Ir al contenido
_
_
_
_
Facebook
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando Zuckerberg llegó tarde al Palacio de Nariño

Ni Facebook ni las otras compañías de su tipo son lugares neutrales de conversación ciudadana, ni son la democratización del debate, ni mucho menos los paraísos de la libertad de expresión

Mark Zuckerberg, en el Senado de Estados Unidos, el 31 de Julio de 2024.
Juan Gabriel Vásquez

Un buen amigo o informante me ha llamado la atención sobre un libro que está, por decirlo cariñosamente, moviéndoles el piso a los plutócratas de la tecnología. Se llama Careless People; su autora es Sara Wynn-Williams, una abogada neozelandesa que fue directora de Políticas Públicas de Facebook durante los años en que la empresa de Mark Zuckerberg dejó de ser el proyecto consentido de un geniecillo desadaptado y se convirtió en una organización de temible influencia política, capaz de torcer elecciones mientras finge neutralidad, capaz de hablar de libertad de expresión mientras le hace el juego a China y trata de censurar libros como éste. El título en español es Los irresponsables, que no está mal para referirse a estos niñatos eternos de Silicon Valley cuya codicia no tiene límites y cuyos desmanes no tienen consecuencias, pero yo hubiera preferido una expresión más cercana al original: Gente descuidada, por ejemplo, pues eso es lo que son los Zuckerberg y los Musk de este mundo. Llevan una década más o menos entrando en todas partes, rompiéndolo todo y luego largándose sin pagar por lo que han roto.

El pasaje que mi amigo me ha señalado tiene que ver con Colombia, y me parece que puede iluminar las preguntas que nos hemos hecho los que seguimos preocupados por el plebiscito de 2016: por la derrota de los acuerdos de paz con las FARC después de la más grande y descarada campaña de mentiras y desinformación que se ha visto en la historia del país. La escena que cuenta Sara Wynn-Williams tiene lugar en enero de 2015, cuando Zuckerberg vino a Bogotá para entrevistarse con el presidente Juan Manuel Santos y conseguir que Colombia fuera una especie de punta de lanza para sus intereses –los de Zuckerberg, los de Facebook– en América Latina. Santos ha accedido a recibir a Zuckerberg, pero su equipo les ha comunicado a los de Facebook que la reunión tendrá que ser por la mañana: es el único espacio que el presidente puede abrir en esos días dominados por las negociaciones de paz. Y esto es un problema: porque el señor Zuckerberg no madruga y nunca ha madrugado. Y no entiende que tenga que hacerlo para un simple presidente de un simple país latinoamericano que simplemente anda tratando de terminar una simple guerra de medio siglo.

Lo que sigue es una negociación un poco ridícula que acaba con un compromiso: el presidente los cita a las 12 del mediodía. Sara Wynn-Williams, que no carece de talento para la comedia, pinta una escena en la que las distintas personas del equipo de Facebook se alojan sin saberlo en dos hoteles distintos, y por culpa del desencuentro acaban llegando tarde a la reunión en Palacio. Mejor dicho: Wynn-Williams llega por su lado, consciente de la gravedad de la situación, pero Zuckerberg no aparece por ninguna parte. No sólo eso: Wynn-Williams se ha enterado de que la asistente de Zuckerberg, como una adolescente que no ha hecho la tarea, anda inventándose la excusa ridícula de que su avión llegó tarde. “Me desconcierta que crea que esa mentira funcionará”, escribe Wynn-Williams. “¿No se da cuenta de que pueden comprobarlo? ¿Quién se cree que controla el espacio aéreo?” Entonces aparece Zuckerberg –por fin– y comienza –tarde– la reunión con Santos. Y escribe Wynn-Williams estas líneas que debo citar enteras:

