En primer lugar, la oposición venezolana ha logrado unir movimientos políticos, organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos comunes con un objetivo común: el restablecimiento de la democracia. Reunir a grupos diversos que anteriormente se oponían entre sí equivale, en la actualidad, a lo que Alfred Nobel denominó la celebración de congresos por la paz.

En segundo lugar, el movimiento democrático de Venezuela se ha opuesto a la militarización de la sociedad impulsada por el régimen. Dicho régimen ha armado a miles de grupos, ha autorizado a bandas paramilitares a cometer abusos y ha invitado a fuerzas militares extranjeras al país, acelerando así la militarización. Al documentar los abusos y exigir rendición de cuentas, la oposición busca fortalecer la autoridad democrática civil y reducir la influencia de las armas. Esto priva a los criminales y a las milicias afines al régimen de su armamento y autonomía, cumpliendo así con el criterio de Nobel de promover la paz mediante el desarme.

En tercer lugar, la verdadera fraternidad o hermandad - la que Alfred Nobel imaginó - requiere de la democracia. Solo cuando las personas pueden elegir a sus líderes y expresarse sin temor puede arraigar la paz, ya sea dentro de una sociedad o entre países. La democracia constituye la forma más elevada de fraternidad y el camino más seguro hacia una paz duradera.

Por lo tanto, hoy, aquí, en esta sala - con toda la solemnidad que acompaña al Premio Nobel de la Paz y a esta ceremonia anual - diremos aquello que más temen los líderes autoritarios:

Su poder no es permanente.

Su violencia no prevalecerá sobre un pueblo que se levanta y resiste.

Señor Maduro:

Debe aceptar los resultados electorales y renunciar a su cargo. Debe sentar las bases para una transición pacífica hacia la democracia. Porque esa es la voluntad del pueblo venezolano.

María Corina Machado y la oposición venezolana han encendido una llama que ninguna tortura, ninguna mentira y ningún miedo podrán apagar.

Cuando se escriba la historia de nuestra época, no serán los nombres de los gobernantes autoritarios los que destaquen, sino los nombres de quienes se atrevieron a resistir.

Quienes se mantuvieron firmes frente al peligro.

Quienes siguieron adelante cuando otros se rindieron.

Carl von Ossietzky.

Andréi Sájarov.

Nelson Mandela.

A lo largo de su dilatada historia, el Comité Noruego del Nobel ha rendido homenaje a mujeres y hombres valientes que se han alzado contra la represión, que han llevado la esperanza de libertad a las celdas, a las calles y a las plazas públicas, y que con sus actos han demostrado que la resistencia puede cambiar el mundo.

Hoy le honramos a usted, María Corina Machado.

Rendimos también homenaje a todos quienes esperan en la oscuridad.

A todos quienes han sido detenidos y torturados, o han desaparecido.

A todos quienes siguen manteniendo la esperanza.

A todos aquellos en Caracas y en otras ciudades de Venezuela que se ven obligados a susurrar el lenguaje de la libertad.

Que nos escuchen ahora.

Que sepan que el mundo no les da la espalda.

Que la libertad se acerca.

Y que Venezuela volverá a ser un país pacífico y democrático.

Que amanezca una nueva era.

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