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ATAQUES DE EE UU
Columna
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Las lanchas en el Caribe, o el problema más útil del mundo

Nadie puede no saber, a estas alturas, que la declaración de guerra contra los carteles venezolanos no es más que la última encarnación de lo que ha sido siempre la guerra contra las drogas: una manera de control político a gobiernos extranjeros

Ataque contra supuesta narcolancha en el Pacífico. 29 de octubre
Juan Gabriel Vásquez

En febrero de 1979, el expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo escribió una columna de opinión en la prensa colombiana para responder, a su manera, a un artículo que la revista Time había publicado por esos días: “The Colombian Connection”. El artículo, decía Lleras Camargo, “nos concede el dudoso honor de estar narcotizando, envenenando y corrompiendo a millones de norteamericanos”. Y luego, con esa ironía precisa que no han vuelto a tener los presidentes colombianos, escribe estas líneas: “La guerra y la droga teñirán la reputación de nuestros compatriotas en ese tiempo futuro. Y cuando un senador, o un representante de Estados Unidos, o un pedagogo europeo, o un geógrafo de cualquier parte del mundo necesite saber algo de Colombia, allí se enterará de nuestra perniciosa influencia sobre una sociedad en su mayor parte blanca, anglosajona y protestante, influencia que en pocos años sustituyó a la de Francia y México en el mercado mundial de la marihuana y la cocaína, e inventó los más audaces y mejores métodos para llegar hasta el corazón de un pueblo honesto y puritano con sus barcos, sus aviones, sus mafias, sus asesinos, sus contrabandistas, sus mulas y toda la parafernalia de la deletérea contaminación de nuestro tiempo”.

He estado recordando ese artículo en estos días de lanchas que estallan en mitad del mar Caribe y de portaaviones de guerra que supuestamente se mandan para combatir a los carteles de la droga. Cuarenta y seis años han pasado desde ese artículo clarividente, y el dinosaurio sigue ahí: la droga latinoamericana sigue corrompiendo a los gringos inocentes. “A todos los matones terroristas que meten drogas venenosas de contrabando a los Estados Unidos de América, sean advertidos: los borraremos de la faz de la tierra”, dijo Trump en las Naciones Unidas con su retórica de sheriff. (We Will blow you out of existence, dijo en su lengua: mi traducción no consigue reproducir con exactitud el tono de matón terrorista.) Y luego continuó: “Cada lancha que hundimos lleva drogas que podrían matar a más de veinticinco mil norteamericanos”. Lo cual es mentira, por supuesto: como recordó Jonathan Blitzer en el New Yorker, las muertes por sobredosis en Estados Unidos se deben al fentanilo que se hace en México, no a la cocaína. No, los ataques a las lanchas no buscan proteger a nadie de nada. Buscan otra cosa. ¿Qué cosa? Ya lo sabemos: el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, acaba de anunciar una operación para “expulsar a los narcoterroristas” del hemisferio occidental y proteger “a nuestra patria de las drogas que están matando a nuestra gente”.

(Paréntesis: Hegseth, por supuesto, es el funcionario ideal del mundo de Donald Trump: un narcisista de manual que ha sido acusado de acoso sexual, deshonestidades financieras y problemas con el alcohol. No sólo eso: antes de mandar sobre el ejército más poderoso del mundo, Hegseth fue presentador de los programas frívolos de la Fox, esa cadena de televisión por cable cuya relación con la verdad es meramente casual y cuyos periodistas venales son cajas de resonancia para cualquier propaganda, desinformación o mendacidad que venga de la Casa Blanca. Hegseth ha sido uno de los lameculos más dedicados de Trump, a pesar de que alguna vez se burló de él, de su escaso conocimiento de la política internacional y de las múltiples excusas con que evitó el reclutamiento durante la guerra de Vietnam. Siempre he pensado que también esto le gusta a Trump: le gusta nombrar en los puestos de más poder a los que antes han sido sus más duros críticos: Marco Rubio no es el único ejemplo. Es como si encontrara un placer perverso en demostrar que todo el mundo es venal, que todo el mundo tiene un precio. No le falta razón.)

