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Laura Restrepo: “Puede que Petro no sea el mejor administrador, pero es un rebelde”

La escritora colombiana es una de las figuras destacadas de la Feria del Libro de Monterrey, en México, donde ha irrumpido con un mensaje sobre el compromiso y la solidaridad

Carlos S. Maldonado

La escritora colombiana Laura Restrepo ha sido este sábado protagonista principal de la Feria Internacional del Libro de Monterrey (FILMTY). A cargo de ella estuvo el discurso inaugural del evento, un alegato en contra de la barbarie y a favor de una solidaridad global. Porque Restrepo (Bogotá, 1950) ha aterrizado en la ciudad regiomontana con un mensaje comprometido, que ha despertado aplausos y simpatías en un público que aquí la sigue con admiración. La autora de Delirio (Premio Alfaguara) ha alzado la voz contra lo que ha definido como genocidio en Gaza, contra el ecocidio, la persecución de los migrantes, el delirio de gobernantes autoritarios y a favor del “derecho universal a la vida”. También ha hablado de paz, una palabra que tiene una enorme resonancia en su país, que brega desde hace décadas por alcanzarla. Restrepo estuvo en las negociaciones de los pasados años ochenta por llegar a un acuerdo, lo que le valió amenazas de muerte y la llevó al exilio. Sobre el proceso actual es optimista y asegura que Colombia está ahora más encaminada para lograrlo, a pesar de parecer a veces encerrada en una violencia circular, de la que parece imposible escapar. Sobre la paz, el presidente Gustavo Petro y sobre el compromiso de los escritores habla Restrepo en esta conversación en el marco de la FILMTY.

Pregunta. Vivió el exilio aquí en México y también en España, tras participar en las negociaciones de paz. ¿Cómo le marcó el exilio?

Respuesta. Fueron los años 80, unos años muy bravos en mi país, y, al mismo tiempo, muy luminosos porque era la primera vez que en América Latina se intentaba hacer una negociación entre los grupos alzados en armas y el Gobierno. El propósito era muy bonito. A mí me nombraron comisionada de paz, que era ser un correveidile. Uno iba, hablaba con el Gobierno, volaba a los campamentos guerrilleros por allá, en la selva, volvía donde el presidente. Pero se puso muy difícil la situación y llegó un momento en que ya me dijeron: “No puedes volver a tu casa, porque el riesgo es muy alto.” Me puse una cita con mi madre en el aeropuerto, me llevó una maletica, me llevó a mi muchacho que tenía 4 años y nos vinimos en un avión para México. Es duro, porque uno llega con una mano adelante y otra atrás. Se vuelve un peso grande.

P. Parte de su literatura estuvo vinculada a ese desarraigo. Hablaba de perder la casa, de separarse de la familia. ¿Puede la literatura ayudar a curar esos dolores?

R. Sí, se te vuelve una patria, la verdad. La literatura que escribes y sobre todo la que lees, donde vas con los libros, ahí estás de todas maneras acompañada. Además, es una vía para penetrar en los sitios a donde no perteneces. Escribir sobre un lugar, sobre la gente de ese lugar, cosa que yo he hecho en varios de los sitios donde he vivido. Inmediatamente, eso te crea un arraigo y un cariño. Es una de las características maravillosas de la cultura, que es un universo en sí mismo, gratuito, libre, personal y a la vez colectivo.

P. ¿Qué le dio México durante ese exilio?

R. Me dejó un gran amor, un reencuentro maravilloso con alguien que había sido muy generoso y muy solidario conmigo. Un gran amor con el que tuve 20 años de vida, muy buena parte aquí en México, así que no puedo decir que me haya dejado poquito.

P. ¿Y qué representa el amor en su literatura?

R. En estos tiempos tremendos, cuando la muerte se ha convertido en una herramienta común para tantos poderes, la posibilidad del amor, el amor entendido también como empatía, como solidaridad, es lo único que puede salvarnos. Eso habla de construir un discurso en torno al amor para poder contrarrestar ese profundísimo desprecio por la vida que estamos viendo en las prácticas cotidianas de los grandes dirigentes del mundo.

P. En su discurso de inauguración de esta feria hizo un alegato muy potente contra lo que ocurre en Gaza. Hay un proceso de paz convocado por Donald Trump. Usted, que participó en las negociaciones de paz en su país, ¿cree en este otro proceso de paz?

