Réquiem para una candidatura imposible
Para ganar esta primaria, Tohá debía mostrarse como la heredera natural de Boric. Pero no podía: es demasiado Tohá, demasiado concertacionista

La última tentación del Socialismo Democrático se llamó Carolina Tohá. Es preciso decirlo sin matices: su anunciada derrota en las primarias de la coalición oficialista marca el fin definitivo de una etapa, de los descendientes directos del proyecto político más exitoso de la historia reciente del país. En su humillante realidad, expresa con claridad meridiana las contradicciones, las miserias, las insuficiencias y la angostura del desfiladero, sin salida aparente, por el cual ha transitado la centroizquierda durante los últimos años.
Es evidente que la campaña no logró dar con el tono y muchas cosas en ella se hicieron mal. Pero, argumentamos, son los propios errores y decisiones pretéritas del sector, junto a la inercia de tendencias estructurales de largo alcance, las que convirtieron su candidatura en una empresa virtualmente imposible desde su concepción. Y ello importa no solamente una autocrítica de orden técnico o la individualización de responsabilidades, sino un análisis profundo sobre sus condiciones de posibilidad y una perspectiva realista para el futuro. Una reflexión a la altura del cierre de un ciclo histórico.
La de Tohá era una candidatura imposible porque, aunque supiera lo que debía hacer, no podía hacerlo. E incluso si lo hubiese hecho, su efecto habría sido limitado y ambiguo. Por décadas, el mundo reunido en torno a su candidatura creció y existió separando aguas de la izquierda que representan hoy el Frente Amplio y el Partido Comunista, para bien o para mal, con tantas coincidencias como desavenencias. Tohá, aunque lo hubiese intentado, no puede ser otra cosa sino la centroizquierda, la heredera de la Concertación. Esa fue su promesa, su valor y su perdición.
Tal como los partidos que la rodeaban, no queda claro que haya sopesado adecuadamente el costo de ingresar a un gobierno de color distinto al suyo, y de hacer vocerías por una propuesta constitucional con una lectura del país ajena a lo que por mucho tiempo habían defendido. Quizás no tenía alternativas, como suelen justificarse algunos. Es posible. Pero las consecuencias eran evidentes: sacrificar en altar ajeno las posibilidades de construir —o reconstruir— un proyecto nacional y democrático capaz de movilizar al público que no se siente identificado por los partidos hoy hegemónicos de la izquierda.
La candidatura de Tohá se enclaustró en una primaria condenada a convocar, con suerte, al inamovible tercio de apoyo del gobierno en funciones. Condicionada por sus decisiones pasadas, accedió a cortar sus piernas antes de comenzar a correr, descansando ilusamente en la suposición de que este público le daría su beneplácito sin miramientos. Después de todo, había sido —decían— la pretoriana de Boric. La adulta en la sala. La versión femenina de Sísifo empujando sin rumbo la roca de un gobierno emasculado luego del fiasco constitucional. Olvidó que se adentraba en terreno hostil, forastero, y que bastaba con la mera consolidación del voto izquierdista en torno a una de sus dos cartas para derrotarla. Tohá puede ser —creemos que es— la mejor de las concertacionistas, pero también fue la última. Sin Concertación, empero, dicha identidad es más un pasivo que un activo.
He ahí el dilema imposible: para ganar esta primaria, debía mostrarse como la heredera natural de Boric. Pero no podía: es demasiado Tohá, demasiado concertacionista. Y, además, su valor agregado como candidata fue siempre el de poder apelar a un público levemente distinto del tercio gobiernista; capaz de construir una mayoría. Por otro lado, buscar distinguirse la dejaría inmediatamente vulnerable a los demás candidatos, aunque la ayudase luego para una eventual primera vuelta. Vería los costos de haber entrado en una primaria que no era la suya. Y de entrar en un gobierno que no era el suyo. Y de inmolarse por una Constitución que no era la suya. Y de estar por años en la línea de fuego de la decadencia concertacionista. Moverse en cualquier dirección era coquetear con el abismo. Y le creció Jara.
No es todo. Como si lo anterior no fuese suficiente, la candidatura debió enfrentarse a tres irresolubles carencias de la centroizquierda actual, que se arrastran desde la crisis de la Concertación hace ya tiempo. Primero, la centroizquierda no tiene un sujeto social: no sabemos a quién le habla, además de sus ya deterioradas clientelas tradicionales. ¿A los jóvenes? ¿A las personas mayores, a la G80? ¿A la clase trabajadora, a los sectores medios, a los nostálgicos de la Concertación?
Segundo, la centroizquierda no tiene una identidad propia que le proporcione coherencia. Es, en rigor, un grupo de personas con orígenes disímiles y perspectivas irreconciliables en muchas temáticas, cuyo único denominador común es ubicarse políticamente en algún lugar entre la centroderecha y el Frente Amplio. Mucho se habla de la carencia de proyecto, pero no queda enteramente claro que sea posible elaborar alguno bajo las condiciones actuales. La Concertación se comprendía a sí misma como la confluencia política entre diferentes tradiciones ideológicas con vida e identidad propia, cuestión que parece irreplicable a gran escala hoy, debido —entre otras cosas— a la ingente crisis intelectual que campea en el sector, y a las evidentes transformaciones que ha experimentado el país.
Tercero, no hay, entre la centroderecha y el Frente Amplio, una orgánica con real capacidad de movilización de masas, o que sea capaz de proyectarse como tal. La crisis de la centroizquierda es, ante todo, una crisis de sus organizaciones históricas, la cual no puede sino empeorar en lo sucesivo y devenir en un triste festín de recriminaciones mutuas. El último apagará la luz.
Todo esto es una tragedia para el centro democrático y la centroizquierda, cuyas tradiciones políticas lideraron durante dos décadas un exitoso ciclo político de la historia de Chile, y hoy son pequeños barcos —¿botes salvavidas?— en obscura y nada emotiva deriva. Pero también para la izquierda. Bajo el sistema actual, sus posibilidades de gobernar contando únicamente con su tercio histórico tienden a cero: necesita de un pivote que complemente su irreductible, aunque minoritaria, base social, política y cultural. Tohá representó, quizás, la última opción de comenzar a reconstruir algo así sin cortar las amarras con la izquierda. Hoy no hay ya alternativas. Algunos correrán a guarecerse bajo árboles que hoy dan más sombra. Otros se retirarán a guarecerse hasta que los tiempos cambien.
¿Qué queda para la centroizquierda? Muy poco. El ciclo histórico que abrió la renovación socialista parece estar acabándose. Lo que queda de el es campo abierto para la antipolítica y herederos involuntarios. Sólo queda comenzar algo nuevo y reunir energías para subir la cuesta que exige la construcción de un nuevo proyecto político. Sin dogmas, sin amarras, sin facilismos, sin burocracias, sin simbolismos inertes. Crear o caer.
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