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Los desalojados vuelven a casa tras el fuego ante un futuro incierto: “Es un desastre total”

Más de 23.600 personas han sido evacuadas en toda España por los incendios. Algunos vecinos comienzan la vuelta. Los psicólogos alertan del estrés postraumático

Floro Recio en la plaza de Cabezabellosa (Cáceres), este sábado.Foto: Claudio Álvarez | Vídeo: EPV
Virginia Martínez

Una de las técnicas del buitre para identificar dónde se encuentra la carroña es el avistamiento de un grupo de otros buitres sobrevolando un punto concreto. Tras detectar la imagen, el ave se suma a la bandada, aumenta el número de ejemplares y eso provoca que más buitres acudan al lugar en busca de los cadáveres de animales. Una escena así ocurre a mediodía de este sábado en el pico más alto del término municipal de Cabezabellosa (Cáceres), el Pitolero, a 1.400 metros, donde una decena de leonados se arremolina encima de la tierra quemada. “Estos están haciendo el agosto ahora”, apunta Ricardo García, oriundo del pueblo y que ronda los 50 años, mientras inspecciona la zona por primera vez tras el paso del fuego. El suelo del Pitolero parece hoy el cráter de un volcán salpicado de palitos chamuscados. “Qué pena, qué pena. Esto antes era una maravilla”, se lamenta Míriam Muñoz, de 49 años y esposa de García. Minutos antes, ella contiene las lágrimas al poner el primer pie en la localidad tras cuatro días de desalojo.

Con una vista panorámica que alcanza el Valle del Jerte, desde el Pitolero se divisan los municipios de Jarilla, Villar de Plasencia y el propio Cabezabellosa. Los tres tuvieron que ser evacuados por el voraz incendio originado el pasado martes en un monte junto al primer pueblo por un rayo. El complicado trance para los vecinos ocurrió en medio de una semana de terror para España, con múltiples fuegos en Galicia, Castilla y León y Extremadura, principalmente. En total, más de 23.600 personas han tenido que abandonar las localidades asediadas por las llamas, según datos del Ministerio de Interior.

Un muro de piedra en la carretera que va a Cabezabellosa (Cáceres).

Al Pitolero se llega por una sinuosa carretera comarcal. A ambos lados de la vía, la mayor parte del paisaje verde y amarillo ha mutado al negro. En una de las curvas, hay un muro de piedra con una inscripción: ‘Cabezabellosa, sobre mares de castaños, cerezos, robles y encinas’. La palabra “encinas” está ahora borrosa, cubierta de ceniza. Unos metros más allá aparece el núcleo urbano, adonde comienzan a llegar los desalojados. En medio de la rabia y el dolor por un incendio que ha arrasado 6.100 hectáreas, y una vez comprobado que las casas no han sido afectadas por las llamas —pues las llamas se quedaron en el límite del núcleo urbano—, la principal preocupación de los vecinos es el estado de los árboles, los pastos y las reses. El principal sustento es la agricultura, la ganadería y el turismo rural junto al Valle del Jerte. “Es un desastre total”, se duele Floro Recio, de 68 años, en la plaza del pueblo, que está engalanada con banderines y tiene aún montado un escenario para los músicos. Las fiestas de San Lorenzo acabaron justo el día antes al incendio.

Recio, “de Cabezabellosa de toda la vida”, habla desde una furgoneta, y en la que llega después de inspeccionar su finca. Porque el control de daños se repetía entre las idas y venidas de quienes regresaban a la localidad este sábado. Algunos llevaban hasta cuatro noches fuera, en las instalaciones improvisadas por la Junta o en viviendas de amigos, también albergues y campings. El fuego era el único tema de conversación. Todo gira en torno a cómo han quedado las casas, los huertos, los campos... sumado a las quejas de quienes consideran que han faltado medios o ha habido “descoordinación” en los trabajos de extinción.

