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El chavismo se atrinchera mientras espera en vilo el próximo movimiento de Trump

Las declaraciones del presidente estadounidense sobre su estrategia en el Caribe avivan la incertidumbre sobre una escalada militar en la región

El chavismo contiene la respiración. Mientras Washington oscila entre la ambigüedad y la amenaza, el poder en Venezuela vive en vilo ante la posibilidad de un ataque estadounidense. Las nuevas declaraciones de Donald Trump, que aseguró este viernes haber tomado ya una decisión sobre los próximos pasos de su campaña militar en el Caribe, sin revelar cuál, dispararon nuevas alarmas dentro del régimen. Nicolás Maduro, convencido de que Estados Unidos busca acabar con él, intenta descifrar cuál será el próximo movimiento del imprevisible inquilino de la Casa Blanca y advirtió el viernes de que Venezuela no se convertirá en “la Gaza de Sudamérica”. El régimen denuncia una “escalada belicista” y alerta de que Washington busca forzar un conflicto en la región.

“Ya me he decidido… No puedo decirles cuál es, pero hemos avanzado mucho con Venezuela en cuanto a detener el flujo de drogas”, dijo Trump este viernes a los periodistas a bordo del Air Force One. La frase, calculadamente imprecisa —y que coincide con los vaticinios de la oposición acerca de que se avecinan cambios—, avivó las especulaciones. Esta misma semana, la líder opositora María Corina Machado, premio Nobel de la Paz, anunció desde la clandestinidad que se aproximan “horas decisivas” en el país. La transición, aventuró, “será pacífica”. Su pronóstico parece optimista ante la retórica y estrategias de confrontación de ambos países.

Analistas expertos en conflictos como el de Venezuela interpretan el anuncio de Trump como un paso más en su estrategia de presión, pero se muestran escépticas ante la posibilidad de un ataque inminente. La salida de esta escalada, en cualquier caso, es endiablada: Trump presiona a Maduro con más de 10.000 soldados a pocos kilómetros de sus costas, pero un ataque podría suponer un baño de sangre de dimensiones incalculables y arrastrar a la región a una crisis de seguridad y migratoria.

Desde que el secretario de Defensa, Pete Hegseth, anunció el jueves el comienzo de Lanza del Sur como una operación de gran calado contra el narcoterrorismo, el chavismo ha multiplicado los mensajes que hablan de “guerra psicológica”, de una “escalada belicista” y de un plan para convertir a Venezuela en la puerta de entrada de una estrategia “colonial” de EE UU. Un comunicado del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) marcó este sábado la posición de la cúpula chavista: Washington, se lee, busca “forzar una guerra” en una “zona de paz” para extenderla “contra cualquier país que contradiga sus intereses”. Y mientras tanto, Maduro, que se proclamó presidente tras las elecciones de julio de 2024 sin haber mostrado las actas que lo acreditaban, se prepara para esa guerra. Una guerra con sus grandes dosis de intoxicación.

El presidente venezolano ha movilizado a la Fuerza Armada, a la milicia bolivariana y fuerzas civiles en 284 frentes de batalla por todo el territorio, desde las costas hasta las fronteras andinas y colombianas. Ante la desproporción de fuerzas que presentan los estadounidenses, la apuesta incluye el despliegue de una guerrilla urbana preparada para sabotajes y sembrar caos para hacer difícil el dominio extranjero en caso de un ataque. Maduro, además, ha firmado un decreto que le otorga poderes de seguridad excepcionales: en caso de una intervención, podría movilizar al ejército en todo el país, asumir el control de servicios públicos clave y supervisar sectores estratégicos como la industria petrolera.

Uno de los objetivos de la estrategia de presión de Estados Unidos era quebrar la lealtad de los militares, pero, tras semanas de acumulación de tropas estadunidenses, no parece haber síntomas de ruptura con el régimen chavista.

La política y sus tensiones están en los despachos. En las calles de Caracas, el clima es de total normalidad: mercados abiertos, sesiones de yoga, excursiones escolares, sabatinas, maratones mañaneros, restaurantes esperando comensales, policías dirigiendo el tráfico y remolcando autos mal estacionados.

“La invasión” como tema de conversación está presente en voz baja, y en ocasiones con intriga, pero nadie se termina de creer que sea una posibilidad cierta. Hay gente que hace bromas con la eventualidad. Nadie es capaz de figurarse un evento militar tan absolutamente extraordinario en la política y la historia del país. Nadie es capaz de tomar precauciones ante algo que no puede concebir.

Narcotráfico

Trump, que encuentra en Venezuela una forma de desviar el foco de sus dificultades internas, se ha proclamado el mayor enemigo del tráfico de drogas, un negocio que mata cada año a miles de estadounidenses. Washington acusa a Maduro de pertenecer al Cartel de los Soles. No ha presentado pruebas y la existencia de la organización está en entredicho, pero es el marco que le ha servido para involucrarse en un “conflicto armado no internacional” contra los carteles del narcotráfico. La medida le permite justificar los ataques militares contra embarcaciones provenientes de Venezuela — en el Caribe—, pero también de Colombia —en el Pacífico—.

Desde el pasado 2 de septiembre, el Ejército estadounidense ha bombardeado 20 embarcaciones acusadas de transportar drogas en las que han muerto 80 personas. Expertos en derecho internacional han cuestionado la legalidad de los ataques, ejecutados en aguas internacionales. Aun tratándose de narcolanchas, argumentan, se trataría de “ejecuciones extrajudiciales”, como las definió el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk.

Así las ha calificado también Gustavo Petro, presidente de Colombia, cuyas relaciones con Estados Unidos han llegado a niveles de crispación inéditos a cuenta de esta escalada militar. De hecho, en el avión, tras referirse a los avances en Venezuela en términos de detención del flujo de drogas, Trump amplió su advertencia: “Tenemos un problema con México. Tenemos un problema con Colombia”. El mandatario ha llamado a Petro “matón” y “líder del narcotráfico”. Petro reacciona cada día en X a los ataques, y ha defendido que los fallecidos en los bombardeos, aun siendo delincuentes, son el eslabón más débil de las organizaciones criminales.

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