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Los abogados, las víctimas, los políticos y los famosos: quién es quién en la telaraña del ‘caso Epstein’

El pederasta que ha puesto en apuros a Trump frecuentaba los círculos del poder en un clima de impunidad alentado por el sistema judicial estadounidense

Imagen sin fechar del príncipe Andrés de Inglaterra junto a  la víctima Virginia Giuffre, supuestamente cuando esta era aún menor de edad, y Ghislaine Maxwell.
Iker Seisdedos

El origen del caso Epstein se remonta a mediados de los años noventa, cuando llegaron las primeras denuncias por abuso sexual de menores contra Jeffrey Epstein, un misterioso millonario extraordinariamente bien conectado en la sociedad de Nueva York gracias a su novia/amiga/cómplice Ghislaine Maxwell, que hoy cumple 20 años de cárcel como conspiradora de su red de tráfico sexual. Nadie quiso creer entonces a esas muchachas que se enfrentaron al poderoso y, durante décadas, impune pederasta.

Epstein fue finalmente procesado en Florida en 2006 después de que los investigadores reunieran decenas de denuncias de menores que habían sufrido abusos sexuales en su mansión de Palm Beach. Las atraía, a menudo con la ayuda de Maxwell, para que le dieran masajes que solían desembocar en agresiones sexuales. Muchas de ellas eran jóvenes con problemas. Algunas se quedaban a sueldo después para atraer a nuevas víctimas. Los costosos abogados del millonario lograron entonces que el asunto se resolviera con un polémico acuerdo con la fiscalía por el que el acusado solo pasó 13 meses en prisión.

En 2019, Epstein murió en una celda de alta seguridad en Manhattan mientras esperaba un segundo juicio, cuando las viejas denuncias cobraron nueva vida y se sumaron muchas otras. Las extrañas circunstancias de su muerte, que el forense determinó que fue un suicidio, los flagrantes fallos en su custodia y las conexiones con el poder de Epstein alentaron toda clase de teorías de la conspiración, que han resucitado este mes cuando la Administración de Donald Trump anunció que no desclasificaría nuevos archivos del caso y, de paso, zanjó los dos bulos más extendidos: que el sumario esconde una lista incriminatoria de hombres poderosos y que al tipo lo asesinaron para que no tirara de la manta.

Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell en una imagen sin datar en Balmoral (Escocia).

La decisión de no dar más explicaciones ha provocado una revuelta en el mundo MAGA (Make America Great Again), un universo siempre dispuesto a sospechar de eso que llaman el Estado profundo. Trump entró en política como un outsider de Washington, y sus fieles, embarcados en una extraña causa común con los demócratas, han recordado súbitamente las conexiones de su líder con el poder neoyorquino que este caso prueba: Trump fue amigo del financiero durante 15 años.

El presidente lleva semanas tratando de desviar la atención sobre el tema. No lo ha logrado: veinte días después del estallido del escándalo, está claro que se trata de la primera gran crisis interna de su segundo mandato. Tampoco ha evitado que resucite con fuerza su condición de destacado personaje de la tupida trama de un caso lleno de sombras. Una telaraña con multitud de protagonistas más allá de Epstein y Maxwell.

Lo que sigue es un quién es quién en la truculenta historia del “depredador sexual más peligroso de la historia de Estados Unidos”.

Virginia Giuffre, la cara de las víctimas

Tal vez la víctima más famosa. Fue captada en 2000 a los 16 años por Maxwell en Mar-a-Lago, la residencia privada y club social de Trump en Palm Beach en la que trabajaba su padre. La engañaron diciéndole que sería masajista de Epstein, y así fue como empezaron más de dos años de abusos y tráfico sexual a bordo de los tres aviones privados del millonario por todo el mundo. Las agresiones no solo fueron de Epstein y Maxwell, también, según denunció, de amigos y socios del financiero, entre ellos, el príncipe Andrés de Inglaterra, cuando ella tenía 17 y 18 años.

Virginia Giuffre sostiene en 2018 una foto de ella misma de adolescente.

Fue una de las primeras que se atrevió a dar la cara. En 2015, puso una denuncia contra Maxwell que se resolvió con un acuerdo extrajudicial al año siguiente. Aquello permitió la investigación y posterior condena de la conseguidora de Epstein, en 2022, a 20 años de prisión por cinco delitos.

Otras mujeres siguieron su ejemplo: está, por ejemplo, Sarah Ransome. Cuando estaba entrando en la veintena, la reclutó Maxwell en Nueva York. Sufrió nueve meses de violaciones en esa ciudad y en la isla privada de Epstein, que los lugareños conocían como “la isla de los pedófilos”. Recogió su experiencia −empezando por su infancia traumática; común entre las víctimas del financiero− en un libro publicado en 2021.

