Putin provoca y amenaza
Solo una actitud unitaria ante la violación del espacio aéreo de Polonia puede disuadir a Moscú de extender su agresión


La respuesta de Vladímir Putin a las invitaciones de Donald Trump para que callen las armas ha tomado la forma de una peligrosa escalada. A los intensos y sangrientos ataques aéreos sobre zonas urbanas ucranias de los últimos días —que incluyeron el lanzamiento de un misil balístico sobre la sede del Gobierno en Kiev y causaron decenas de civiles muertos— se añade ahora la violación del espacio aéreo de Polonia, atacada este miércoles por un enjambre de drones. También se han encontrado en suelo polaco “restos de misiles de origen desconocido”, según el Ejecutivo de Varsovia. Como es habitual en este tipo de provocaciones, Moscú niega toda intencionalidad, pero nadie se llama a engaño en Bruselas ni, sobre todo, en el vecindario fronterizo con Rusia, ya acostumbrado a los frecuentes incidentes con vehículos no tripulados y cazas rusos, los cortes de cables submarinos y los episodios de guerra electrónica en aguas y cielos del Atlántico oriental. Esta, sin embargo, es la primera vez en que se produce una intrusión tan profunda y de tanta envergadura.
Para el primer ministro polaco, Donald Tusk, la agresión ha llevado a Polonia “al punto más cercano a un conflicto abierto desde la Segunda Guerra Mundial”. En consecuencia, su Gobierno pidió la activación de las consultas entre países socios prevista en el artículo 4 del Tratado Atlántico en caso de amenaza “a la integridad territorial, la independencia política o la seguridad” de alguno de sus miembros. Sería el paso previo a la invocación si fuera necesaria del artículo 5, que garantiza la mutua defensa entre los aliados. Para la jefa de la diplomacia europea, la estonia Kaja Kallas, se trata de una provocación intencionada con la que Putin quiere poner a prueba la unidad de los europeos.
El incremento de la presión belicista del Kremlin sobre los límites de la OTAN es —además de una demostración de sus nulas intenciones de parar la guerra— parte de la estrategia de Putin, que subraya de este modo su rechazo al despliegue de tropas en suelo ucranio para garantizar la paz una vez obtenido un hipotético alto el fuego.
Va más allá de la coincidencia temporal que Trump haya recibido a la vez dos desafiantes desautorizaciones a sus supuestos propósitos pacifistas: por parte de Putin con su ataque a Polonia y por parte de Benjamín Netanyahu con su bombardeo sobre Doha, la capital de Qatar. El magnate republicano llegó a la presidencia en enero con la promesa de obtener en 24 horas la paz en Ucrania y en Oriente Próximo. Y no solo no se atisba el final de la guerra en ninguno de los dos escenarios, sino que ha sido el propio Trump quien ha alimentado ambos conflictos con su condescendencia hacia los agresores, su torpeza diplomática y, sobre todo, su nula disposición a utilizar las herramientas de presión que tiene en sus manos.
Si incomprensible fue la contradictoria reacción de la Casa Blanca ante el ataque sufrido por un país aliado y mediador en las conversaciones de paz como Qatar, más aún lo es el largo silencio —roto además vía redes sociales— ante el sufrido por Polonia, su socio atlántico. El presidente de Estados Unidos quiso avalar a Netanyahu por su bombardeo sobre la cúpula negociadora de Hamás y rechazar a la vez el lugar elegido y sus consecuencias para la negociación, pero dudó frente a Putin, que viene esquivándolo con dilaciones y malas excusas respecto a la paz para Ucrania.
El caos que el trumpismo desplegó en su primera presidencia ha desbordado en la segunda los límites de la política interior y contamina ahora el marco entero de sus relaciones internacionales. Estados Unidos está perdiendo autoridad a ojos vista frente a la consolidación de una multipolaridad favorable a Rusia y China. Razón de más para que los europeos aceleren la construcción de una política exterior unitaria y de una defensa propia.
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