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Petro encara el último año de mandato sin lograr el gran cambio prometido para Colombia

El cuarto año del presidente llega con una agenda de reformas que deja algunos legados, una economía con luces y sombras, y sin rastro de la crisis vaticinada por sus opositores

Gustavo Petro en Caloto, Cauca, el 30 de julio de 2025.
Juan Esteban Lewin

El llamado Gobierno del cambio llega al tercero de sus cuatro años sin cumplir esa promesa de llevar a Colombia a una nueva y mejor realidad, aunque tampoco ha llevado al país sudamericano a la debacle que predecían los opositores de derecha. Con una resistida agenda de reformas que deja algunos legados, una seguridad que empeora mientras la apuesta por negociar la paz deja procos frutos, y una economía con luces y sombras, Gustavo Petro encara su último año como presidente de un país que llevaba décadas sin elegir a un mandatario de izquierdas. Lo hace sin mayorías claras en el Legislativo, con un apoyo estable de sus bases que rondan el tercio del electorado y sin ceder un ápice en un discurso enardecido y a ratos confuso, con el que ha logrado manejar el arte de poner la agenda pública pero también ha reforzado la incertidumbre.

Los dos meses previos a la conmemoración han estado llenos de sucesos que han sacudido al país. A inicios de junio, el senador opositor y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay fue víctima de un atentado por el que sigue en cuidados intensivos. A fines del mismo mes, este diario reveló que el primer canciller de Petro, Álvaro Leyva, buscó en Estados Unidos la complicidad de Trump para tumbar al presidente, de forma infructuosa. Y ya cerrando julio, un caso judicial contra el expresidente de derechas Álvaro Uribe Vélez, por soborno a testigos judiciales, se selló en primera instancia con una condena en su contra.

Esa seguidilla de hechos políticos de primer orden, aunque de diferente índole, marca el tenso ambiente político de un aniversario que suele también ser un pistoletazo de salida para la campaña electoral en un país reconocido por sus ritmos políticos predecibles, que en los últimos 120 años ha elegido en las urnas a todos sus presidentes, con tan solo una excepción en la década de los 50.

Justamente, una campaña electoral que suma medio centenar de aspirantes en una enorme dispersión de partidos políticos refuerza la falta de certeza que ha marcado estos tres años de Petro, con prioridades y equipos de gobierno cambiantes, y resultados mixtos. Gobernar ha resultado difícil para una izquierda acostumbrada a ser oposición y que llegó al poder tras grandes movimientos sociales contra el mandatario uribista Iván Duque.

Los múltiples lastres incluyen las dificultades que Petro ha aceptado en sacar adelante sus proyectos –y de las que ha culpado a sus ministros, en una de las múltiples intervenciones públicas que ponen a hablar a los medios y al país–, su decisión de priorizar la reforma sanitaria sobre las mejoras laborales, las peleas intestinas en un Ejecutivo en constante cambio o los escándalos judiciales que han llegado hasta la familia presidencial, varios ministros y el corazón de la Casa de Nariño.

Además, ha afectado el haber supeditado la política de seguridad a una ambiciosa pero fallida estrategia de negociación simultánea con todos los grupos armados, la paz total de la que solo quedan negociaciones con disidencias de las disidencias de alcance local. Todo ello aderezado por un discurso presidencial omnipresente, cada vez más encendido, y que incluye entre largas disquisiciones en un tono que oscila entre lo pendenciero y lo lírico.

Con todo ello, el apoyo popular que llegó a ser mayoritario en 2022 ya no se mantiene en esos niveles. Las encuestas señalan una aprobación presidencial que ronda el 30% y las elecciones locales de octubre de 2023 fueron una clara señal de que el progresismo está lejos de lograr una hegemonía: la izquierda tuvo malos resultados en Bogotá, que Petro gobernó; Cali, donde arrasó en las presidenciales; o Medellín, ciudad que demostró de nuevo ser un bastión de la derecha. Las victorias, sin embargo, tampoco son todas de un mismo sector u orilla política, y los diversos matices del centro y la derecha tampoco alcanzan ni la mayoría legislativa ni un apoyo popular mayoritario. La política se mantiene en el terreno de la falta de claridades.

De hecho, los alcaldes y gobernadores actuales han venido ocupando el espacio de una oposición acéfala y desorientada, que se enfrenta a la condena de su principal referente en los últimos 25 años y a la realidad de que Colombia no ha seguido el apocalipsis que advertían durante la campaña de 2022. El uribismo y sus aliados conservadores decían entonces que Colombia seguiría el camino de Venezuela, el país empobrecido y gobernado por un régimen antidemocrático que por décadas había sido el vecino envidiado por su nivel de vida y el destino de millones migrantes colombianos.

Pero a Colombia no ha llegado ese famoso castrochavismo. La propiedad privada no se ha afectado, Petro no ha cambiado la Constitución para reelegirse, se mantienen los contrapesos institucionales. Con derrotas legislativas sonadas como la negativa a la reforma a la salud; tribunales que le han anulado nombramientos, decretos o leyes; y un banco central que mantiene una política monetaria contraria a la más expansiva que busca el Ejecutivo, el político que soñaba con un cambio rápido de las estructuras sociales y económicas se ha topado una y otra vez con los límites al poder presidencial. “Fallé al creer que podía hacer una revolución gobernando”, dijo en entrevista con EL PAÍS en febrero pasado, cuando a año y medio del final de su mandato se le notaba ya resignado.

Eso no significa, sin embargo, que no haya avances. En un halagüeño primer semestre de Gobierno, con una coalición con los moderados, Petro sacó adelante una reforma tributaria muy ambiciosa, que ha ampliado el recaudo; más adelante, y con más dificultades, pudo cambiar todo el esquema pensional para que la jubilación llegue a más personas y hacer ajustes a la legislación para mejorar los pagos a los trabajadores formales que laboran en domingos, festivos u horarios nocturnos. La pobreza, medida por condiciones de salud, educación y vivienda, ha caído del 27,3% en 2022 al 24,3% en 2024; si se mide por ingresos, cayó del 34,6% al 31,8% de los colombianos, la menor cifra en 12 años.

Con todo eso, el presidente ya puede reclamar un legado, aunque sea mucho menor al de su ambición y su promesa de campaña. Pero no es claro que sea suficiente para que en el año que viene la izquierda mantenga el poder y crezca en el Legislativo. La incertidumbre también es electoral.

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Juan Esteban Lewin
Es jefe de Redacción de la edición América Colombia, en Bogotá.
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