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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bolivia entierra la era Morales

El rotundo respaldo a los candidatos de derecha acaba con el movimiento socialista indigenista que ha marcado dos décadas

Los candidatos presidenciales de Bolivia Rodrigo Paz (izquierda) y Jorge Quiroga.
El País

Bolivia cerró este domingo, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, una de las páginas más largas y determinantes de su historia reciente. Por primera vez en dos décadas, la izquierda ha quedado fuera de la contienda por la presidencia. El Movimiento al Socialismo (MAS), que bajo el liderazgo de Evo Morales inauguró en 2006 un ciclo político marcado por la expansión del Estado, la redistribución de la renta y un inédito protagonismo de los sectores indígenas y campesinos, ha quedado relegado prácticamente a la irrelevancia electoral. El resultado de las elecciones del 17 de agosto representa una derrota que no es coyuntural, sino estructural: la izquierda boliviana se asoma al abismo después de 20 años de hegemonía.

El derrumbe no se explica sólo por el desgaste natural de un partido que ha gobernado demasiado tiempo. El MAS pagó el precio de sus divisiones internas, del enfrentamiento entre “evistas” y “arcistas”, de la obstinación de Morales por tratar de regresar al poder y de la falta de renovación real en sus cuadros. El voto nulo, alentado por el propio expresidente como protesta contra su inhabilitación, alcanzó casi una quinta parte de las papeletas y debilitó aún más al que se consideraba su delfín, Andrónico Rodríguez, quien apenas logró un 8% de apoyo. Al final, el MAS quedó reducido a un actor secundario sin representación significativa en diputados ni senadores.

El vacío ha sido ocupado por dos viejos conocidos. Rodrigo Paz, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, se situó en cabeza con un discurso centrista y modernizador que capturó la frustración de amplias capas de la población, incluso en bastiones tradicionalmente afines al MAS como El Alto. Lo acompañará en la segunda vuelta el expresidente Jorge Tuto Quiroga, representante de la derecha más extrema, que busca capitalizar el hartazgo con las fórmulas estatistas. Ambos simbolizan, con sus diferencias, el fin de un ciclo y el inicio de otro marcado por el giro hacia el centro y la derecha, o en el caso de Quiroga la extrema derecha.

Ese viraje no se entiende sin el telón de fondo económico. Bolivia vive hoy una crisis severa, con inflación de dos dígitos, reservas internacionales en mínimos históricos y escasez de divisas. Las recetas de subsidios y control estatal, que durante años sirvieron para sostener la popularidad del MAS, se han vuelto insostenibles. El descontento social no es político, es sobre todo económico. Terreno fértil para candidaturas que prometen estabilidad, apertura al capital privado y un cambio de rumbo en las relaciones con los organismos internacionales.

El caso boliviano encaja en una tendencia más amplia en la región. Tras la ola progresista que marcó el inicio del siglo, varios países de América Latina viven un retorno a liderazgos conservadores o liberales, con matices nacionales. Argentina, Ecuador y ahora Bolivia se inscriben en esta secuencia que, aunque no siempre responde a la misma lógica, comparte un denominador común: el desgaste de proyectos progresistas que no lograron renovar su legitimidad después de largos años de poder.

La izquierda boliviana se enfrenta ahora a un dilema existencial. Para sobrevivir, deberá recomponerse desde la oposición, redefinir su programa y aceptar que Evo Morales se ha convertido en el principal obstáculo para su supervivencia. El MAS fue durante años la herramienta que canalizó las demandas de amplias mayorías históricamente excluidas del poder; hoy corre el riesgo de convertirse en un recuerdo incapaz de articular una alternativa viable.

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