En la lista de supervivientes también destacan Johanna Sjoberg, cuyo testimonio fue el más importante en la última remesa de materiales desclasificados por la jueza en 2024; Maria Farmer, a la que el FBI no hizo caso cuando denunció al depredador sexual tan pronto como en 1996; o Courtney Wild, que ha liderado los esfuerzos para hacer responsable al Gobierno de los fallos que permitieron a Epstein actuar con impunidad.

Giuffre se libró de Epstein y Maxwell cuando, según su testimonio, estos le habían propuesto tener un hijo y renunciar a él. Se suicidó el pasado abril en Neergabby, Australia, adonde se mudó hace décadas huyendo de Epstein y de su pasado. Un mes antes, la había atropellado un autobús. Tenía 41 años.

Trump y Epstein

Trump, Clinton, el club de los amigos poderosos...

Epstein se relacionó a lo largo de su vida con políticos, académicos, banqueros y famosos empresarios. Fue durante unos 15 años amigo de Trump (una relación que terminó antes del primer procesamiento del pederasta) y también de Bill Clinton. De los nombres que se relacionan con el millonario pedófilo, el expresidente demócrata es uno de los que más enciende las especulaciones.

Está probado que conoció a Epstein a través de Maxwell, y que se montó en sus aviones privados “al menos en 26 ocasiones” entre 2002 y 2003. Por tanto, también antes del primer juicio. Según escribe Barry Levine en el libro La araña: viaje al interior de la trama criminal de Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, dos testigos lo situaron dos veces en la isla en 2002. Clinton ha negado que tuviera una relación cercana con Epstein y ha asegurado que no sabía nada de sus crímenes.

Otros nombres recurrentes en las diferentes liberaciones de documentos aparecen citados de manera más comprometedora. Entre ellos, están el inversor Glenn Dubin; el agente de modelos Jean Luc Brunel (que se suicidó en prisión en Francia antes de ser juzgado por violación); Leslie Wexner, el exconsejero delegado de Limited y Victoria’s Secret, uno de los primeros empleadores de los servicios de consultoría de Epstein y fuente temprana de su riqueza; y Bill Richardson, que fue gobernador de Nuevo México, estado en el que el financiero tenía de sus mansiones.

Cada vez que ven la luz nuevos materiales −la última, en febrero del año pasado; no aportaron casi nada nuevo−, salen a relucir centenares de nombres: del mago David Copperfield o Michael Jackson (a quien una víctima vio de pasada en cierta ocasión en la casa de Florida, pero no lo acusó de nada) a Bill Gates, que trató con Epstein temas filantrópicos y este año declaró que fue “tonto por pasar tiempo con él”. Y del físico Stephen Hawking, quien, según Levine, participó en la isla junto a otros renovados científicos en una conferencia en la que no consta que se produjeran abusos, al exrector de Harvard Lawrence Summers, que solía pedirle donaciones para la universidad.

El hecho de salir en esos papeles no implica haber participado o saber sobre los crímenes de Epstein. Lo que dejan claro esos archivos es que era un hombre extraordinariamente bien conectado, y que llevaba una doble vida.

Imagen aérea de Little Saint John, la isla privada de Epstein.

... y el príncipe Andrés

“No recuerdo haber conocido a esta señora, en absoluto”, dijo el príncipe Andrés sobre Virginia Giuffre en una entrevista en la BBC en 2019 en la que cavó la tumba de su reputación. “Simplemente nunca sucedió”. Lo cierto es que había pruebas de que sí pasó: una foto de ambos en la casa de Maxwell en Londres en la que el duque de York está cogiendo a Giuffre por la cintura, y se ve a la anfitriona al fondo. Poco después del patinazo en la BBC, la reina de Inglaterra apartó a su hijo favorito de sus tareas de representación pública y, con los años, lo despojó de sus títulos militares y patronatos reales.

Giuffre lo acusó por primera vez en 2015 de haber mantenido relaciones sexuales con ella en Florida cuando tenía 17 años. También alegó que Andrés la había violado en una orgía en la isla privada de Epstein. Varios testigos han situado al príncipe en ese lugar. En 2022, este pagó a su demandante una cantidad que no trascendió para resolver una demanda civil. Las víctimas de Epstein consideraron un triunfo que Giuffre hiciera tambalearse una institución como la realeza británica.

El secretario de Trabajo estadounidense, Alexander Acosta, en una comparecencia el 10 de julio de 2019 tras darse a conocer su papel en el caso de abuso de menores por parte de Jeffrey Epstein.

