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Trump prepara a sus fuerzas para la nueva fase de su campaña militar en el Caribe

El presidente de Estados Unidos y Maduro se enfilan a un duelo en el que el republicano se juega su credibilidad y el venezolano, la continuidad en el cargo

Macarena Vidal Liy

La hora de la verdad parece cada vez más cerca. Donald Trump ya sabe “más o menos” ―en sus palabras― los objetivos en Venezuela del gigantesco despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe, tras una semana de múltiples consultas, según afirmó el viernes a bordo del Air Force One. Mientras, América Latina —y el resto del mundo— contienen el aliento sobre una decisión que puede desencadenar un grave terremoto geopolítico en un continente más polarizado que nunca.

No está claro aún qué es lo que se propone Trump en la zona. Representantes de su Administración, como el secretario de Estado, Marco Rubio, insisten en que la campaña militar ―que en dos meses y medio ha atacado una veintena de supuestas narcolanchas, matando al menos a 80 personas en el Caribe y el Pacífico oriental― es una mera operación antidroga. Pero mientras amasa un poderío naval frente a las costas de Venezuela, sin precedentes desde hace décadas en la zona, el propio presidente ha hablado en público de una “fase dos” de la operación que incluiría objetivos en tierra.

El misterio es qué pretende esa nueva fase: si tendría un alcance limitado contra intereses de los grupos narcotraficantes o si trataría ―como denuncia el propio presidente venezolano, Nicolás Maduro, y creen muchos en Washington― de un intento descarnado de apartarle del poder. La Administración estadounidense acusa al régimen y al propio Maduro de sustentar su supervivencia con ingresos del narcotráfico y, como otros Gobiernos en el mundo, no le consideran líder legítimo del país.

“Al cien por ciento” la operación va de un cambio de régimen, “y quien piense que no, está siendo muy político”, sentencia Daniel Elkins, consejero delegado de la Asociación Estadounidense de Operaciones Especiales.

Escalada belicista

En una escalada retórica y belicista, en la que Estados Unidos ha posicionado en la zona al mayor y más moderno portaaviones del mundo , el Gerald Ford, y Venezuela ha movilizado a 200.000 militares para hacer frente a una hipotética invasión, Trump y Maduro parecen abocados a un duelo personal en el que perderá quien parpadee primero.

“Estados Unidos ha estado diciendo que esto va de narcóticos. Esa es la posición oficial. Así que podríamos anunciar en febrero que los cargamentos de droga han disminuido y que, por tanto, nosotros hemos ganado. Pero es falso”, argüía esta semana el antiguo enviado especial de Trump para Venezuela, Elliott Abrams, en una charla en el think tank Atlantic Council. “Si Nicolás Maduro sigue en su puesto al final de todo esto, habrá ganado. Solo tiene que sobrevivir. Y espero que [Trump] reconozca que es demasiado tarde para echarse atrás. O gana Trump o gana Maduro. Ese pulso ya está en marcha”. Sería la segunda vez que el venezolano podría cantar victoria frente a Trump: el republicano ya intentó en 2019 la marcha del chavista con su apoyo a Juan Guaidó, una experiencia que ―tan poco dado como es a olvidar humillaciones― sigue teniendo muy presente.

Los acontecimientos se han precipitado con la llegada a la zona del Gerald Ford —que ya desempeñó un papel fundamental en el ataque de EE UU contra objetivos nucleares en Irán en junio pasado— para sumarse junto a su grupo de combate a la flotilla de una decena de barcos que Estados Unidos ya mantiene desplegados desde agosto en aguas internacionales del Caribe, en el límite con las aguas territoriales de Venezuela. Son el 20% de la fuerza naval estadounidense movilizada en todo el mundo: 15.000 soldados, aviones caza F-35 (los más modernos), helicópteros y misiles de largo alcance, incluidos los Tomahawk que tanto anhela Ucrania y que Trump le negó porque él también lo necesita.

Señales

El arribo del Gerald Ford era la primera señal de que algún tipo de movimiento puede ser inminente. La joya de la corona de la Marina estadounidense no se moviliza para estar ociosa en un lugar durante mucho tiempo, o cumpliendo simples tareas de vigilancia ―el argumento inicial que aportó el Pentágono para justificar su traslado desde Oriente Próximo―. Su despliegue cuesta hasta 8,4 millones de dólares (7,2 millones de euros) diarios, y su poder disuasorio es necesario en muchos otros puntos calientes en el planeta donde Estados Unidos tiene intereses. “La armada no puede permanecer ahí para siempre”, puntualiza Abrams.

La segunda señal se producía el jueves. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, anunciaba en redes sociales el comienzo de una operación de gran calado, Lanza del Sur (Southern Spear), para “eliminar a los narcoterroristas”.

Trump no tomó una decisión inmediata. Tenía ―y tiene― que sopesar muy bien qué hace. El presidente que se presenta ante el mundo como gran pacificador y que reclama sin sutilezas el premio Nobel de la Paz necesita, por un lado, una justificación legal para la intervención. Por otro, le preocupa la posibilidad de un fracaso que resultara bochornoso, o exponer a las tropas estadounidenses a grandes riesgos. Al fin y al cabo, había prometido durante la campaña —y su base electoral se lo exigía— que bajo su mando Estados Unidos no volvería a inmiscuirse en ninguna de las que describía como “guerras estúpidas”.

