Nuevo orden comercial mundial
La ruptura unilateral del modelo de comercio global desencadena un daño generalizado que afectará sobre todo a Estados Unidos


Estados Unidos, el mayor importador del planeta, señaló ayer su ruptura radical con el modelo comercial de la globalización al imponer la aplicación de aranceles generalizados a medio mundo. Como ya viene siendo habitual durante la presidencia de Donald Trump, desde el anuncio hasta la puesta en práctica oficial hay tiempo (hasta el próximo jueves) para llegar a acuerdos in extremis dentro de la lógica de imposición de la Casa Blanca.
La medida representa un uso extraordinario de los poderes del presidente y su constitucionalidad está discutida en los tribunales. La justificación legal es cuando menos frágil y fundamentada en excusas como el reconocimiento del Estado palestino por parte de Canadá (a quien se le aplica un 35%) o el juicio contra el expresidente Jair Bolsonaro por parte de Brasil (quien se lleva el arancel más alto de todos, un 50%), argumentos que demuestran la intención de Washington de mezclar intereses económicos e ideológicos.
En total, son 70 países a los que se aplican aranceles unilaterales, con tipos que van del 10% (que tienen países como Rusia y Argentina) al 50% brasileño, pasando por el 25% de India y el 39% de Suiza. Especialmente perjudicados son los países emergentes de África, América y Asia, cuyas poblaciones más vulnerables ya han sufrido un duro golpe con el brutal recorte estadounidense a la ayuda al desarrollo. A Siria, por ejemplo, un país devastado por la guerra, se le impone un 41%. La Unión Europea ya se había apresurado a cerrar un acuerdo con Trump. El domingo pasado, la Comisión encabezada por Ursula von der Leyen acordó con Trump unos principios para la negociación que aceptaban un arancel de base del 15%, una decisión profundamente discutida que ha dejado un mal sabor de boca entre los principales líderes europeos.
Todavía está pendiente por parte de Washington qué aranceles aplicar a dos países: China, el país que más productos vende a EE UU, y México, su principal socio comercial. En el caso de México, Trump ha suspendido por 90 días el nuevo régimen de tasas alegando la “complejidad” de la relación bilateral. Las industrias de ambos países están tan conectadas que los efectos serían instantáneos en buena parte de EE UU. Con China, la actual tregua se prolonga hasta mediados de mes.
La proclamación confirma que los aranceles son una obsesión personal de Trump y la piedra angular de su política económica: mientras él ocupe la Casa Blanca (y quién sabe si después), el comercio global no volverá a ser lo que era. Además, certifica que Estados Unidos no es un socio fiable y obliga a obrar en consecuencia.
Pero a quien más perjudica la medida es a los consumidores estadounidenses. Añadidos a las rebajas fiscales los aranceles son, fundamentalmente, un cambio estructural de la fiscalidad: de impuestos directos y progresivos a lo que es, en efecto, un recargo generalizado al consumo.
Es dudoso que los ingresos por aranceles sean suficientes para compensar un déficit público por encima del 6%, incluso con pleno empleo. Y más si la economía se ralentiza, como ya empiezan a mostrar las cifras: la creación de empleo en los últimos tres meses ha sido mucho menor de lo esperado. Aunque Trump crea que la solución está en una bajada de tipos —que ayer volvió a exigir a la Reserva Federal— el problema es más profundo: el impacto que representa para la economía global una transformación de los fundamentos económicos de EE UU de consecuencias impredecibles y que recuerda a la guerra comercial que siguió a la Gran Depresión del siglo pasado.
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