Alex Acosta, el fiscal que dejó libre al depredador

Es una de las figuras más siniestras del caso. Cuando era fiscal federal en el Sur de Florida, aceptó enterrar el primer juicio contra Epstein con un acuerdo benévolo que permitió al acusado, que solo pasó 13 meses entre rejas, declararse culpable de dos delitos estatales. También le concedió inmunidad para no ser perseguido por la ley federal por tráfico sexual de menores, porque, dijo después Acosta, veía improbable que los fiscales fueran a tener éxito en un hipotético juicio.

La decisión fue una sorpresa tanto para las víctimas como para dos tipos que trabajaron incansablemente en la investigación: el detective Joseph Recarey, que murió en 2018, y el jefe de la policía de Palm Beach Michael Reiter. Ambos siguieron la primera pista: la llamada de una mujer que contó a la policía que había descubierto 300 dólares en la cartera de su hijastra. Sopechaba que esta “había sufrido abusos de un hombre rico de Palm Beach”.

Años después, Acosta aseguró al comité que lo evaluó para el puesto de secretario de Trabajo para el que había sido nombrado por Trump que ofreció, según The Daily Beast, ese trato al millonario pederasta porque le “dijeron que pertenecía a los servicios de inteligencia y que lo dejara en paz”. Acosta fue confirmado por el Senado, pero se vio obligado a dimitir de él poco antes de la muerte de Epstein.

El hipotético vínculo del financiero con los servicios de inteligencia es otra de las piedras de toque de las conspiranoias en torno a su figura. Tras el estallido del último escándalo, el locutor MAGA Tucker Carlson resucitó la idea de que en realidad era un agente del Mosad, algo que desmintió en X el ex primer ministro israelí Naftali Bennett. En un artículo reciente de The New York Times, Levine, el autor de La araña, escribió que los archivos cuya desclasificación se pide estos días podrían resolver de una vez esa sospecha. Y también otras: ¿Cómo pudo un tipo que no terminó la carrera y trabajaba de profesor en una escuela privada de Nueva York amasar semejante fortuna? ¿De qué manera logró financiar un esquema de tráfico de menores tan caro y complejo?

Pam Bondi, el pasado 15 de julio, tras el estallido del escándalo por su manejo de los 'papeles de Esptein'.

Pam Bondi, la fiscal general en apuros

Otra fiscal de Florida. Trump la puso al frente del Departamento de Justicia. Está en el ojo del huracán desde que el departamento que dirige, junto al FBI, publicó un documento que negaba que la Administración fuera a hacer públicos más archivos sobre Epstein y daba la razón al forense: pese a los bulos, nadie mató al financiero aquella noche de agosto. El problema no es que el Gobierno de Estados Unidos esté en sintonía con la versión oficial, sino que Bondi y otros destacados miembros del mundo MAGA −de Kash Patel o Dan Bognino, ambos al frente del FBI, al vicepresidente J. D. Vance− llevan años alentando las teorías de la conspiración sobre el caso.

En lo que respecta a Bondi, es aún peor, porque había prometido durante meses la publicación de sensacionales revelaciones que nunca llegaron. En febrero, montó un teatro en la Casa Blanca al invitar a influencers MAGA y darles unas carpetas con el título Los papeles de Epstein, fase 1, que no contenían novedades y los dejaron con ganas de más. Bondi echó la culpa al FBI. La fase 2 aún está por llegar.

Los funcionarios de su Departamento se dedicaron después durante meses a peinar desesperadamente los 300 gigabytes de información disponibles. Todo indica que sin éxito. En mayo, Bondi le dijo a Trump que su nombre, “como el de tantos otros”, aparecía en los papeles “múltiples veces” (no se sabe en qué contexto, y, a falta de esa información, el dato no permite inferir que el presidente sea culpable de nada). También le comunicó su intención de no hacer públicos más archivos, porque incluían “pornografía infantil” e información personal de las víctimas.

A principios de julio, se hizo pública esa decisión y estalló el escándalo. Para ver si juntos logran que la tormenta pase, Trump ha puesto a Bondi tareas como visitar la cárcel de Alcatraz o pedir a los jueces de los tres casos de Epstein y Maxwell que publiquen los documentos relativos a los trabajos preliminares del gran jurado. De concederse esos permisos, parece poco probable que ese material vaya a resolver todas las dudas o a calmar los ánimos MAGA.

A su segundo de a bordo, Todd Blanche, exabogado personal de Trump, lo han enviado esta semana a Tallahassee, capital de Florida, a entrevistarse con la presa Maxwell. Habló con ella dos días seguidos, nueve horas en total, y salieron a relucir, según el abogado de ella, a la que concedieron inmunidad parcial, 100 nombres. El viernes, Trump desaprovechó dos oportunidades para negar que vaya a indultar a Maxwell, pero no la de mentir sobre la reunión en la que le contaron que salía en los papeles. Dijo que nunca se había producido, pese a que el 15 de julio lo reconoció y a que varios funcionarios de la Casa Blanca la confirmaron.