La operación que Hegseth acaba de anunciar no puede sorprender a nadie, pues no comenzó con este anuncio, sino con lo de las lanchas. Desde septiembre pasado, el ejército de Estados Unidos ha asesinado a 80 ciudadanos latinoamericanos acusándolos, sin una sola prueba ni un juicio ni una sentencia, de ser narcoterroristas. Todos hemos visto las imágenes: la lancha que avanza sobre el mar, el estallido luminoso, los restos imposibles de identificar. Son ejecuciones extrajudiciales de extranjeros llevadas a cabo en aguas internacionales, algo que en otros tiempos habría causado por lo menos una cierta indignación; pero en el mundo sin ley de Donald Trump, bajo el imperio salvaje de su gobierno de matones, no tienen consecuencia alguna, por lo menos no en la vida pública. Y lo más aterrador es que probablemente no tienen consecuencias tampoco en nuestras vidas privadas: todos hemos visto los ataques a las lanchas como se ve un videojuego, pero sin ruido ni colores, y con alguna parte de la cabeza estamos conscientes de que allí, en la pantalla gris, flotan o se hunden restos de cuerpos humanos junto a los restos de la lancha y de la droga que llevaban.

Para ser claros: sí, yo también creo que algunas de las lanchas llevaban droga. Pero estamos muy mal si tengo que explicar por qué eso, en este caso, es lo de menos. De todas maneras, no importa. Habrá incluso algunos a quienes le parezca bien esto de asesinar a seres humanos por lo que sospechamos que son o, incluso peor, por lo que especulamos que harán: esos hombres están muertos porque eran narcos según Trump, y otros morirán en el futuro próximo porque la palabra de Trump bastará para matarlos. Y no sabe uno por dónde comenzar a lamentarse: lamentar ingenuamente la ejecución extrajudicial, lamentar ingenuamente la ausencia de debido proceso, ingenuamente lamentar la violación de tantos derechos civiles y tantas garantías constitucionales en el mismo acto de violencia impune. O lamentar la mentira fácil del gobierno de Trump, que ha justificado los asesinatos con el argumento de la defensa nacional y la guerra contra “esas drogas que están matando a nuestra gente”. Hay tantos niveles de hipocresía en esas palabras que tampoco allí sabe uno bien por dónde comenzar a quitarle las capas a la cebolla.

Vuelvo a decirlo: las drogas que están matando a la mayoría de las víctimas no vienen en lanchas de América Latina, sino que se fabrican, como el fentanilo, en otros lugares. Vuelvo a decirlo también: a nadie en el gobierno de Trump le importa de verdad que “nuestra gente” se meta en el cuerpo líneas de cocaína latinoamericana; son bien conocidas las aficiones de algunas de las personas más cercanas a Trump, y los programas de sátira política se han divertido durante años con ellas. Y por último: nadie puede no saber, a estas alturas, que el ataque a las lanchas, la declaración de guerra contra los carteles venezolanos y la presencia del portaaviones Gerald Ford en el Caribe no son más que la última encarnación de lo que ha sido siempre la guerra contra las drogas: una manera de control político de gobiernos extranjeros, en el mejor de los casos, y, en los demás, una forma grotesca de intervencionismo imperialista. Ya pasó en Panamá y, cuando no se trataba de carteles de cocaína sino de reformas agrarias con el banano como fondo, pasó en la Guatemala de Jacobo Árbenz.

Sí, esta película ya la vimos. Ya sabemos lo que vendrá: una convulsión política que dejará destrozos. Ya sabemos lo que no vendrá: una solución al problema de las drogas. Lo que interesa es que siga el problema.

Es el problema más útil del mundo.

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Sobre la firma

Juan Gabriel Vásquez
Nació en Bogotá, Colombia, en 1973. Es autor de siete novelas, dos libros de cuentos, tres libros de ensayos, una recopilación de escritos políticos y un poemario. Su obra ha recibido múltiples premios, se traduce a 30 lenguas y se publica en 50 países. Es miembro de la Academia colombiana de la Lengua.
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