En el bar de Antonio, al principio del pueblo tras dejar la carretera, los clientes se saludan y abrazan. “Estamos jodidos. Llevamos toda la semana llorando. Mira”, expresa con el vello de punta Borja Villar, de 35 años, junto a la barra. En situaciones catastróficas, como los incendios, la asistencia psicológica por parte de Protección Civil se organiza en tres fases. En un primer momento, se apoya a los afectados para hacer más llevadero el desalojo, luego se les acompaña durante su estancia en las instalaciones habilitadas por las autoridades y, finalmente, se les ayuda a hacer más llevadera la vuelta. “En esta ocasión, ha sido muy importante la gestión de los bulos”, explica Ángel Bozeta, coordinador del grupo de intervención de psicólogos en emergencias y catástrofes de la Junta de Extremadura, que cuenta con 45 integrantes para emplearse en la oleada de incendios. En la dana de Valencia, recuerda Bozeta, fueron 380 los efectivos.

Borja Viillar, en el bar Antonio, de Cabezabellosa.

Junto al bar Antonio se encuentra el hostal La Bellosina. Su dueña, Belén García, de 55 años, tenía todo reservado para este puente y en los días venideros. Todas las reservas han decaído. “De cara al futuro nos va a afectar mucho porque la gente venía aquí buscando naturaleza y ahora ve todo esto”, anticipa sobre el futuro próximo, preocupada y desconfiada a su vez por cómo se gestionarán las ayudas. “Estamos emocionalmente hundidos”, añade, al tiempo que hace recuento de los castaños que ha perdido un amigo. Como Belén, hay quienes piensan que el sentimiento de desasosiego será peor después, con los días, cuando hayan pasado el “estado de shock” en el que se encuentran tras el primer impacto.

“Después de todo esto puede aparecer un estrés postraumático. Lo va a sufrir la mayoría de la gente, con ansiedad, angustia y depresión”, una vez baje la energía puesta en enfrentar los primeros momentos de la catástrofe, detalla Marian Fuertes, psicóloga general sanitaria, que trabajó sobre el terreno en los incendios de la Sierra de la Culebra (Zamora) de 2022. Desde La Bañeza (León), donde reside, pone el acento en la necesidad del acompañamiento psicológico para quienes sufran a posteriori traumas derivados de la tragedia. Su municipio se encuentra junto a los pueblos afectados por otros grandes incendios en Zamora y León. “Estamos todos con un sentimiento colectivo de desolación. Hay que trabajarlo en la mente de cada uno”, agrega. La semana que viene empezará a atender a quienes lo requieran.

El bar Antonio está regentado por Eduardo García, de 44 años. Como otros vecinos, ha tenido que inspeccionar los frigoríficos y tirar parte de la comida perecedera, pues el pueblo estuvo varias horas sin luz. También sirve agua embotellada en lugar de salida del grifo. Hasta hace una semana, el agua de Cabezabellosa “era la mejor del mundo”. García es un enamorado de la serie ochentera Equipo A. Un cuadro con sus protagonistas cuelga de la pared y sobre la barra hay una frase mítica de su guion: ¡Sobrevivimos como soldados de fortuna! García se imbuye de la proclama y lanza un halo de esperanza: “Saldremos de esta, hay que tirar para adelante”.

Pese al optimismo de García, los clientes del bar reciben llamadas desconsoladoras. Llegan noticias de Casar, otro municipio de Cáceres, donde las llamas se han reactivado. También de vecinos de Cabezabellosa que han perdido parte de su ganado. “A Chicano se le han muerto tres vacas”, grita una mujer. Mientras, los buitres bajan volando del Pitolero a ambos lados de la carretera.

Vista del mirador de Cabellabezosa.

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Sobre la firma

Virginia Martínez
Es redactora en la sección de España y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en la sección audiovisual hasta verano de 2021. Antes cubrió información local en el diario Granada Hoy. Es licenciada en Derecho por la Universidad de Granada y en Periodismo por la Universidad de Málaga y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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