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“Evita su consumo”: el sello negro que hace temblar a la industria de los ultraprocesados

La peor pesadilla de los productores de comestibles insanos se hace realidad en Chile, donde el Gobierno obliga a poner un aviso claro y contundente en su publicidad

Sello negro productos
Beatriz Robles

“Evita su consumo”. Sin medias tintas: no te lo comas. Esta es la más que potente –y demandada– mención que el Gobierno de Chile obliga a incorporar en la publicidad en alimentos insanos desde la entrada en vigor del Decreto 24 en abril de este año. Un aviso alarmante para la industria de los ultraprocesados, que presiona en todo el mundo para que las administraciones públicas no implanten sistemas de etiquetado claros y rotundos que alerten a la población de los efectos nocivos de sus productos. Con la modificación de la normativa chilena se sube el volumen de las advertencias de los envases obligando a la industria a enfrentarse a lo que lleva años tratando de esquivar: llamar a las cosas por su nombre.

Hagamos memoria. Desde que en 2016 se inició la implantación de la Ley 20.606 sobre composición nutricional de los alimentos y su publicidad, en los lineales de los supermercados chilenos se podían encontrar envases que en su cara más visible incluían llamativos octógonos negros advirtiendo de que el producto era “alto en sodio”, “alto en grasas saturadas”, “alto en azúcares” o “alto en calorías”. Auténticas señales de aviso imposibles de ignorar, que indicaban que a ese producto se le habían añadido sodio, azúcares o grasas saturadas y el contenido final de estos nutrientes superaba los límites establecidos en el Reglamento Sanitarios de los Alimentos.

Los octógonos negros advertían por sí solos, y la publicidad reforzaba el mensaje ya que debía mencionar “Prefiera alimentos con menos sellos de advertencia”. Con el Decreto 24, lo que en la publicidad antes era una sugerencia se convierte en una llamada tajante: “Alimento con sello ‘alto en’ evita su consumo”. Vade retro. Un grito atronador sin posibilidad de interpretación. Por supuesto, a la industria alimentaria chilena no le gustó nada esta nueva norma y las empresas Unilever, Nestlé, Carozzi y Tres Montes presentaron recursos legales para revertir el decreto.

Sin embargo, hace unos días la Corte de Apelaciones de Santiago de Chile rechazó sus pretensiones y argumentó, entre otras cosas, que “el decreto cuestionado no impide a las empresas recurrentes ejercer su giro comercial, ni comercializar sus productos, ni tampoco introduce restricciones que sean desproporcionadas o discriminatorias (…) todo, con la finalidad de orientar de forma más efectiva a la población en un tema tan sensible con es la nutrición”.

Evitar el mensaje “evitar”

La mera idea de que un producto alimentario vaya asociado al mensaje “evitar” es la pesadilla más aterradora de la pata de la industria alimentaria que diseña alimentos perjudiciales para la salud. Hace saltar por los aires toda una estrategia de comunicación universalmente utilizada, en la que el objetivo principal es que sus productos no se identifiquen como insanos. Por eso se ha esforzado durante décadas en generar toda una narrativa que pivota sobre tres ejes: la ambigüedad, la externalización de daños y la responsabilidad individual.

Ambigüedad aferrándose como una garrapata a la idea de “comer con moderación”, un concepto imposible de cuantificar y en el que todo cabe, incluso “comer de todo”. La segunda pata, la externalización de daños, que se entiende cuando atribuyen la falta de salud no a su producto, sino a la dieta en general o al sedentarismo (de estas y otras falacias de la industria alimentaria como que no hay alimentos “buenos” y “malos” ya hemos hablado en El Comidista). También aparece la responsabilidad individual proclamada a los cuatro vientos, cuando aseguran que la decisión última de comer algo la tiene el consumidor: como si no hubieran trabajado fervientemente y puesto en marcha todos sus recursos para que esa libertad de elección esté totalmente viciada.

Como explica Marion Nestle en su imprescindible libro Food politics, el mensaje “consuma menos” (de cierto alimento) choca directamente con los intereses de la industria alimentaria, que busca que los consumidores incrementen el consumo de sus productos”. Estos intereses han interferido con éxito y dado forma a las recomendaciones dietéticas de los distintos gobiernos gracias a las presiones e influencias de estas empresas sobre políticos, reguladores y organismos públicos.

No es casualidad que las recomendaciones dirigidas a establecer restricciones se centren en nutrientes, y no en alimentos. Sigue Nestle “el mensaje ‘consuma menos carne de vacuno’ hace que la industria se levante en armas, mientras que el mensaje ‘coma menos grasas saturadas’ no genera el mismo enfrentamiento”. ¿Qué recomendación nos resulta más fácil de seguir al elegir productos? “Este alimento puede incluirse en una dieta equilibrada, acompáñalo de ejercicio y hábitos saludables” o “evita este alimento”. No hay más preguntas, señoría.

¿Por qué a la industria alimentaria le molestan los sellos?

Por una razón fundamental: no son confusos. Al contrario de lo que ocurre con sistemas como NutriScore, los sellos de advertencia no relativizan, no establecen un gradiente de “salubridad” con toda una zona de grises difícil de interpretar. Los sellos son inequívocos: o es sano o no lo es. Se entienden a golpe de vista y no te exigen saber cómo funciona el sistema para comprender lo que te está diciendo. Es más, estudios como este explican que su mera presencia ya disuade de la compra, y en este otro apuntan que el etiquetado frontal tiene un mayor impacto en la elección de productos saludables. Los sellos no educan, interrumpen. Y esa falta de educación alimentaria que la industria menciona como handicap; porque está muy pendiente de que entendamos bien toda la información para comprender qué es su producto, claro que sí, es precisamente lo que les hace eficaces.