Rechazo ciudadano

Los ciudadanos rechazan la idea de una intervención. El 51% de los estadounidenses rechaza los ataques mortales contra las narcolanchas, frente a un 29% que da su aprobación, según sondeo publicado este viernes por Reuters/Ipsos. El 35% condena el uso de la fuerza militar en Venezuela sin el permiso de las autoridades de ese país, mientras que un 31% respalda forzar la salida de Maduro por medios no militares. Únicamente un 21% respalda un golpe contra el líder chavista.

Las opciones que se le han planteado a Trump para golpear objetivos dentro de Venezuela son variadas. Podrían tener forma de ataques directos desde los buques, o recurrir a misiones quirúrgicas de los grupos de operaciones especiales. Atacar intereses de los carteles del narcotráfico, o ir a por objetivos militares. O incluso al círculo interno de Maduro.

El despliegue en el Caribe no es el único movimiento militar de Estados Unidos en la zona. El Pentágono ha reforzado sus efectivos en bases en Puerto Rico. A la presión de los ataques contra las supuestas narcolanchas se han sumado vuelos de adiestramiento de bombarderos B-52 y B-1 cerca de las costas venezolanas, y la autorización de Trump a la CIA para llevar a cabo acciones encubiertas dentro de Venezuela.

El Pentágono también ha desplazado fuerzas terrestres a Panamá, el país que invadió en 1989 para derrocar al régimen de Manuel Noriega y al que Trump había amenazado antes de jurar su cargo con una intervención para recuperar el control de un canal clave, en tanto que conecta el Pacífico con el Atlántico. Y anuncia maniobras de gran alcance en Trinidad y Tobago, también cerca de las costas venezolanas.

“Desde luego se trata de una campaña de presión”, declara la general retirada Laura Richardson, que hasta hace un año estuvo al frente del Comando Sur, el responsable de las operaciones militares estadounidenses en América Latina.

Una campaña que, según va apuntando el Gobierno estadounidense, se plantea como de largo recorrido. Y que forma parte de un giro de la política exterior y de defensa para reducir su atención sobre Europa y Asia y centrarse, un siglo y medio después de la doctrina Monroe, de nuevo en el continente americano.

El vecindario de EE UU

“El hemisferio occidental es el vecindario de Estados Unidos, y lo protegeremos”, escribía Hegseth en su anuncio de la operación Lanza del Sur. Su departamento prepara la publicación de una nueva Estrategia de Seguridad Nacional ―un catálogo de prioridades que prepara cada Administración a su llegada― que pone el énfasis en América Latina y la protección del territorio nacional.

Ya durante los meses previos a su toma de posesión en enero Trump había dejado claro su interés en el continente, con amenazas a Panamá de una intervención para recuperar el control del Canal y llamamientos a que Estados Unidos se hiciera con Groenlandia.

El republicano sigue con interés los acontecimientos en América Latina y se ha pronunciado de manera elogiosa sobre los cambios al frente de países de la región que han traído, y pueden seguir trayendo, Gobiernos afines al trumpismo. “Marco [Rubio] me comenta que cada vez más países en la región están de nuestro lado”, declaraba elogioso en una sesión de su Gabinete en agosto. Y no vacila en apoyarles abiertamente, como ha ocurrido cuando durante la visita de Javier Milei a la Casa Blanca en octubre condicionó las ayudas a Argentina al triunfo del presidente en las elecciones del pasado día 26.

En sentido opuesto, la operación contra las narcolanchas ha tensado la relación de Estados Unidos con Colombia y su presidente, Gustavo Petro, al que Trump ha calificado de “matón” y “narcotraficante”, y contra el que ha impuesto sanciones económicas. A su vez, el mandatario colombiano ha descrito los ataques contra las lanchas como “ejecuciones extrajudiciales”, un término que también ha utilizado el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. Esta semana, Bogotá ha anunciado la suspensión de la colaboración de inteligencia estadounidense por ese motivo, siguiendo el ejemplo del Reino Unido ―quizá el mayor aliado histórico de Washington―, que ha cancelado parcialmente también este tipo de cooperación con la primera potencia mundial.

La Administración de Trump no esconde sus ganas de un relevo en ese país. “Gracias a Dios habrá una elección en Colombia ya el año que viene. Supongo que el pueblo colombiano en su gran sabiduría va a rechazar este sendero que lleva a la miseria y al odio, y va a ir en un nuevo rumbo para el bien de ese gran pueblo”, declaraba el número dos del Departamento de Estado, Christopher Landau, en un acto de homenaje al disidente cubano José Daniel Ferrer celebrado el lunes en Washington.

Según Elkins, “hay que tener en cuenta que Trump no es un presidente de segundo mandato, sino de tercero”, pues entre 2021 y 2025 no dejó de plantearse qué medidas tomaría. “Lo que estamos viendo es un esfuerzo muy sofisticado, muy calculado y muy coordinado para garantizar la dominación en el hemisferio [occidental]”, opina este experto.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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