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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Así habla un líder global?

Un dirigente que supuestamente defiende a nivel global una nueva política no puede al mismo tiempo desproteger y vulnerar de semejante forma los derechos democráticos de los sectores que se oponen a su liderazgo

Gustavo Petro

El presidente Gustavo Petro ha encontrado en los foros internacionales y en las conferencias regionales un espacio para posicionar su imagen y promover un conjunto de valores distintos a los que busca como mandatario en Colombia. Pocas cosas entusiasman tanto a Petro como dar discursos, y más cuando estos son sobre asuntos tan drásticos como la extinción de la humanidad y la necesidad de reformar para siempre el orden mundial. Sus palabras suelen tener un relativo eco en los medios de comunicación y las redes sociales, y presentan al presidente colombiano con cierta frecuencia como un defensor de las democracias y la paz.

Pero en el centro del asunto radica una contradicción que deben conocer quienes aplauden cinco minutos cada año el discurso internacional de Petro como el del líder de una nación exótica y distante que se atreve a ir en contra de las potencias. La realidad colombiana y la forma en que el presidente ha dirigido el país durante su periodo constitucional muestran decenas de motivos para alertar sobre la brecha entre lo que propone para el mundo y lo que impulsa en su país. De fondo, el presidente Petro pregona fórmulas etéreas para la paz global –y a veces desde las más rotundas obviedades– mientras en Colombia el caos del orden público alcanza niveles históricos.

Es mucha la preocupación que debe causar la forma en que Petro ha tratado a sus opositores y críticos desde su retórica a partir de su llegada al poder. Tres minutos de discurso ante un foro global no borran la huella de un gobierno divisivo y radical, y menos cuando sus palabras en ese foro reivindican a Stalin y a su vez romantizan la lucha armada –que resulta totalmente incompatible con los valores democráticos– en el pasado y en la actualidad. En la misma semana en que escribo esta columna, desde la ligereza de un trino el presidente acusó a la senadora Paloma Valencia, quien se encuentra al lado contrario suyo en el plano político, de ser “cómplice del asesinato de 6.402 jóvenes asesinados por las armas oficiales”. En los últimos meses, también dejó muchas inquietudes la respuesta indolente de su Gobierno al asesinato del senador Miguel Uribe, una de las principales caras de la oposición colombiana, mientras daba un discurso en Bogotá.

A lo anterior hay que agregar sus constantes desafíos a las decisiones de las altas cortes, lo que incluye el llamado a protestas en sus instalaciones, así como también su lenguaje abiertamente beligerante –como su invitación a “desenvainar espadas” y “borrar de la historia”– contra el Congreso de la República. Así mismo, debemos traer a la memoria cómo con creciente frecuencia el presidente intimida a sus contradictores con convocar a una Asamblea Constituyente para reescribir a su antojo las normas de la república.

Es cierto que a muchos sectores y voces de la oposición les ha faltado una inmensa dosis de altura en su diálogo con el Gobierno nacional. Sin embargo, es aquí donde debemos recordar que mientras opositores hay miles, presidente solo hay uno. Lejos de sumarse al coro de los insultos y las injurias, como a diario lo hace Petro, el poder de la Presidencia exige que quien ocupe esa plataforma conserve un tono capaz de contribuir a la reconciliación. Petro está lejos de ser el primer presidente en enfrentar una oposición así de crítica –aquí cabe anotar la forma en que a Duque le bloquearon el país dos veces y cómo Uribe creó un partido político para sabotear el proceso de paz de Santos–, pero sí es el primero en rebajarse a la arena de los gritos y los agravios.

Que el presidente no titubee en llamar a sus críticos “nazis”, compare a los empresarios con esclavistas con “literal odio étnico” y reivindique la guerra a muerte de Bolívar como una lucha válida en la Colombia contemporánea son todos graves retrocesos en el objetivo de construir una conversación nacional de respeto y tolerancia alrededor de la democracia. Sobre todo, cada uno de estos hechos deja claro que para Petro no hay rivales por vencer en la arena de las ideas, sino enemigos que hay que destruir política y moralmente con ataques e injurias. Esta no puede ser la manera en que un demócrata –y mucho menos un supuesto líder mundial– dialogue con sus críticos.

Un dirigente que supuestamente defiende a nivel global una nueva política no puede al mismo tiempo desproteger y vulnerar de semejante forma los derechos democráticos de los sectores que se oponen a su liderazgo. La contradicción en este punto es casi irreconciliable entre lo que el presidente predica a nivel internacional y lo que practica desde lo local. Así no habla ni se comporta un líder global y es tiempo de alertar sobre cómo desde el poder en Colombia se impulsa a diario la más irresponsable división.

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