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COLUMNA
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Miedo y poder, esa vieja pareja

Las políticas de Trump muestran de nuevo que el temor hace imposible la libertad y corroe la democracia

Fernando Vallespín

El asesinato de Charlie Kirk está empezando a verse en los Estados Unidos bajo el síndrome del incendio del Reichstag en 1933. Recordemos que a los pocos días de producirse, Hitler aprovecho la situación para suspender las libertades democráticas. Trump no puede ser tan explícito, pero se mueve ya en una dirección parecida. Primero se imputa la culpabilidad al enemigo, el supuesto discurso de extrema izquierda, luego comienzan a tomarse medidas para evitar que este se difunda. Y se busca una víctima propiciatoria potente; en este caso le tocó a Jimmy Kimmel, responsable de uno de los shows televisivos más populares, por sus comentarios sobre los rasgos ideológicos del asesino de Kirk. Su destitución no vino dictada, como es lógico, por una autoridad política; bastó con que se amenazara al canal ABC con represalias económicas. El amedrentamiento es más sutil e indirecto, como han tenido ocasión de percibir las universidades, los bufetes o cualquier organización en la que Trump pueda encontrar a un enemigo potencial. La última andanada del presidente sobre los medios la hizo desde el Air Force One: “Cerca del 97% de las cadenas están en contra mía. Sus licencias deberían ser anuladas”. Todo muy claro: de lo que se trata es de promover un acatamiento anticipatorio, la autocensura.

Todo esto coincide con el fallecimiento de Robert Redford, el actor que tan bien supo interpretar al periodista Bob Woodward, en Todos los hombres del presidente, la historia de la investigación periodística que provocó el escándalo del Watergate. El periódico que la difundió, el Washington Post, ¿publicaría hoy algo similar contra Trump? Y no solo lo digo porque el propietario de ese medio sea Jeff Bezos. Aunque también habría que afirmarlo: los medios convencionales están sufriendo hoy la pinza entre los tecnobros, por un lado, con su insaciable apetito por hacerse con todos los instrumentos de construcción y manipulación de la realidad —ahí está Musk con X—, y, por otro, el propio poder político, con su política del amedrentamiento. Miedo y poder, esa vieja pareja. No es el Gobierno mediante el terror, como Hannah Arendt decía del totalitarismo, pero, como bien ha analizado Judith Shklar, otra teórica política judía, no es preciso llegar a medidas tan drásticas como las nazis o estalinistas para ver en el miedo la condición que hace imposible la libertad.

Hay grados, desde luego, pero su capacidad para corroer la democracia es igual en todos los casos. Después del asesinato de Kirk, un buen número de políticos cancelaron sus intervenciones públicas previstas. El miedo aquí es a la violencia política, algo que no es nuevo en la política estadounidense. ¿Se imaginan una democracia en la que los políticos no se atrevan a presentarse ante los ciudadanos haciendo campaña? ¿O al gremio periodístico o del entretenimiento autocensurándose a la hora de criticar a sus dirigentes por no perder su puesto de trabajo? Esta es la situación. Con la ironía de que quienes ahora atentan contra la libertad de expresión se desgañitaron denunciando a quienes supuestamente la infringían en nombre de las convicciones woke.

Con todo, las represalias contra Kimmel, como la anterior amenaza contra otro humorista, Stephen Colbert, ha movilizado a sus colegas Jon Stewart y David Letterman, quienes no se han mordido la lengua a la hora de satirizar este nuevo giro autoritario de Trump. Duele decirlo, pero en ese país capta más la atención y se reacciona con mayor virulencia frente al intento por amordazar el entretenimiento que por los actos de crueldad contra los inmigrantes ilegales. Quizá ignoren que todo va en el mismo paquete y forma parte del mismo proyecto: liquidar la libertad.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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