No quiero pasar de largo sobre un enfoque fundamental: el efecto disuario de los sellos de advertencia no requiere un conocimiento nutricional previo, lo que ayuda a que los consumidores más vulnerables –personas con baja alfabetización nutricional, bajo nivel educativo, ingresos bajos, o población de entornos rurales o urbanos marginados– puedan hacer elecciones alimentarias saludables. Sellos frontales que combaten la desigualdad. No es poco (si quieres profundizar, puedes consultar estudios como este o este).

¿Significa esto que estoy en contra de la educación alimentaria? ¡En absoluto! Necesitamos políticas sólidas desde la infancia, normas que obliguen a que las etiquetas sean claras y comprensibles, incentivos que promuevan la compra de alimentos saludables y sanciones para los productos más perjudiciales. Pero mientras esas –y otras– medidas se instauran, contar con herramientas que realmente disuadan de consumir lo insano sigue siendo una estrategia válida.

La historia se repite

El de Chile no es un caso aislado. Como se recoge en Análisis de las respuestas de las partes interesadas a la regulación del etiquetado de advertencias alimentarias en México, cuando en 2019 se propuso en ese país la inclusión de sellos de advertencia y se expuso a consulta pública, la industria alimentaria y organizaciones no gubernamentales con fines o intereses comerciales –es decir, aquellas que representan los intereses del sector privado como cámaras empresariales, asociaciones industriales, think tanks financiados por corporaciones– se opusieron vehementemente alegando pérdidas económicas y asegurando que el nuevo etiquetado confundiría a los consumidores.

En la otra cara de la moneda estaba la perspectiva de la academia, los profesionales de la salud y las ONGs y su opinión era diametralmente opuesta: el nuevo etiquetado era fundamental para informar a los consumidores y era un elemento importante para reducir la prevalencia de sobrepeso y obesidad. Es retórico plantearse quién pensaba en la rentabilidad y quien tenía en mente la salud pública. No es extraño que en esta investigación se afirme que la industria trabajó para retrasar la implantación de la norma y la identifique como una barrera fundamental y, por supuesto, en México las empresas alimentarias también han interpuesto acciones judiciales contra el etiquetado de advertencia.

Podríamos seguir poniendo ejemplos porque el modus operandi es siempre el mismo. Ante la posibilidad de que un gobierno plantee establecer un etiquetado que identifique claramente los alimentos insanos, la industria alimentaria despliega una maquinaria que no para ni cuando la medida es ley. El patrón se repite: primero, acciones de lobby destinadas a frenar la implantación o a reemplazar el sistema de advertencias por otro más benigno, como el semáforo nutricional.

Luego, campañas mediáticas que buscan generar rechazo social, difundiendo información sesgada pero presentada como neutral, a menudo respaldada por voces con autoridad, como nutricionistas o médicos. Después llega una nueva ronda de presiones políticas para retrasar la entrada en vigor y, si pese a todo el etiquetado logra superar “las doce pruebas de Astérix”, se judicializa el proceso, con el objetivo de suspender, demorar o suavizar los aspectos que resultan más perjudiciales para sus intereses.

No es (solo) la rentabilidad, es el relato

Si bien la industria alimentaria parece muy preocupada por qué pasará con sus ventas si se impone este etiquetado –mientras amenazan con que tendrán que hacer recortes de personal–, la evidencia apunta en otra dirección. Un estudio publicado en Nutrients analizó los efectos de los sellos de advertencia chilenos sobre el empleo, los salarios reales y las ganancias empresariales, y concluyó que no hubo impactos negativos tras tres años de su implementación.

También les inquieta muchísimo (nótese la ironía) que los consumidores tendrán menos información disponible, que esta va a ser más confusa, que atenta contra el libre mercado, o contra la libertad de expresión (sí, también aquí se manosea esta idea), que por sí solos no resuelven el problema del sobrepeso y la obesidad…o que estigmatiza a determinados productos con etiquetas parecidas a las de los paquetes de tabaco. Considerando la proximidad entre ambas industrias, la coincidencia en sus maniobras para limpiar su imagen mediante estudios financiados para arrojar dudas sobre los efectos perjudiciales de sus productos, su discurso centrado en la “responsabilidad individual” y el calco en la creación de productos supuestamente “menos dañinos”, la comparación no es exagerada: es, de hecho, exacta.

Quizá lo que realmente teme la industria no es tener que cambiar una fórmula o rehacer una etiqueta. Su miedo más profundo es perder el relato. Ese relato que durante años —y millones en publicidad— ha presentado sus productos como sinónimo de bienestar, felicidad o salud. Porque basta un sello negro para que toda esa ficción cuidadosamente construida se derrumbe y, por fin, se vea lo que había detrás: un negocio brillante, sí, pero también un riesgo para la salud pública.

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Sobre la firma

Beatriz Robles
Tecnóloga de alimentos y dietista-nutricionista, trabaja como divulgadora y da clase en la Universidad Isabel I. Está obsesionada con la desinformación, si quieres verla en su salsa, lánzale un bulo: no parará hasta destriparlo. En su libro 'Come seguro comiendo de todo' pretende que no vuelvas a comerte una mayonesa casera añeja y 'salmonelósica'.
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