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Columna
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La conspiración devora a sus hijos

La respuesta de la Casa Blanca al ‘caso Epstein’ está teniendo el efecto de la criptonita frente a la invulnerabilidad de Donald Trump

Donald Trump con el financista Jeffrey Epstein en Palm Beach, Florida, en 1997.
Fernando Vallespín

Nada ni nadie había conseguido poner límites a la voracidad de Trump, cuyo prestigio entre los suyos permanecía incólume. Hasta que hizo su aparición la respuesta de la Casa Blanca al caso Epstein, que está teniendo el efecto de la criptonita frente a la invulnerabilidad del personaje. Los detalles son de sobra conocidos. Basta recordar aquí cómo el presidente fue el primero en excitar a sus bases con fantasías conspiratorias sobre las tramas ocultas del deep-state o redes pedófilas integradas supuestamente por destacados miembros de las tan denigradas élites. El caso del suicidado Epstein contenía todos los ingredientes para convertirse en el receptor ideal de todas las sospechas; fue juzgado y condenado, su culpabilidad fue más que demostrada, pero faltaba desvelar lo más jugoso, los nombres de quienes se beneficiaban de sus correrías y sus conexiones con la élite del poder, aquello que el propio Trump prometió sacar a la luz. Ahora cunde la frustración entre una parte considerable de sus huestes después de que la Casa Blanca anunciara que los Epstein files son un bulo.

Hay suficiente evidencia gráfica y testimonial de una íntima relación entre ambos personajes, que se mantuvo durante 15 años; es lógico, pues, que la Casa Blanca quisiera darle el carpetazo. Pero después de la ira del movimiento MAGA, los colaboradores de Trump no tienen más remedio que volver sobre el asunto para apaciguar los ánimos. Está por ver si lo consiguen, porque ya empieza a hablarse de un posible indulto a Ghislaine Maxwell, la socia e íntima amiga del abominable personaje, a cambio de no se sabe bien qué tipo de informaciones en las que es de esperar que el presidente quede a salvo.

Lo interesante del caso es la propia lógica de los discursos complotistas y su interferencia sobre la política basada en evidencias objetivables. Una de las principales características de aquellos es precisamente que la sospecha se instala en las mentes de los conspiranoicos sin precisar de ninguna evidencia fáctica, de hechos verificables. Forma parte de todo ese mundo de los “hechos alternativos”, una dimensión más de eso que ahora se califica como crisis epistémica: la imposibilidad de distinguir entre verdad y falsedad o la incapacidad para acceder a una visión compartida y consensuada sobre la realidad. De lo que aquí se trata es de construir una serie de creencias, de lo sentido como verdadero, para contradecir a las presuntas verdades provenientes del bando enemigo.

Las conspiraciones no pueden sobrevivir si hubiera alguna instancia capaz de impugnarlas. Son irrefutables, ni siquiera por la ciencia, como vimos en el caso de las vacunas para prevenir la covid. Pero tampoco se pueden confirmar. Una conspiración que demostrara ser cierta dejaría ya de ser tal y significaría el reconocimiento explícito de aquello a lo que tanto se resisten, que existen medios objetivables para distinguir entre verdad y falsedad. Aquellas, por el contrario, se esparcen a través de rumores, ambigüedades, narrativas y culpabilizaciones obsesivas. El problema de Trump, ese rey de la mentira, es que dijo a sus seguidores que lo que ellos consideraban como cierto era falso, que no hay una “verdad oculta”, rompiendo así todo el imaginario que habían construido en torno a él. Lejos de disolver las sospechas solo consiguió que cambiaran de bando, ahora se le suma al de quienes porfían en seguir encubriendo a la red de Epstein. La desconfianza que Trump esparció sobre todo el sistema político estadounidense se está volviendo contra él. Puede acabar en una pequeña crisis, depende de cómo lo gestionen, pero es bien expresivo de cómo las teorías conspirativas, una vez liberadas, no reconocen amos ni fronteras ideológicas.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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