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Tres días durmiendo en un centro de desalojados: “Tengo miedo a encontrarme todo caído cuando llegue a casa”

El polideportivo de La Bañeza acoge a decenas de desplazados en León

Desplazados por los incendios pasan la noche en el polideportivo de La Bañeza, León, este miércoles. Incendios Zamora.
Virginia Martínez

Las luces están a punto de apagarse en el polideportivo de La Bañeza a las 23.30 de este miércoles. Algunos de los desalojados que están sentados a las puertas —“a la fresca”, como suelen hacer en verano en su pueblo—, se adentran en la cancha de juego para ocupar su hamaca. “¿A quién le podríamos pedir un par de mantas?“, pregunta Genaro Martínez, de 75 años, a una de las trabajadoras de Cruz Roja, sentada en la mesa que da la bienvenida a los rescatados del fuego, donde se les pide la documentación para identificarles y se les pregunta si requieren de medicación o necesidades especiales. Vecino de Quintana y Congosto, donde un voluntario perdió la vida luchando contra el fuego, Martínez es uno de los 200 evacuados de localidades de la zona, a unos 60 kilómetros al suroeste de la ciudad de León, que aún sigue sin poder regresar a su hogar.

Una de las peores semanas de incendios entre León y Zamora coincide con la semana de celebraciones de la Asunción y San Roque en La Bañeza. Las peñas tenían previsto dirigirse este miércoles al polideportivo como parte del programa de fiestas. Pero, desde el lunes, los eventos han sido anulados por las devastadoras consecuencias del fuego. Y el polideportivo del municipio, de 10.581 habitantes, “prácticamente una ciudad” en la España vacía, se ha convertido en un gran albergue. Fue escogido por la Junta de Castilla y León como punto “seguro” y “cercano” a los pueblos afectados. Tiene capacidad para 300 pernoctaciones, aunque durante los últimos días ha asistido a mil personas, con alimentos o medicinas. Pues hay quienes deciden dormir en el coche, en las inmediaciones, o con allegados.

La pista de juego de las instalaciones deportivas de La Bañeza se ha repartido en tres zonas: una primera donde se distribuye la comida; una segunda con mesas largas y sillas de plástico para pasar almorzar o pasar el rato, y la tercera, en la que se han ubicado las hamacas para pernoctar. Hay quien lleva tres días durmiendo, o más bien intentándolo, sobre las camas improvisadas y dispuestas por los servicios de emergencia, después de haber abandonado sus viviendas amenazadas por las llamas.

“Mi miedo es encontrarme todo caído cuando llegue a casa”, se lamenta Valentina Vidales, que también acumula tres cuartos de siglo a sus espaldas, en los que hasta ahora nunca tenía que haber sido desalojada de su casa, en Palacios de Jamuz. Dispuesta ya para el sueño, está tumbada boca arriba, con el bolso de mano agarrado sobre su barriga y su hijo en la hamaca de lado. Apenas durmió una hora el día anterior por la angustia —y por los ronquidos, bromea divertida, con el susto inicial ya disipado—, y se ha pasado el día prácticamente “sin hacer nada”. Todavía no se ha duchado. Ya lo hará al día siguiente en uno de los vestuarios.

La pista del polideportivo de La Bañeza.

Tanto Martínez como Vidales aseguran que el trato por parte de los efectivos “es muy bueno”, y que tienen a mano todo lo que necesitan o piden. En las instalaciones se mezclan los trabajadores de la Cruz Roja con agentes de la Policía Local y efectivos de Protección Civil. Detrás de la barra donde se reparte la comida, hay cajas de manzanas, naranjas, pomelos, botellas de agua y refresco. “Nuestro principal objetivo es cumplir las necesidades básicas de todo el que viene”, explica Ángel García, responsable autonómico de Cruz Roja en Castilla y León. El desayuno es a las 7.30, el almuerzo, a las 13.30, y la cena, a las 20.30, de cuyo cátering se ocupa el Ayuntamiento. Esta noche, el menú es bocadillo de tortilla de patata sin cebolla, porque uno de los desalojados es alérgico a la misma. “Así nos ahorramos el debate de tortilla con o sin cebolla”, ironiza García, quien hace hincapié en las labores de asistencia psicosocial. “Tenemos que contarles muy claramente qué va a ocurrir, las fases por las que van a pasar”, apostilla. Pues, como Vidales, la mayor inquietud de los evacuados es qué se encontrarán al regresar a su hogar.

En la portería, los efectivos han colocado un “centro de carga” para los móviles y demás aparatos electrónicos. En el grupo de WhatsApp de los vecinos, Marta Mancheño, de 55 años, recibe fotos y vídeos de cómo ha quedado su aldea, Pobladura de Yuso. La nave de su padre ha sido arrasada, pero su casa no se ha visto afectada. Ella, su marido, y sus dos hijas, de 18 años, y su hijo, de 14, residen en Sant Boi de Llobregat (Barcelona), pero pasan el mes de agosto en el pueblo de sus padres.

El domingo llegaron a Pobladura de Yuso y, el lunes, con las “maletas aún sin deshacer”, esta familia tuvo que marcharse junto al resto del pueblo. Ahora el polideportivo es una réplica de su aldea, con los vecinos dando paseos o jugando a las cartas matando el tiempo mientras aguardan la orden oficial para volver a casa. “El primer día dormimos poquísimo, estábamos alucinados, el segundo ya dormimos algo y ayer ya si pasamos algo de miedo, las noticias que llegaban no eran buenas”, cuenta Mancheño. Hubo un par de personas atendidas por ataques de ansiedad. Sus hijos, sin embargo, están tranquilos. Se dedican a “hablar” con otros jóvenes, a “jugar al basket” y “han tomado mosto” en los bares de La Bañeza, donde no saben si al final de semana retomarán las fiestas.

Una mujer mira el móvil en el polideportivo de La Bañeza.

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Sobre la firma

Virginia Martínez
Es redactora en la sección de España y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en la sección audiovisual hasta verano de 2021. Antes cubrió información local en el diario Granada Hoy. Es licenciada en Derecho por la Universidad de Granada y en Periodismo por la Universidad de Málaga y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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