Sobre el caso de Laura Restrepo y el Hay Festival
Con su decisión de no asistir al encuentro en Cartagena, en protesta por la invitación a María Corina Machado, la escritora colombiana abdica del principal deber de un intelectual público: entrar en el debate


Hace unos días, en un mensaje personal que se hizo público (o en un mensaje escrito de manera personal pero diseñado para hacerse público), Laura Restrepo le escribió a la directora del Hay Festival para notificarle que renunciaba a participar en la edición que viene. “Comprendo tu filosofía de abrir las puertas de este importante foro cultural a la discusión de los diversos temas desde ángulos opuestos y opiniones contrapuestas”, le dijo. “Pero invitar como ponente a la señora Machado ha sido cruzar la raya. No se le puede dar tarima y facilitar audiencia a quien, como la señora Machado, promueve posturas y actividades a favor del sometimiento de nuestros pueblos y contra la soberanía de nuestros países. Con la intervención imperialista no se discute, sino que se la rechaza sin miramientos”.
Me parece que se equivoca. Al cancelar su participación en el festival, y al hacerlo con el argumento de que el festival había invitado a una mujer cuyas posiciones no comparte, Laura Restrepo abdicó del principal deber de un intelectual público: entrar en el debate. No lo hizo: en lugar de dar razones, prefirió asumir una actitud; en lugar de argumentos, prefirió usar gestos. Y es una lástima, pues la situación presente de Venezuela es de una complejidad enorme, y nuestra comprensión de todo lo que se juega en el Caribe se habría enriquecido, sin duda, confrontando las muchas visiones que se puede tener de esta crisis brutal: incluida la de una intelectual tan importante como Laura Restrepo. Ella tenía en el festival de Cartagena cuatro eventos, por lo menos, en los que hubiera podido explicarles al público y a los periodistas por qué opina lo que opina: por qué es inaceptable pensar lo que piensa María Corina Machado, decir lo que ha dicho María Corina Machado, actuar como ha actuado María Corina Machado. En vez de eso, ha dicho que invitar a María Corina Machado “ha sido cruzar la raya”.
Y eso es acaso lo que más me inquieta: que Laura Restrepo sienta que hay una raya y, sobre todo, que alguien tiene autoridad para ponerla. Yo no creo que sea así: ni siquiera tratándose de alguien que respeto y admiro tanto como Laura Restrepo.
El debate de estos días me ha recordado una de las mejores conversaciones que he visto en el Hay Festival: en 2008, el festival de Gales invitó a John Bolton, que por entonces era uno de los más visibles defensores de la invasión a Irak, para que presentara un libro sobre sus años como embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Peter Florence, director del festival por esos días, se encargó de la conversación, y durante casi una hora interrogó a Bolton sobre su belicismo irredento y sus convicciones americanistas y su rechazo de todo multilateralismo, pero sobre todo lo cuestionó duramente sobre las justificaciones de la catástrofe de Irak, los crímenes de guerra y la mentira de las armas de destrucción masiva. Sometidas a presión por un buen interlocutor, las ideas del halcón de la era Bush se desbarataron ante los ojos de todos. Y no: no estoy diciendo que Bolton sea Machado. (En estos tiempos de frágil comprensión de lectura o de malinterpretaciones voluntarias, hay que aclarar incluso estas cosas.) Traigo a colación la anécdota para sostener que un festival de ideas no sólo puede, sino que debe, “dar tarima y facilitar audiencia” a todas las posturas: aun las que disgustan a un invitado, o a varios.
Seamos claros: Donald Trump es el líder de un gobierno de matones de claras tendencias fascistas (eso quedó demostrado el 6 de enero de 2020 y los días siguientes, y sobre eso escribí en su momento) y lo que pasa en el Caribe, la ejecución extrajudicial de unos cien tripulantes de lanchas que probablemente llevaban droga, no es ni una lucha contra el narcotráfico ni una defensa de Estados Unidos: es una violación flagrante de los derechos humanos y, sobre todo, una manera de ejercer control social y político sobre un país latinoamericano, igual que sucedió en la Guatemala de los años 50, en la Panamá de los 80 y en la Colombia de todos estos años de certificaciones y descertificaciones y monumental hipocresía gringa. Y sí: sobre todo eso escribí en su momento. Lo que está ocurriendo en el Caribe puede ser el preludio de una agresión imperialista, y de eso no cabe duda; y cabe menos duda todavía después del anuncio, con todas las trompetas y los membretes, de que el régimen de Trump vuelve al imperialismo matón de la doctrina Monroe.
Y seamos claros también: los latinoamericanos debemos lamentar que la oposición venezolana, tras sufrir lo indecible durante años, esté tan desesperada como para arrimarse a este gobierno de asesinos y matones que siente un desprecio abierto por América Latina. El gobierno de Trump ha secuestrado a ciudadanos venezolanos, los ha maltratado, los ha encarcelado sin pruebas de que hayan cometido ningún crimen y los ha deportado, pero no a su país, sino a las cárceles infames de El Salvador. Muchos son migrantes que salieron huyendo de la dictadura de Maduro y han sido acusados de pertenecer al Tren de Aragua con la única prueba de tener tatuajes o de usar ciertos tenis (ver el espeluznante reportaje de Jonathan Blitzer en el New Yorker). Sí, el maltrato y el desprecio a los venezolanos que han huido de Maduro llega a cotas de inhumanidad e infamia en el gobierno de Trump; pero María Corina Machado le dedica su premio a Trump y en una entrevista, cuando se le pregunta por sus razones, responde así: “El presidente Trump es quien hoy lidera una coalición internacional que ha atendido el clamor de los venezolanos”.
No lo creo: el presidente Trump no lidera nada más que un imperialismo agresivo de nuevo cuño cuya intención pasa por el control del petróleo y una especie de regreso a la hegemonía hemisférica del siglo XIX, y el clamor de los venezolanos le importa muy poco. Pero también creo que María Corina Machado lidera –ella sí– una oposición venezolana que no sólo ganó claramente las elecciones pasadas y vio cómo el régimen de Maduro se las robaba ante los ojos de todos, sino que ha sufrido persecuciones sin cuento, encarcelamientos políticos, represión y torturas, incluso contra niños y niñas (ver el informe espeluznante de Amnistía Internacional en noviembre 28 del año pasado). La realidad venezolana es dolorosa porque el país –o por lo menos el país que quiere recuperar la democracia y la libertad– está entre Escila y Caribdis: por un lado, el régimen represor y asesino de Maduro y sus mafiosos; por otro lado, el gobierno imperialista, agresor y xenófobo de Trump y sus matones, que puede ser útil para que Venezuela se libere de la dictadura, pero que cobrará un precio muy alto en soberanía.
Lo que quiero decir es que la situación es mucho más compleja de lo que parece reconocer la renuncia de Laura Restrepo. Otros envidiarán sus certezas sin matices; para mí, pedir que no se reciba ni escuche al que tiene otro punto de vista –al que está viendo el mundo desde otro lugar, con distintas preocupaciones y miedos distintos, y se está jugando la vida de otras formas– es simplificar la realidad, abaratar la conversación pública e irrespetar a los ciudadanos, que deberían tener el derecho (y la responsabilidad) de oír todos los argumentos para llegar a su propia conclusión.
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