Washington se va, pero Rusia se queda
Europa busca una unión por la defensa, después de una larga y fructífera unión por el comercio y la paz


La transición ha empezado. Estados Unidos se va y los europeos intentan discretamente hacerse con las riendas. Sin brusquedades, gradualmente. Mediante pequeños y apresurados pasos, apremiados por la amenaza de su peligroso vecino con una ancestral vocación de dominio continental, que solo vive por y para la guerra.
La cumbre de la OTAN a finales de junio resolvió la incógnita. No habrá ruptura del compromiso de Washington con los europeos, pero sí retirada progresiva de tropas y transferencia de responsabilidades. En el ínterin, Ucrania no debe quedar indefensa ni los europeos al albur de su limitada capacidad para protegerse por sí solos. No era una obviedad, más bien lo contrario. A no olvidar las palabras del vicepresidente J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich, del secretario de Defensa Peter Hegseth en la sede de la OTAN y de Trump en la encerrona contra Volodímir Zelenski en el Despacho Oval. Llenas de arrogancia y desprecio hacia los europeos, resuenan todavía desde que fueron pronunciadas el pasado febrero y pueden recuperar su valor amenazante en cualquier momento.
Los soldados de Estados Unidos, los aviones, buques, bases e instalaciones, seguirán de momento en Europa, pero su presidente ya se ha ido. Y con él, la corte de aduladores que conforma su Gobierno, en su mayoría hostiles hacia Europa y los europeos. Nada que ver con los equipos de su primera presidencia, republicanos y atlantistas clásicos, leales a los aliados y conscientes del valor de las instituciones internacionales. Habrá misiles Patriot para Ucrania, pero pagados por los socios europeos. Seguirá limitada y ambigua la presión sobre Putin, nada que ver con el avasallamiento sobre Zelenski. Y todo irá bien porque el césar americano ha recibido de sus socios homenaje y pleitesía, como exigía la antigua Roma de los pueblos sometidos. Quedó probado en la cumbre de La Haya, y antes en el infamante Día de la Liberación, el pasado 2 de abril, cuando anunció los mal llamados aranceles recíprocos, propiamente asimétricos e imperiales, correctivo comercial y prenda de sumisión a entregar sin protesta a quien quiera aliviar el castigo.
El regreso de las políticas de potencia propias del mundo multipolar no podía dejar exentos a los europeos. Para el protagonismo de los nuevos tiempos estratégicos se han mostrado raquíticas sus instituciones, bloqueadas por la unanimidad requerida en las relaciones exteriores, la seguridad y la defensa. La Comisión no es estratégica, por más que lo declare su presidenta Ursula von der Leyen. Estratégicos son los Estados soberanos con voluntad y capacidad de movilizar recursos de guerra masivos, y en primer lugar Francia, el Reino Unido y Alemania, las tres potencias que protagonizaron trágicamente el siglo XX, unidas ahora para frenar a la cuarta protagonista, en una nueva ecuación de alianzas que define el futuro continental.
Europa busca así una unión de armas, después de una larga y fructífera unión por el comercio y la paz. Dentro de la OTAN, como pilar europeo. Todavía con mando militar de Estados Unidos y bajo el paraguas de la disuasión estadounidense. Con crecientes recursos europeos y decrecientes aportaciones de Washington. Sin negligir a la Unión Europea, al contrario, puesto que debe construir el pilar civil de la autonomía estratégica, a partir de sus cadenas de suministros, su economía verde y digital y en especial su industria militar.
Ahora todo debe concentrarse en Ucrania, para convertirla en un erizo antimisiles que proteja a su población de los ataques rusos. Luego, enseguida, deberá estar lista la mínima disuasión convencional que necesita Europa, bajo la fórmula de los “cuatro 30” de quien fue secretario de Defensa del primer Trump, el general Jim Mattis: 30 divisiones terrestres, 30 escuadrones aéreos y 30 navales, listos en 30 días. Francia y el Reino Unido piensan aportar la disuasión nuclear ante cualquier “amenaza extrema”, tal como expresa la Declaración de Northwood, firmada por Starmer y Macron este 10 de julio. Es otro paso histórico para la autonomía estratégica, puesto que las dos únicas potencias nucleares europeas se comprometen a ofrecer el paraguas al conjunto del continente, por si un día falla o no basta el actual americano.
Sobre el futuro no hay nada escrito. Hay transiciones que fracasan y esfuerzos que quedan cortos. Solo hay algo seguro: no hay vuelta atrás. Washington no dirigirá Europa de nuevo. Se cierra la herida del Brexit. Londres regresa a casa, aunque de otra manera. La relación especial con Washington se diluye. Sin techo para el gasto militar, Alemania se rearma, pero dentro del marco europeo. Insólito todo. Como insólita es la triple alianza que une a tres potencias europeas de agitado pasado imperial, para frenar al imperio ancestral que cree todavía en su eterna expansión. Bruselas queda aparentemente en la sombra, en la reserva vigilante que ejerce su poder normativo. Para el día en que regrese la paz, también para Rusia.
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