“El presidente empieza diciéndonos que tiene que marcharse a reunirse con las FARC. Explica que están en una fase especialmente delicada; unas semanas antes se ha producido un atentado mortal con bomba y todo el proceso peligra. Añade que quiere ampliar el apoyo al proceso de paz entre los colombianos y que le interesa que Facebook lo ayude a conseguirlo. Mark parece aturdido, lo mira con los ojos muy abiertos, con la expresión de alguien que no se ha leído el informe preparatorio. No está capacitado para mantener una conversación sobre las FARC. Pero se ofrece a hacer todo cuanto esté en su mano para facilitar el proceso mediante Facebook (Facebook no hace nada relevante; de hecho, meses después, una vez concluido el proceso de paz, Joel se niega a publicar contenido relacionado con las FARC en la plataforma, pese a las solicitudes directas del despacho del presidente). Todos percibimos que esta reunión finalizará en pocos minutos, a pesar de que acaba de comenzar”.

Tiene razón: la reunión dura diez minutos. La conversación frente a la prensa, que estaba programada para hora y media, dura apenas media hora. Luego del desencuentro –luego de la arrogancia infantil de Zuckerberg, su irrespeto por el tiempo ajeno, su ignorancia irresponsable de lo que estaba pasando en Colombia– los proyectos de colaboración quedan suspendidos. Pero lo que más me interesa de toda la situación vodevilesca, tal como la describe la escritora, es ese paréntesis soltado ahí como si nada: “Una vez concluido el proceso de paz, Joel se niega a publicar contenido relacionado con las FARC en la plataforma, pese a las solicitudes directas del despacho del presidente”. Joel, por supuesto, es Joel Kaplan, que en esa época era vicepresidente de Políticas Públicas de Facebook. Kaplan es un republicano que trabajó ocho años en el gabinete de George W. Bush y que se ha dedicado a defender los intereses del mundo conservador en Facebook, manipulando los algoritmos para promocionar publicaciones de derecha, defendiendo del cierre a varios grupos que promovían noticias falsas: según Wikipedia, Kaplan ha dicho que cerrar esos grupos afectaría desproporcionadamente a medios conservadores. Los reto a que se sorprendan.

Sea como sea, éste es el hombre que, según las revelaciones de Wynn-Williams, se negó a publicar en Facebook las informaciones sobre los acuerdos de paz que al parecer le proponía el gobierno Santos. No sé cuáles hayan sido esas informaciones, pero recuerdo bien la angustia de esos días en que todos los que estábamos embarcados en la defensa de los acuerdos, porque los habíamos leído, nos sentíamos impotentes ante el éxito de las mentiras que los enemigos de los acuerdos habían conseguido sembrar en una ciudadanía insegura y adolorida por años de guerra. Leyendo la frase sobre lo que Joel Kaplan se negaba a publicar, no he podido no pensar en todos los otros contenidos que sí publicó Facebook por esos días: la desinformación y las mil calumnias que envenenaron la percepción que los colombianos tenían de las negociaciones con las FARC y que respondieron, como lo sabe todo el que no haya vivido en un hueco, a una deliberada estrategia de engaño. Ya lo saben ustedes: se trataba, como lo confesó el gerente de la campaña por el No, de dejar de explicar los acuerdos y manipular a la gente para que “saliera a votar berraca”.

La escena que pinta el libro de Wynn-Williams y la frase en que menciona a Joel Kaplan son, me parece, una ventana indiscreta hacia los sótanos donde se fabrica el inmenso poder de Facebook. No: ni Facebook ni las otras compañías de su tipo son lugares neutrales de conversación ciudadana, ni son la democratización del debate, ni mucho menos los paraísos de la libertad de expresión. Son empresas privadas que responden a los intereses privados –y a veces a las pataletas, los caprichos y los rencores– de un grupo de irresponsables, esta gente descuidada que es capaz de influenciar un proceso de paz para defender sus intereses. Y ya es tiempo de que las veamos como lo que son.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan Gabriel Vásquez
Nació en Bogotá, Colombia, en 1973. Es autor de siete novelas, dos libros de cuentos, tres libros de ensayos, una recopilación de escritos políticos y un poemario. Su obra ha recibido múltiples premios, se traduce a 30 lenguas y se publica en 50 países. Es miembro de la Academia colombiana de la Lengua.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_