Vecinos que viven en tiendas de campaña
Coexisten en nuestras ciudades dos mundos distintos y desconectados, en uno vivimos y el otro lo tememos porque es la pobreza y lo desconocemos


Fue ideada como símbolo democrático y ahora la Biblioteca Joan Miró en el centro de Barcelona es testimonio local y universal de otro reto en el que está en juego la convivencia democrática. A última hora de la tarde el grupo de hombres subsaharianos sin techo y sin papeles monta un campamento en el estanque que la rodea y en el que no hay agua desde hace años; junto a algunas de esas tiendas de campaña, compradas tras recoger mucha chatarra (son 30 euros), está el carro del supermercado que es su herramienta de supervivencia. Pasa cada día mientras alrededor juegan los niños en el parque y este viernes prácticamente a esa misma hora pasa que el Air Force One aterriza en el Aeropuerto de Prestwick, en Escocia. Donald Trump ha viajado hasta allí para inaugurar un nuevo campo de golf de su compañía familiar y además aprovechará para celebrar reuniones políticas. ¿Un 15%, Ursula? Bajó la escalerilla y dijo a los periodistas que tenía dos mensajes para transmitir a los europeos. Uno: basta de molinos de viento que destruyen el paisaje y matan pájaros. Dos: la inmigración, que él ha parado en Estados Unidos, nos está matando.
Si no cambia, una ciudad está muerta. Esa biblioteca fue un equipamiento público pionero. Está en un parque que fue una conquista democrática. Allí había funcionado el matadero municipal, inaugurado a finales del siglo XIX. Al lado estaba la plaza de toros que hoy es un centro comercial. Durante décadas no había sido infrecuente ver rebaños avanzar por esas calles del Ensanche como tampoco era extraño el mal olor que los animales dejaban tras ese trayecto. Naturalmente no tenía sentido alguno que ese equipamiento siguiese en un lugar tan céntrico, se optó por trasladar el matadero al mercado de distribución de alimentos, el espacio se abandonó, pero durante la Transición la asociación de vecinos reivindicó la transformación de aquel espacio para que albergase un parque y equipamientos públicos. Esas demandas fueron atendidas en parte por el primer Ayuntamiento democrático que, en un extremo del recinto, instaló una gran escultura de Joan Miró como declaración de intenciones estéticas y en el otro inauguró en 1990 esa biblioteca municipal pensada durante los días de la Barcelona que modernizaban los urbanistas socialdemócratas. La idea era que pareciese una barca. Por eso un estanque la rodea. Sigue sin agua. Tiene filtraciones.
Historia de dos ciudades. Atravieso el parque y los veo tranquilos en el lugar donde dormirán otra noche, están a la misma altura de la tirolina por las que tantas veces se lanzaron mis hijos cuando aún nos pedían pasar la tarde en ese antiguo matadero mientras grupos de latinas bailan y juegan a futvoley. Cruzo la pasarela, huele mal, descubro más tiendas de campaña, salgo del parque y llego a la calle peatonalizada que se ha convertido en una rambla para el hedonismo cotidiano en el barrio. Son dos mundos distintos y desconectados, en uno vivimos y el otro lo tememos porque es la pobreza y lo desconocemos. Me pierdo en el catálogo de Filmin y acabó llegando a un documental finlandés titulado Waiting for Barcelona (2018). La protagoniza Mou, un gambiano que se marchó a los 13 o 14 años de su país y lleva 10 en España. Lo vemos caminar con frenesí por toda la ciudad, arrastrando su carro, abriendo contenedores de basura y cada vez más ansioso porque espera que le concedan los papeles para poder trabajar. La película acaba mal. Mou desaparece. Demasiada marihuana, medicación desordenada y el pánico a otra detención que desemboca en un brote psicótico. “Cuando llegamos aquí no solo buscábamos dinero. Buscábamos caminos, ¿sabes?”.
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