El asesinato del activista trumpista Charlie Kirk resucita el fantasma de la violencia política en Estados Unidos
La muerte del comentarista conservador engorda una lista de crímenes ideológicos que no ha parado de crecer en los últimos años. Trump culpa a la “izquierda radical” del asesinato y del clima de crispación

Un fantasma recorre de nuevo Estados Unidos: el de la violencia política. El asesinato en el campus de la Universidad de Utah Valley del líder MAGA (Make America Great Again) Charlie Kirk, que murió de un tiro en el cuello mientras respondía —en calidad de defensor de la Segunda Enmienda— a una pregunta incómoda sobre la epidemia de violencia armada ante una audiencia de miles de estudiantes, refrescó este miércoles la siniestra memoria de un país que ha vivido el magnicidio de cuatro presidentes en el ejercicio de su cargo y que en los últimos años asiste a una oleada de crímenes ideológicos alentados por la crispación de una sociedad profundamente polarizada.
El columnista, teórico de la polarización y podcaster progresista Ezra Klein hizo en X la cuenta pocas horas después de la muerte de Kirk: del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 al complot para secuestrar meses antes a Gretchen Whitmer por las medidas que, como gobernadora demócrata de Míchigan, tomó durante el confinamiento; del ataque a martillazos a Paul Pelosi, marido de la por entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, al asesinato de dos políticos de Minnesota; y de la ejecución del consejero delegado de United Healthcare a los dos intentos, el verano pasado, de acabar con la vida del entonces candidato, hoy presidente, Donald Trump.
“La violencia política es contagiosa, y se está extendiendo. No se limita a un solo bando o sistema de creencias. Debería aterrorizarnos a todos”, añadió Klein. Se apuntaba, así, al grupo de quienes reaccionaron al asesinato repartiendo la culpa del clima de crispación entre la izquierda y la derecha.

Trump desperdició, con un mensaje emitido a eso de las nueve de la noche de Washington y grabado en el Despacho Oval —un escenario tradicionalmente reservado para las solemnes demostraciones de magnanimidad presidencial—, la oportunidad de sumarse a Klein y a quienes, desde ambos lados del espectro político, lanzaron durante toda la tarde llamamientos a “bajar el tono”.
Es una triste rutina en el EE UU de hoy en día: una personalidad política muere o sufre un atentado y se suceden los buenos deseos de revisar las reglas del discurso público con el mismo efecto (nulo) de esos mensajes de condolencia que envían “pensamientos y oraciones” cada vez que se produce un asesinato masivo a las víctimas.
En su discurso, de algo más de cuatro minutos, Trump citó solo ciertos precedentes; todos ellos, con víctimas conservadoras. Habló con gesto crispado de los atentados contra él, de los ataques de los últimos meses a los agentes de inmigración, del caso de Mangione y del tiroteo en 2017 contra una veintena de un congresistas republicanos, entre ellos, el speaker Steve Scalise. Lo hizo para atacar a la “izquierda radical”, que, dijo, “ha comparado a estadounidenses maravillosos como Charlie con los nazis y los peores asesinos en masa y criminales del mundo”.
“Ya es hora de que todos los estadounidenses y los medios de comunicación se enfrenten al hecho de que la violencia y el asesinato son la trágica consecuencia de demonizar a quienes discrepan, día tras día, año tras año, de la manera más odiosa y despreciable posible”, añadió Trump. Su Administración, prometió, “encontrará a todos y cada uno de los que contribuyeron a esta atrocidad, así como a quienes persiguen a nuestros jueces y agentes del orden. La violencia política de la izquierda radical ha herido a demasiadas personas inocentes y se ha cobrado demasiadas vidas”.
En esa misma línea se expresaron la congresista republicana Nancy Mace o el milmillonario Elon Musk. “La izquierda es el partido del asesinato”, escribió Musk, en su red social (X). Para los influencers de la extrema derecha Steve Bannon, ideólogo nacionalpopulista; Alex Jones, campeón de las conspiraciones; y el presentador de Fox News Jesse Watters, la cosa va aún más allá: el asesinato de Kirk es la prueba, según dijeron en sendas emisiones difundidas a las pocas horas de la muerte, de que hay una “guerra en marcha” contra el movimiento MAGA.
La senadora demócrata Elizabeth Warren respondió a esos comentarios aconsejando que, si se trata de buscar responsables, mejor sería empezar con “el presidente de Estados Unidos”, con “cada meme y cada palabra agresiva que ha publicado” en sus redes sociales.
Warren, de 76 años, vivió los acontecimientos que transcurrieron entre el asesinato de John F. Kennedy, en 1963, y los de Bobby Kennedy y el reverendo Martin Luther King, en 1968. Los otros tres presidentes muertos son Abraham Lincoln, en 1865, a manos de un confederado en un teatro de Washington, James A. Garfield, en 1881, y William McKinley, dos décadas después.

Aquellos años del plomo de la década de los sesenta del siglo pasado continuaron en realidad hasta principios de los ochenta, cuando un tipo llamado John Hinckley Jr., que quería impresionar a la actriz Jodie Foster, trató de matar a Ronald Reagan a las puertas del hotel Hilton de Washington. Ese magnicidio fallido cierra, para los historiadores, una de las etapas de mayor convulsión de la historia de EE UU.
Vista la intensidad con la que se suceden tragedias, como la que este miércoles sacudió el país con la muerte Kirk, y visto también el clima de crispación que se vive en la América de Trump, tal vez esos historiadores harían bien en abrir un nuevo capítulo del libro de la violencia política en el país norteamericano que no parece próximo a su cierre.
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