El abogado Alan Dershowitz, en 2018.

Alan Dershowitz, defensor infalible

Es uno de esos superabogados que solo existen en Estados Unidos. Defendió a Epstein en su primer juicio, el de Florida, y logró el acuerdo con la fiscalía que le permitió sortear la ley federal. Eso le dio una década extra para seguir abusando de decenas de menores.

Mientras el reo estaba en libertad condicional, un detective privado de Palm Beach llamado Michael Fisten, otra pieza clave, lo sorprendió infringiéndola en múltiples ocasiones, también para verse con Dershowitz. Financiero y abogado defensor fueron amigos personales hasta que rompieron tras la segunda imputación de Epstein en Nueva York, en 2019. Giufre declaró que el letrado la violó “seis o siete veces”. Este lo niega vehementemente y la demandó por calumnia. En 2022, ella se retractó de esas acusaciones, y dijo: “Ahora reconozco que tal vez cometí un error al identificarlo”.

Además de a Epstein, Dershowitz ha ayudado a personajes tan célebres como los deportistas O. J. Simpson o Mike Tyson a librarse de la justicia. También representó a Trump en su primer juicio político (impeachment).

Courtney Wild, una de las primeras víctimas de Epstein,  y el abogado Brad Edwards en 2019 en Nueva York.

Brad Edwards, una cruzada de 20 años

Abogado de las víctimas. Ha representado a más de 200 demandantes de Epstein, empezando por la primera, una niña de 14 años. En total, lleva casi dos décadas en una cruzada contra el millonario pederasta. En 2008, le dijo al juez de Florida: “Debido a su apetito descontrolado [de Epstein] por las jóvenes, sumado a su extraordinaria riqueza y poder, podría ser el depredador sexual más peligroso de la historia de Estados Unidos”. Entonces, nadie le hizo suficiente caso.

En este tiempo, ha demandado a Epstein, a sus herederos (lo último que hizo este antes de morir es mover su fortuna de modo que esta no pudiera servir para resarcir a las víctimas), al Gobierno federal y a varias instituciones financieras. También ha contado su historia en un libro. Es, tal vez, la persona que mejor conoce los archivos de Epstein.

En una entrevista con ABC News, Edwards recordó la semana pasada que este “era el proxeneta y su mejor cliente”, una declaración que vendría a contradecir las principales teorías de la conspiración sobre la lista Epstein. “Casi toda la explotación y el abuso tenía como único objetivo satisfacer sus propios deseos sexuales”, dijo.

En el retrato de Edwards sobre Epstein, el financiero era alguien que vivía dos vidas: una en la que abusaba de menores “a diario”, y otra en la que se relacionaba con políticos, la realeza y grandes figuras del mundo empresarial, académico y científico. “En general, esos dos mundos no se solapaban. Y cuando se solapaban, parecía ser un porcentaje muy pequeño”, afirmó Edwards a ABC News, que también dijo que cuando otros participaban solía ser con mujeres “mayores de 18 años”.

Julie K. Brown, esta semana en la Redacción del 'Miami Herald'.

Julie K. Brown, la reportera

Es la periodista que resucitó el caso en una serie de reportajes de investigación para el Miami Herald, cuya publicación provocó el segundo procesamiento de Epstein, cuando los fiscales federales de Nueva York lo acusaron en 2019, y al calor del movimiento Me Too, de tráfico sexual por hechos ocurridos entre 2002 y 2005 en Miami y Nueva York. Así fue como acabó detenido en el aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey.

En 2020, Brown escribió un libro, Perversion of Justice (la perversión de la justicia), en el que explica que fue mientras esperaba a ver si la contrataban en The Washington Post cuando vio con “estupor” que el Senado confirmaba a Acosta en un proceso “en el que casi no salió el nombre de Epstein”. Se preguntó qué pensarían sus víctimas al ver triunfar al tipo que dejó a su verdugo salirse con la suya.

Al día siguiente, propuso la historia a su editor. Brown localizó a unas 80 víctimas, algunas de las cuales tenían 13 años cuando el financiero las agredió. El Post llamó finalmente para decirle que no la querían. “Supongo que Dios tenía otros planes para mí”, escribe Brown. “A veces pienso que, si hubiera conseguido ese trabajo, Alexander Acosta podría ser ahora juez del Tribunal Supremo, y Jeffrey Epstein aún viajaría por el mundo abusando de niñas y mujeres jóvenes”.

Tal vez entonces Trump no estaría viéndose ahora incapaz de atajar la primera gran crisis interna de su segunda presidencia. Impotente ante la prueba de que el movimiento MAGA es un organismo con vida propia después de todo. Una bestia que quizá no tenía tan controlada como él creía.

 

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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