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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

María Corina, un Nobel de la Paz para creer otra vez en Venezuela

La elección de Machado como máxima representante de la paz mundial es un as simbólico para ganar el duro juego de reconquistar la democracia en su país

Volvía en tren a Boston desde Nueva York cuando me llegó por WhatsApp un mensaje de una productora de radio. Me invitaban a comentar el anuncio del premio Nobel de la Paz, que se daría a primera hora de la mañana. Me sentía bastante cansado y me excusé alegando mi desconocimiento de las candidaturas de este año, más allá de la intensa —e infantil— campaña de Donald Trump para recibirlo. Pero algo flotaba en el aire cuando mi hijo me despertó muy temprano con la pregunta:

—Papá, ¿sabes quién ganó el premio Nobel de la Paz?

Le respondí que no. Entonces, sonriendo, me dijo:

—María Corina Machado.

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, fue lo primero que pensé, aún medio dormido.

El reconocimiento a Machado le ha caído por sorpresa no solo a ella, sino también a los millones de venezolanos que llevan décadas luchando por recuperar la democracia en su país. Más allá de los episodios de marcada violencia en este cuarto de siglo, la inmensa mayoría de los venezolanos ha buscado siempre en las urnas una salida democrática y pacífica a sus conflictos. Lo hicieron mediante marchas y protestas masivas en la primera década del poder chavista, cuando los métodos electorales de Hugo Chávez eran discutibles pero sus triunfos seguían siendo mayoritarios. Lo mismo en el periodo madurista, cuando las manipulaciones, la violencia y los fraudes dejaron al régimen desnudo y sin argumentos. Ese afán sostenido de paz y democracia es, en el fondo, la razón por la cual Venezuela no se ha lanzado al abismo de una guerra civil. Al contrario, sus ciudadanos han preferido otra forma de desobediencia cívica y protesta pacífica: migrar en masa antes que tomar las armas para matarse entre ellos.

En 2014, Machado promovió las protestas conocidas como La Salida. Una izquierda boba se ha encargado de machacar ese episodio una y otra vez, aislándolo del contexto autoritario del chavismo y de la lucha histórica de los venezolanos. Pero hay algo más significativo: en distintos momentos, Machado ha sabido articular soluciones políticas pacíficas y democráticas. Como activista civil y líder política, ha sido una figura fuera de serie, capaz de inspirar esperanza y movilizar a una población oprimida y torturada mediante memorables campañas por el voto, como recuerda el poeta y dramaturgo Leonardo Padrón.

Las elecciones presidenciales de 2024 —en las que se le prohibió participar pese a ser la legítima candidata opositora— son el ejemplo más relevante, porque ofrecían a Maduro y sus secuaces la posibilidad de abandonar el poder mediante una transición pacífica —el famoso “puente de plata”— y conservar un alto nivel de control político. En lugar de aprovechar una situación más que favorable, Maduro decidió patear la mesa y robarse una elección que había perdido de manera aplastante.

Desde esta perspectiva, la elección de Machado como máxima representante de la paz mundial por el comité noruego del Nobel es un as simbólico para ganar el duro juego de reconquistar la democracia en Venezuela. Pero nótese que es un as y no un comodín: trae consigo el compromiso de lograr ese objetivo por la vía menos sangrienta posible.

Este premio llega además en un momento crítico. En las últimas semanas, tras una serie de bombardeos de Estados Unidos a embarcaciones supuestamente salidas de Venezuela en aguas del Caribe, una intervención bélica de Washington en territorio venezolano se ha vuelto inminente. Estos ataques han dejado un saldo de 21 muertes, según los reportes del gobierno estadounidense. Todo indica que la decisión de Trump de actuar contra Maduro ya habría sido tomada y sería solo cuestión de días para que se materialice.

Por todo lo anterior, no hace falta tener una bola de cristal para prever que este galardón tendrá un impacto significativo en el desarrollo de la crisis venezolana.En primer lugar, debería llevar a Machado a replantear cómo aprovechar mejor su alianza con Trump para lograr la transición por una vía negociada que minimice al máximo el costo en vidas. No abogo por remover del escenario la amenaza de Estados Unidos contra Maduro, sino por buscar como primer paso el reconocimiento de Edmundo González Urrutia y la salida del chavismo del poder de manera no violenta.

En segundo lugar, debería hacer entender de una vez y para siempre a la cúpula chavista que su tiempo ya pasó. En todo sentido, actúan contra la voluntad de los venezolanos. Son rémoras de la historia. Solo les quedan las bayonetas, tanques, cárceles y bandas criminales, pero esto no les servirá de nada si Estados Unidos interviene militarmente contra Maduro.

Por último, bien mirado, este galardón es también una pequeña ventana para que los líderes chavistas accedan a una salida más favorable que la que tienen a mano: morir de un bombazo lanzado por un dron o acabar sus días en una celda de la cárcel SuperMax de Colorado, vecina a la del Chapo Guzmán, pero en confinamiento solitario, igual que él.

El premio, en suma, podría ayudar a que la transición se materialice por la mejor vía. Y esto podría acelerar o retrasar un poco el desenlace de la dictadura chavista. Pero, en cualquier caso, el premio llama a creer otra vez en Venezuela.

María Corina Machado ha ganado un reconocimiento merecido por ser un ejemplo sin par de acción e inspiración. Su pasión libertaria, su coraje personal, su astucia política y su capacidad de organización le ganaron el corazón de sus compatriotas, el respeto internacional y un puesto destacado entre los líderes del mundo. Ahora le toca completar la tarea que se asignó: liberar a Venezuela. El momento requiere todas esas cualidades, pero también una buena dosis de cálculo estratégico, humildad y cabeza fría. Paciencia estratégica y mucha esperanza.

La esperanza no es ingenuidad ni optimismo ciego, es una forma de lucidez que se niega a rendirse ante el miedo.

Los venezolanos, por su parte, deben acompañarla sin desmayar en el último trecho de este esfuerzo. El premio Nobel de la Paz es un regalo, una inyección de esperanza, un llamado a mantener la fe en una solución pacífica y un compromiso para todos. ¡Venezolanos, sursum corda! ¡Arriba los corazones!

Boris Muñoz es cronista y editor. Fue fundador y director de Opinión de The New York Times en Español. Es columnista de EL PAÍS.

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