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Claudia Sheinbaum
Columna
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Año dos mil Sheinbaum

Frente al desgaste partidista y la irrelevancia opositora, la presidenta rehabilita, de cierto modo, la confianza pública

El 2025 fue el año Sheinbaum Pardo.

El veinte veinticinco —el primero en que la política nacional no se organizó en torno a Andrés Manuel López Obrador— será recordado como el año de su sucesora.

Si en la bisagra del veinticuatro fuimos testigos de la realineación del partido-movimiento en torno a su nueva cabeza, en el veinticinco presenciamos un contraste entre la presidenta y el ecosistema político que la llevó al poder. En medio del acelerado desgaste de Morena, Claudia Sheinbaum terminó más alta.

Aquello, más que el resultado de una estrategia explícita de distingo, fue un efecto estructural no deliberado. Fue, para ponerlo en palabras coloquiales, sin querer queriendo.

Sheinbaum se definió muy pronto en el año. Desde los primeros meses leímos la expresión cabeza fría impresa en todos los medios. Lo que en campaña Xóchitl Gálvez acusó de frialdad o carencia de corazón se reveló pronto como virtud de gobierno. El tiempo y la revaloración de las palabras. Las campañas y sus brutales adjetivos.

La usó con Trump; para soportar los estragos de la reforma judicial y para lidiar con el horror de Teuchitlán.

Como el inicio de año había vaticinado, lo que vino después fue una sucesión ininterrumpida de eludibles crisis. Hacia el verano, los titulares volaron: Vinculan a Adán Augusto López con La Barredora, La fortuna de Adán, Fernández Noroña y su arrogancia, Andrés López Beltrán culpa a los adversarios de enviar espías, Empresario financia campaña anticipada de Andrea Chávez, Sergio Gutiérrez Luna defiende su patrimonio, Los lujos de Dato Protegido.

Lo que en lo individual habría sido una nota aislada, en conjunto resultó explosivo.

Aquello abrió una fisura en el hito fundacional que López Obrador tardó décadas en acuñar: la promesa de que no son iguales. Los excesos de algunos morenistas demostraron que es mentira aquello de la igualdad de los hombres porque Andrés no se repetirá.

Así, la madurez de la sucesión dejó al descubierto eso que los liderazgos carismáticos suelen ocultar: que un partido que crece más rápido que sus mecanismos de control —diez millones de afiliados lleva—, termina engendrando cuadros convencidos de que lealtad e impunidad son sinónimos o la otra cara de una misma moneda.

Por eso afirmo que, sin esfuerzos deliberados de la presidenta, el contraste con esos personajes —herencia envenenada de Obrador— se fue exacerbando con el paso de los meses. No hacía falta empujar, caían solos rumbo al vacío.

Acaso sea una ley no escrita de los partidos. Que por cada siete cínicos, sale uno bueno.

Nadie negará que el sabotaje más eficaz contra el Gobierno de Sheinbaum fue interno. La agitación de los falsos jóvenes, promovida por la oposición —o lo que queda de su remedo— para desestabilizarlo y plegarse a la causa salinasplieguista, se disipó en apenas dos semanas. Mucho ruido, poquitas nueces.

El incendio se azuzó desde dentro: desde transitorios ilegales, desde el desprecio por la cosa juzgada, desde la trinchera aliada que ni siquiera en el año del primer Grito de Independencia vitoreado por una mujer —¡Viva Gertrudis Bocanegra!— fue capaz de evitar la insensatez de heredar las gubernaturas a sus esposas.

El desgaste de los cuadros públicos que no llevan Claudia por nombre ni Sheinbaum por apellido es tal que es ella quien debe prestarles reputación y cara: Evelyn Salgado, Rubén Rocha, Alfredo Ramírez Bedolla, Salomón Jara.

Ese es el balance. El año que hoy cerramos, Sheinbaum aprendió del cargo y nosotros de ella: que no es ciega, ni sorda, ni está encerrada en una coraza de obstinación. Ha corregido donde fue necesario hacerlo. Y lo ha hecho con la cautela de quien carga al obradorismo como blasón heráldico.

El año que se va, a cambio de muchas reputaciones, nos deja una confirmación a la vista: la credibilidad ética y la capacidad técnica de quien hoy porta el bastón de mando.

He aquí la paradoja: frente al desgaste partidista y la irrelevancia opositora, figuras como Claudia Sheinbaum rehabilitan, de cierto modo, la confianza pública.

A ella, a la mujer que mide en unidades de valor —horas, días, meses, vidas—, el tiempo comienza a faltarle. Por ahora, le queda uno menos.

Adiós al año Sheinbaum.

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Sobre la firma

Vanessa Romero Rocha
Es abogada y escritora. Colaboradora en EL PAÍS y otros medios en México y el extranjero. Se especializa en análisis de temas políticos, legales y relacionados con la justicia. Es abogada y máster por la Escuela Libre de Derecho y por la University College London.
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