R. He tenido el privilegio de viajar mucho con Médicos Sin Fronteras. Me encanta ir con ellos, porque te llevan a los sitios del mundo donde de otra manera no podrías entrar. He estado en la India, en las regiones más pobres de lo que llaman los comerratas; he estado en los campamentos de asilados sirios, en Grecia; en México, en Yemen. Así que, a mí, el genocidio de Palestina no me cogió ingenua. Cuando empezó esta tragedia reciente, le dije a mi hijo Pedro, con quien trabajamos conjuntamente: ‘Nos vamos ya para allá, que esto no nos coja de espaldas’. No pudimos entrar, porque las organizaciones humanitarias ya las habían bloqueado, pero nos quedamos alrededor de Egipto. Empecé a escribir artículos que se publicaron en Europa y en América. Ahora hay una tregua, bendito sea el cielo. El problema es que no le dieron el premio Nobel al señor Trump, así que no sé qué tan interesado esté todavía en mantener la tregua. Esperemos que no sea un juego grotesco.

P. ¿Cree que la paz depende del estado de ánimo de Donald Trump?

R. Pues ahí lo ves, está furioso. Me da risa, yo creo que es la única persona en el mundo que escribe una carta insultando a los señores del Nobel.

P. Hablemos de otra paz, la de su país. De aquel trabajo que hizo como mediadora en los procesos de paz surgió su libro Historia de un entusiasmo. Hace unos años, Colombia volvió a despertar esperanzas por este nuevo proceso de paz, pero también ha habido retrocesos, como ataques a políticos y atentados. ¿Cómo ve usted ahora la posibilidad de paz?

R. El primer proceso terminó en un baño de sangre brutal. Prácticamente, todos los dirigentes guerrilleros que entregaron las armas terminaron asesinados. Pero la paz resurge, es como un animal que mete la cabeza, se hunde y después, cuando menos esperas, vuelve a aparecer. Y la paz tienes que trabajarla todos los días. Eso no es como una torta que la cocinaste y ya quedó. Mira lo que pasa en Colombia: después del M-19 se logró otro proceso y el M-19 entregó las armas. Eso fue un paso gigantesco. A partir de ahí, muchos de los que venían de la guerrilla entraron al parlamento. Eso significó un paso en la tranquilidad y en la pacificación del país enorme. Después se arrastró a las FARC, que hicieron la paz y hoy en día están desarmados, siguen los problemas con disidencias, pero están desarmados. Se convocó una Asamblea Constituyente para cambiar la viejísima Constitución que tenía nuestro país. La convocan los guerrilleros desmovilizados y más tarde hicieron una de las constituciones más adelantadas que hay en el mundo. Entonces, decir que ha fracasado el proceso de paz en Colombia es una locura. Colombia es un país muy distinto al que era antes de que se planteara y se sembrara en la mente de los colombianos que la paz, pese a todo, es posible.

P. En el prólogo de Historia de un entusiasmo hace un llamado a la gente de Colombia a que se sientan entusiasmados con este proceso de paz. ¿Está vivo ese entusiasmo en su país?

R. La palabra entusiasmo es muy entrañable, porque si le miras la raíz griega viene de theós, Dios, y quiere decir exaltación del alma, del espíritu ante algo que es más grande que tú, que te rebasa, que te une a los demás. Yo creo que eso sigue vivo en Colombia. Es un país que está dividido, desde luego, pero yo creo que el entusiasmo sigue siendo la bandera de la mayoría del país en este momento.

P. El presidente Gustavo Petro llegó al poder generando mucho entusiasmo en la izquierda, pero ha enfrentado crisis tras crisis durante su mandato. ¿Qué opinión tiene del presidente?

R. Considero que los intelectuales y los escritores tenemos que estar en las antípodas del poder. Quiero estar lejos, quiero tener una conciencia crítica. Entiendo que hay muchos errores, pienso que el presidente no es de pronto el mejor administrador, pero el hombre es un rebelde, es un visionario. Yo le agradezco que fue el primer presidente del mundo que repudió la acción de Israel y apoyó a los palestinos. Y ahí se ha mantenido. Ahora, la situación está, digamos, inestable, muy difícil, porque hay una gran presión desde fuera, de Estados Unidos por el combate al narcotráfico. Están bombardeando barcos en el Caribe con el pretexto de que son de narcotraficantes. Hay una presión sobre Venezuela y mucho miedo en Colombia de que sea utilizada como retaguardia para entrar a Venezuela en una eventual invasión. Es impredecible qué quiere hacer el gobierno norteamericano, pero creo que eso es una situación bastante común para todos los países del continente hoy en día.

P. Ya que menciona Venezuela, ¿qué opina del Nobel de la Paz a María Corina Machado?

R. Pues mira, independientemente de que te guste [Nicolás] Maduro o no te guste Maduro, es una jugada política de los del Nobel, darle el premio Nobel precisamente a Corina, que ha estado digamos conectada con Estados Unidos en la presión sobre Venezuela. Es una jugada política para apoyar a una persona que está bastante ligada a la enorme presión de Norteamérica sobre Venezuela, presión que tiene que ver con la enorme cantidad de petróleo que tienen los venezolanos.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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