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El negocio detrás de los mercados medievales que recorren España: “Se ganan 2.000 euros en un fin de semana, pero es muy duro”

Centenares de comerciantes pasan meses recorriendo el país en mercadillos temáticos, un sector cada vez más competitivo y criticado por su estandarización

Mercado medieval en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María, celebrado el pasado 6 de junio.
Jesús A. Cañas

Beatriz Hernando supo pronto que lo suyo era “todo lo contrario a lo que se supone a una vida convencional”. Recién cumplida la mayoría de edad, se lanzó a vender sus joyas hechas con tenedores por mercados temáticos de toda España. Seguía en realidad los pasos de su padre, pero “cada uno por su lado”, como bromea la sevillana de El Saucejo al otro lado de su puesto de artesanía en el Mercado Medieval de El Puerto de Santa María (Cádiz). Acaba de arrancar junio y, tras una breve parada técnica por casa, Hernando, de 33 años, ya no piensa volver hasta octubre. En los próximos cuatro meses, es una de los miles de comerciantes y artesanos que se enrolan en los mercados temáticos por toda España y que emergen como setas a lo largo y ancho del país en un sector que rellena las programaciones estivales municipales mientras mueve cientos de miles de euros.

El mercado de El Puerto de Santa María, celebrado del pasado 6 al 8 de junio, era un gemedieval. Los gallardetes de colores, los pasacalles integrados por bufones, danzas acrobáticas y música folk pretendían dar pistas de ello en la escenografía más prototípica. Ese periodo histórico —que abarca la friolera de 1.000 años con sus correspondientes matices— está en el hit total de los mercados temáticos que rulan por España. Pero hay muchos más. “También de las tres culturas, marineros, que salen mucho en verano, romanos, íberos, celtas… Cada uno tiene su decoración distinta: el marinero es azul y blanco; el celta, negro y ocre; el romano, rojo y blanco”, resume Pablo Llorente, gestor de una de las múltiples empresas que los organiza, Rivendel. La decoración es, casi en la mayoría de los casos, intercambiable. El verdadero negocio está en los puestos de artesanía y hostelería que se caracterizan para cada cita.

La empresa de Llorente lleva ya 12 años organizando este tipo de mercados, desde que hizo sus pinitos en pequeños pueblos de Jaén, Córdoba y Granada. Tempus Aevus, la encargada del evento de El Puerto, lleva tres años y medio, pero su única gestora, Maite Selles lleva más de 20 años en el sector. Con sus matices, ambas se parecen en su estructura empresarial. No tienen trabajadores, se nutren de otros autónomos y pequeñas empresas para dar formas a sus convocatorias. Su trabajo es el de cerrar las citas con los consistorios, pagarles por ello las tasas de ocupación de la vía pública o cánones establecidos, decorar, montar la programación de animaciones —si las tiene— y fichar a los comerciantes y artesanos, a los que les cobran un precio variable por metro ocupado con su tenderete.

Los puestos de hostelería en los mercados temáticos, como este instalado en El Puerto, suelen pagar una tasa algo mayor que los comerciantes

El de El Puerto tiene 68 puestos, no es el de los más grandes de Tempus Aevus, encargado de montar la Feria de las Maravillas de A Coruña y sus 230 establecimientos. Este año, además, han sido menos de los previstos “por el miedo que tenían los comerciantes de que, tras la feria, la gente no viniese, pero no será así”, presume Selles poco antes de inaugurar. La organizadora tiene claro que no le perderá dinero, como sí ocurrió en el de la última Navidad, montado en la misma ciudad. En función del mercado y los días, Selles cobra a los comerciantes un canon de entre 50 y 250 euros por metro, cantidad parecida a Rivendel. Tanto ella como el resto de artesanos que se enrolan en sus mercados declaran sus actividades en el epígrafe de vendedores ambulantes.

Selles tenía previsto ganar unos 2.000 euros por el fin de semana de El Puerto, descontando la tasa de ocupación de 2.500 euros que cobra el consistorio gaditano, la seguridad o la animación. A cambio, no tiene en sus pensamientos volver a su casa en Villajoyosa (Alicante) hasta principios de agosto. “¿Quién gana eso en un fin de semana? Con todo, es muy duro, muy pensionado, vale la pena porque te gusta porque si no esto no lo aguantas”, razona la empresaria. No es ese su principal problema, sino la competencia furibunda en la que lleva inmersa el sector desde hace décadas. Ella prefiere hacerse solo con mercados en los que el ayuntamiento en cuestión solo cobre tasa de ocupación. La otra opción es ir a licitación para pagar un canon en el que las empresas hacen pujas al alza. “Cuando pones tanto dinero, se resiente la decoración o la animación”, se queja la empresaria.

La empresa organizadora se encarga de la tematización y las animaciones, que dependen del presupuesto y de las exigencias del Ayuntamiento

Pero hubo un tiempo no tan lejano en el que el mercado era justo al revés, era el consistorio el que pagaba por tener un evento que trascendía al propio mercado. “Hace 20 años era muy distinto. A mi empresa nos llamaba un Ayuntamiento y nos decía que le gustaría hacer unas jornadas medievales. Investigábamos su historia en el periodo medieval, lo recreábamos con personajes reales y datos históricos”, explica Roberto López, gestor cultural de la empresa sevillana Las Brujas Eventos, especializada en producciones culturales. Pero entonces, hubo comerciantes y artesanos que se organizaron para ofrecer solo mercados tematizados de forma gratuita a los consistorios, que pronto cambiaron su forma de proceder. “Fue un momento crítico para nosotros, pero decidimos no ceder. Cuando el organizador trabaja para ganar dinero, todo se desvirtúa, es una involución”. Así que López ya solo opta por asumir mercadillos que cuentan con financiación municipal o de patrocinadores, como es el caso del Mercado Navideño de Sevilla, que él organiza.

Llorente, acostumbrado a entrar en licitaciones, confirma la tendencia del sector: “Lo normal es que paguemos. Hay ayuntamientos que pagan, bien porque son pequeños o porque quieren mantener la calidad. Lo entiendo, los consistorios no son tontos, cuando ven que hay negocio en los puestos y ven que rinden”. El propietario de Rivendel pone como ejemplo puestos de comida que pagan por ocupar un espacio unos 2.000 o 3.000 euros “encantados” porque lo mismo hacen 15.000 euros de ventas. “Es la oferta y la demanda”, argumenta el empresario. Pero a López, acostumbrado a trabajar en recreaciones históricas documentadas, le entristece que estos eventos hayan perdido el carácter épico y personalizado: “Son mercados que son la misma imagen, vayas donde vayas, son como mercenarios”.

Alejandro Casielles reconoce, entre risas, que a veces se lía con los vestuarios medievales, romanos o celtas. Para el de El Puerto ha desembarcado desde su quesería de Asturias hasta el puesto de productos de su tierra, vestido con una camiseta con cordones que da el pego del medievo. Combina la vida nómada en la que Hernando se siente cómoda con idas a su negocio para preparar los quesos. “Puedes hacer de ventas entre 2.000 o 5.000 euros, pero tienes muchos gastos de desplazamiento y alojamiento, así que tengo previsto comprarme una furgoneta camperizada”, explica el quesero. Es justo el medio de transporte y ritmo en el que Hernando se embarcó hace ya 15 años y en el que ya está enrolada hasta octubre. “Esta vida o te gusta o la odias. En mi caso, es lo primero”, zanja la joven con una sonrisa.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.
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