España fabrica jóvenes antiimpuestos
A diferencia de sus mayores, las actuales generaciones sienten que cada vez pagan más para recibir unos servicios peores


Imagínense que tienen 20 años y ven por televisión a un vecino jugándose el tipo para sofocar un incendio. Viajan con el descuento joven del ministerio de Óscar Puente y el tren sufre un retraso de varias horas. Quieren llevar a su padre al médico y le dan cita para dentro de unos cuantos meses. Uno de cada tres jóvenes en España piensa ya que se viviría mejor sin pagar impuestos.
Son datos del Instituto de Estudios Fiscales, dependiente del Ministerio de Hacienda. Entre los 18 y los 24 años, casi un 68% de nuestros jóvenes cree que “la hacienda pública desempeña una función necesaria para la sociedad”. Sin embargo, en esa misma franja de edad, un 31,6% de ellos asegura que “si no se pagara ningún impuesto, todos viviríamos mejor”. No es que quieran pagar menos impuestos, es que no contemplan que el Estado les quite un solo céntimo de su dinero.
Así que España ya está fabricando jóvenes antisistema que no creen en el sustento básico de nuestro modelo de bienestar. Lo lógico sería que alguien que apenas ha cotizado tampoco viera mal aportar a las arcas del Estado. Ahora bien, ese mismo rechazo está instalado también en la franja de 25 a 39 años para un 30,6% de los encuestados. Son los que ya han entrado al mercado laboral y llevan tiempo desempeñando una vida adulta. El contrato social está reventando entre las generaciones que han crecido tras la crisis de austeridad, también, en la cuestión impositiva.
Algunos dirán que esto es la antipolítica, o los ultraliberales, comiendo el tarro a nuestros chavales, pero seamos honestos: existe un clima de opinión sobre que todo está cada vez peor gestionado o depauperado. En España hubo un apagón inédito, una dana arrasó centenares de vidas, luego el caos ferroviario, ahora los incendios, y los casos de corrupción presunta, que tampoco dan una mejor imagen.
Otros dirán que suban los impuestos para que funcionen mejor las cosas. Resulta que España batió récords de recaudación en 2024 como consecuencia del aumento de gente trabajando y de no haber adaptado la tarifa del IRPF a la inflación (deflactación, en la jerga económica), entre otros motivos. Desde 2018, el Gobierno ha recaudado 140.000 millones de euros más, pero parece que no nos está luciendo el pelo. La indignación se agudiza entre la población, toda vez que uno siente que cada vez paga más para recibir unos servicios peores.
Por último, tampoco se percibe lo mismo a cada momento de la vida. Según datos de Fedea, solo la franja mayor de 65 años recibe actualmente más de lo que aporta al Estado. Para el resto, el saldo es negativo. Es normal que un joven no consuma mayores cuidados que sus abuelos o que el incremento de la esperanza de vida suponga invertir cada vez más recursos en las personas mayores. Ahora bien, España también ha tomado decisiones políticas concretas para perpetuar la brecha generacional en la gestión de sus presupuestos. Advertía el economista y director ejecutivo de Fedea, Ángel de la Fuente: “El sistema actual de protección social presenta un sesgo muy importante hacia los mayores. El déficit contributivo del sistema de pensiones exige, cada año, grandes y crecientes inyecciones de recursos procedentes de impuestos generales, que amenazan con dejarnos sin margen para otras prioridades, incluyendo la educación, las políticas activas de empleo, las ayudas familiares, la crianza y la inversión pública en vivienda, tecnología y medio ambiente, que benefician más a los jóvenes”.
No casualmente, nuestros jubilados son la franja en que el apoyo a los impuestos se mantiene más elevado: solo un 9,7% los rechazaría. Son de aquella generación que creía en lo público, tal vez porque les ha permitido desarrollar un proyecto de vida, mantener su statu quo, o recibir a la larga, incluso, más de lo que aportaron. Son además la única franja de edad que conserva niveles de riqueza en dos décadas. Véase la reforma del ministro Escrivá, que carga con más cotizaciones a la masa laboral actual, muy empobrecida, para mantener las actuales pensiones.
En definitiva, el problema no es fantasear con ser un streamer huido a Andorra porque pocos lo lograrán, al fin y al cabo. La tragedia es llegar a la conclusión de que ese era el listo porque le dio la patada a un sistema que oprime a nuestros jóvenes incapaces de emanciparse con su sueldo mísero, donde, encima, la calidad de las prestaciones recibidas está en entredicho. España fabrica ya jóvenes antiimpuestos. Tampoco nos hagamos los sorprendidos.
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