En el pueblo desalojado y fantasma de Abejera: “Fue como si salieras de una zona de guerra”
La localidad es una de las más afectadas por los incendios en Zamora

La aldea de Abejera, en la provincia de Zamora, está rodeada de campos que han mutado del amarillo al negro, fruto del fuego. En el minúsculo núcleo urbano, las calles son las de un pueblo fantasma. Pero no por la despoblación que azota esta zona de Castilla y León, sino porque sus vecinos tuvieron que salir con lo puesto cuando el incendio llegó hasta la primera línea de las casas, en la tarde del martes. Hay ventanas que quedaron abiertas, botellas vacías de agua por el suelo y huele a quemado por todas partes. A lo lejos, entre los molinos de viento, seguían a las 20.00 horas de este miércoles las columnas de humo de los focos todavía activos. Pese a la lucha de los efectivos, las llamas alcanzaron cuatro o cinco inmuebles de Abejera. Un día después, los muros de piedra calcinados están caídos y hay llamas aún candentes de paredes para dentro. Desde el interior de una de esas casas, y entre el silencio, de pronto aparece José Antonio Andrés, de 74 años. Tiene las manos negras, como el campo que le rodea y le vio nacer.
Andrés es un hombre de baja estatura, con pantalones azul marino y camisa de manga corta celeste. Albañil antes de jubilarse, este vecino de Abejera rehusó abandonar su casa y se pasó toda la noche intentando sofocar las llamas con una manguera y con cubos. Su hogar se salvó, no así el de su suegro, por el que deambula entre escombros quemados. “Libré mi casa porque me quedé; si no, se habría quemado”, asegura con las lágrimas en los ojos, de un azul intenso como el de su camisa. Andrés no tiene muy claro ya cuándo se acostó este martes, o siquiera si lo hizo, porque la alerta de incendios llevaba un par de días sobre Abejera, que ya en 2022 también tuvo que ser desalojado durante los graves fuegos de la Sierra de la Culebra. “La Guardia Civil me quería llevar, pero no le hice caso”, cuenta. Su cuñado es uno de los heridos de gravedad de esta localidad. Mientras Andrés retira las gallinas muertas de la casa de su suegro, su cuñado está hospitalizado en Valladolid.
Unos metros más abajo, una decena de bomberos de la Junta de Castilla y León se agrupa para marchar de Abejera. La entrada a la localidad está cerrada por agentes de la Guardia Civil, pero hay quienes han sorteado a los efectivos por caminos alternos. Entre ellos, José María Folgado, de 50 años, pizarrista, que junto a su hermana y su mujer han regresado para echar de comer a sus animales. A Folgado la alerta del desalojo lo pilló recién levantado de la siesta, a las 18.00 del martes.

Mientras Folgado se desperezaba, empezó a escuchar en la calle los avisos de desalojo, así como varias avionetas sobrevolar la zona. En apenas 15 minutos después de las alertas, el pueblo tenía el fuego encima. La nave de Folgado fue arrasada. Junto a lo poco que queda en pie, describe como puede sus sentimientos. “Ver el pueblo así y las casas que se han quemado... Se te cae el alma”, resume con pocas palabras. “Lo raro es que no pasara más, fue como si salieras de una zona de guerra, en apenas unos minutos ya no se veía nada”, apostilla su hermana Raquel, de 45 años.
En los alrededores del pueblo hay huertos con melones quemados, una cría de gato solitaria y el cementerio con las paredes calcinadas. El desalojo se mantenía en la tarde de este miércoles, cuando también se vació el pueblo de Sesnández, a unos 20 minutos en coche. La carretera entre uno y otro pueblo es sinuosa, con un viento que suena fuerte mientras desplaza el humo, que nubla la vista y pica en la garganta. Las llamas continúan ardiendo a cada lado de la vía. Ahí, entre la niebla, una cuadrilla formada por bomberos profesionales y voluntarios sigue luchando contra el fuego. Unos voluntarios que también habían participado en las tareas de extinción un día antes en Abejera, junto a los efectivos de la Junta y los agentes de la Unidad Militar de Emergencia (UME).

Los voluntarios, un grupo de siete hombres y una mujer con edades de entre 25 y 40 años, han acudido a la llamada de Óscar Puente, de 50 años, colándose también por sendas pecuarias. “No, no soy el ministro”, bromea el hombre, con igual nombre y apellido que el dirigente socialista, de estatura alta y piel recia, que tiene unas 200 hectáreas arrendadas en el término municipal de Abejera. Ataviados con monos de trabajo y con palas en las manos, el grupo colabora junto a los bomberos en las labores de extinción. Un día antes, otro voluntario de 35 años, había muerto ayudando en Castilla y León.
—¿No tienen miedo?
—¿Y qué hacemos, nos vamos para casa? Medios hay pocos, hay que hacer todo lo posible por salvar lo nuestro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
