Apostar por la seguridad climática
Ya no basta con acelerar la imprescindible descarbonización de la economía y fortalecer la investigación: urge activar la gran adaptación

Un verano de calor extremo, fuegos devastadores de proporciones históricas tras episodios de lluvias también extremas, múltiples evidencias sobre cómo nos adentramos en una realidad distinta y, como consecuencia, familias rotas por el dolor de perder su hogar y el entorno en el que han vivido o, lo que es peor, seres queridos en la catástrofe.
Una realidad en la que, a la desazón por el cambio climático y la dureza de los escenarios más probables, se añade la gran paradoja de la negación, la que acusa a la ciencia de estar al servicio de una ideología, la que considera despilfarradores a quienes impulsan la acción climática o la que se esfuerza en subvertir el orden internacional, y los programas de colaboración científica y de cooperación solidaria.
Como si la seguridad, la calidad de vida, la competitividad y la convivencia pacífica en las sociedades no estuviera directamente relacionada con el clima y el modo en que consumimos recursos o el desarrollo de capacidades para reaccionar frente a grandes incendios, inundaciones o temperaturas extremas.
No es nuevo, pero el tiempo muestra el creciente drama al que nos enfrentamos y las terribles consecuencias que tiene negar lo obvio y no invertir en una mejor preparación para lo que, muy a nuestro pesar, cada vez ocurre con mayor virulencia y frecuencia.
El abandono de tierras y actividades tradicionales y respetuosas en los entornos rurales, así como la ocupación de zonas inundables, amplifica sobremanera la vulnerabilidad de nuestra sociedad. Como también lo hace la ausencia de una política hídrica cuidadosa en periodos de sequía o la existencia de sistemas energéticos no preparados para responder ante extremos térmicos cada vez más frecuentes.
Ya no basta con acelerar la imprescindible descarbonización de la economía y fortalecer la investigación. Los impactos físicos y económicos del cambio climático son una realidad. Pueden cambiar en función de las características de cada sociedad y geografía, pero es imprescindible conocerlos y anticipar su efecto para procurar evitarlo o, al menos, mitigarlo al máximo.
El sistema europeo Copernicus ofrece datos reales, incontrovertibles y terriblemente preocupantes, por lo que un primer y modesto gesto de honestidad institucional sería evitar la frivolidad de negar o reclamar retrasos en la respuesta.
Porque la actuación que necesitamos es compleja, transversal y exigente. Ha de ser socialmente comprometida y requiere rigor y responsabilidad.
No es posible hablar de competitividad y autonomía estratégica sin transformar profundamente nuestro sistema energético y eliminar definitivamente la dependencia de unos combustibles fósiles de los que ni siquiera disponemos en nuestro continente.
Pero, además, urge activar la Gran Adaptación, la integración de los nuevos escenarios climáticos en las decisiones de inversión y en las políticas públicas y el fortalecimiento de los sistemas de protección civil.
Hace pocas semanas The Economist planteaba abiertamente la necesidad de incluir el eventual colapso de la Corriente del Golfo —que se origina en México y acaba recorriendo el Atlántico Norte— y sus terribles consecuencias para el clima europeo en el menú de amenazas a la seguridad nacional en nuestro continente.
Hace ya años, en España, se planteó la necesidad de adoptar un enfoque holístico y constante en la gestión del territorio y las políticas de prevención de incendios, manteniendo profesionales todo el año, capaces de llegar a ser nuestros agentes de seguridad frente a la emergencia climática.
Queda mucho por hacer, pero la realidad demuestra la necesidad de acelerar esta agenda.
Este es uno de los objetivos del mandato de esta Comisión Europea.
Un objetivo de adaptación al cambio climático que requiere un gran esfuerzo transversal. Y en ello estamos trabajando. Supone introducir la variable climática en el diseño de las políticas, fortalecer la capacidad y eficacia de los sistemas de alerta temprana y protección civil, desplegar la solidaridad y la respuesta integral favoreciendo la puesta en común de nuestros medios y complementariedades y consolidar un enfoque del riesgo y su cobertura (también en la industria del seguro) que permita ofrecer seguridad a ciudadanos, infraestructuras y empresas.
Deberemos incorporar el principio de resiliencia por diseño, incluyendo la prevención en cada decisión pública y privada. Pero además del diseño, necesitamos apostar por la restauración de bosques, suelos y humedales que actúan como defensas naturales frente a incendios e inundaciones y evitar a toda costa el incremento del peligro (ni nuevas construcciones en zonas inundables, ni escatimar en recursos y profesionales, ni abandono del territorio y sus habitantes).
Tras una catástrofe es frecuente hacer números y mostrar cómo con muy poca inversión adicional hubiéramos evitado grandes pérdidas. De eso se trata, de activar anticipadamente lo que ya sabemos que merece la pena. Y esto requiere un esfuerzo inversor notable por parte de todos, administraciones públicas y actores privados, pero, sobre todo, requiere estrategia y valoración del riesgo, la dedicación consciente de recursos a la preparación de forma solvente y acertada para poder afrontar con éxito momentos difíciles que serán cada vez más frecuentes.
Es seguridad y solidaridad. Es también un enfoque anclado en nuestra cultura europea: ningún ciudadano ha de tener que enfrentarse en solitario a grandes amenazas que lo superan. Solidaridad reforzada en los medios de respuesta con un sistema de auxilio europeo capaz de activar el apoyo entre Estados miembros de forma ágil ante catástrofes: aviones europeos apoyando a los efectivos españoles en un verano de fuego salvaje que no se nos olvidará en la vida.
Seguridad y solidaridad no son ajenos al Banco Central Europeo que obliga, desde este verano, a evaluar los riesgos climáticos cuando presta a los bancos.
Nuestro proyecto común se ha forjado sobre la base de los derechos y las libertades, los servicios del Estado del bienestar y las oportunidades para todos, la seguridad y la defensa de la democracia. Y ese proyecto en marcha, en constante avance, requiere hoy incorporar la seguridad climática frente al caos, el sufrimiento y la injusticia que conlleva la falta de preparación.
Sin duda, esta es una de las grandes cuestiones abiertas en el debate del Marco Financiero Plurianual de la Unión Europea. Corresponde ahora a los colegisladores asumir una gran responsabilidad: cómo ofrecer un entorno propicio para la seguridad y la competitividad que garantice un proyecto europeo afín a nuestros valores, a la altura de los retos de nuestro tiempo, incluida la seguridad climática.
Una batalla por la vida en la que nuestros grandes aliados siguen siendo el respeto y la cooperación, la observancia de las reglas comunes y el deber de actuar al que nos comprometimos hace ahora diez años en el Acuerdo de París por el clima.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.