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EE UU y China se abren a una nueva ampliación de su tregua comercial, pendiente del visto bueno de Trump

Ambas potencias concluyen dos días de conversaciones en Estocolmo sin lograr un acuerdo que fije el marco arancelario entre Washington y Pekín

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, concede una conferencia de prensa en Estocolmo, tras las conversaciones con China, este martes.  A su izquierda, Jamieson Greer, Representante del Comercio de Washington.

Los dos días de intensas conversaciones entre Estados Unidos y China en Estocolmo (Suecia) acabaron sin avances significativos en la búsqueda de un pacto que traiga la paz comercial entre ambas potencias, pero al menos, os negociadores de Washington y Pekín se abrieron al final de la jornada del martes a ampliar la tregua que se dieron en mayo tras unas conversaciones celebradas en Suiza y.que detuvieron por el momento la escalada en la guerra comercial. Esa tregua expira a mediados de agosto.

Al término de la reunión, el secretario estadounidense del Tesoro, Scott Bessent, que había acudido a Suecia junto al Representante del Comercio, Jamieson Greer, dijo que las negociaciones habían sido “constructivas”, pero que la decisión sobre si extender o no la tregua sería de Donald Trump, como todo lo que tiene que ver con la política arancelaria estadounidense, tan caótica como volátil.

Bessent tiene que verse este miércoles con el presidente de Estados Unidos, que para entonces habrá vuelto de Escocia, donde ha pasado unos días en un viaje en el que ha mezclado los asuntos privados (con la apertura de uno de sus campos de golf incluida, en otro flagrante conflicto de interés) y públicos (se ha visto con los líderes británico y escocés, además de con la presidenta del Consejo Europeo, Ursula von der Leyen). Si Trump accede a la tregua que aconseja Bessent, esta será de 90 días de nuevo.

“Acabo de recibir una llamada de Bessent. Tuvieron una reunión muy buena con China y parece que me informarán mañana”, dijo Trump a los reporteros a bordo del Air Force One. “La aprobaremos o no. Pero tienen buenas sensaciones con la reunión, mejores que las de ayer”, añadió.

No sería la primer vez que el presidente de Estados Unidos concede un plazo y luego lo retrasa. Sucedió el pasado 9 de julio, cuando en teoría tenían que entrar en vigor los aranceles que Trump impuso unilateralmente a decenas de países a principios de abril. Cuando se acercó la fecha (y estuvo claro que la Casa Blanca no estaba en condiciones de cumplir su promesa de alcanzar “90 acuerdos en 90 días”), el presidente de Estados Unidos amplió el plazo hasta el 1 de agosto. Se cumple este viernes, día en el que no está aún claro qué va a pasar con las decenas de capitales con las que no se han alcanzado pactos específicos.

Era la tercera ronda de negociaciones entre China y Estados Unidos desde que Trump regresó al poder y declaró la guerra a la globalización económica tal y como se conocía con amenazas de aranceles a decenas de sus socios. Ninguna escalada fue tan grave como aquella en la que se engancharon China y Estados Unidos.

Escalada de aranceles

Tras un toma y daca que duró semanas, Washington elevó hasta el 145% los aranceles contra las importaciones chinas, a lo que Pekín respondió con gravámenes del 125% a los bienes estadounidenses y un veto a las exportaciones de tierras raras, críticas para las industrias militar y tecnológica estadounidenses. El resultado fue un embargo de facto en dos direcciones: esos gravámenes hacían imposible el intercambio entre ambos países y llevó la relación comercial a su punto más crítico en años.

Aquella primera reunión de alto nivel en Suiza rebajó la tensión. Ambos países acordaron una tregua de 90 días. Estados Unidos se comprometió a reducir las restricciones comerciales hasta el 30% (el 10% del arancel universal impuesto por Trump y un 20% adicional por las acusaciones de Washington de que Pekín no está haciendo lo suficiente por detener el tráfico de fentanilo. China, por su parte, impuso una tasa del 10%. El acuerdo también incluyó la reapertura limitada del grifo de las tierras raras y la creación de un canal permanente de diálogo encabezado por Bessent, y el vice primer ministro chino, He Lifeng.

Al mes siguiente, se produjo una esperada llamada telefónica entre Xi y Trump, que se prolongó durante 90 minutos, y en la que los dos mandatarios se emplazaron a calmar las crecientes tensiones en la relación bilateral causadas por las disputas comerciales. Días más tarde, las delegaciones se reunieron en Londres (Reino Unido) donde llegaron a un acuerdo preliminar sobre cómo aplicar el consenso pactado en Ginebra y por los dos líderes.

Y fue en ese marco donde surgió la cita de Estocolmo, impulsada por la necesidad de dotar de acciones concretas a los pactos previos. Fuentes anónimas próximas a la postura de Pekín y citadas por el rotativo hongkonés South China Morning Post aseguraban que, si las dos primeras reuniones estaban centradas en una “desescalada”, en esta, la delegación china presionará al equipo negociador de Trump a reducir los aranceles impuestos con el pretexto del tráfico de fentanilo, un potente opiáceo que ha provocado centenares de miles de muertes por sobredosis en Estados Unidos en los últimos años.

Aunque estas citas están sirviendo para frenar la escalada, no solucionan los problemas de fondo que enfrenta la relación entre las dos mayores economías del mundo. Washington denuncia que Pekín mantiene un modelo orientado a la exportación, con el que inunda los mercados mundiales de productos baratos, mientras que las autoridades comunistas condenan que la Casa Blanca está imponiendo controles a las exportaciones de tecnología con el único objetivo de frenar el desarrollo chino.

El lunes, el diario Financial Times reveló que la Administración Trump ha pausado nuevas licencias de exportación de chips H20 de Nvidia para no entorpecer las conversaciones y allanar el camino hacia una reunión entre Trump y Xi.

Aunque Washington llegó a Estocolmo con el impulso de sus recién estrenados acuerdos arancelarios con la Unión Europea y Japón –que fijan un techo del 15% a buena parte de sus exportaciones–, Pekín conserva una baza igual o más poderosa: su control sobre el 70% de la producción mundial de tierras raras y casi el 90% de los imanes de alto rendimiento.

No solo eso: los datos aduaneros chinos muestran que, en los últimos meses, las importaciones de varios bienes clave procedentes de Estados Unidos (desde energía hasta productos agrícolas) se han desplomado o incluso detenido por completo. Esa suspensión otorga un margen adicional a Pekín en la negociación, ya que puede ofrecer ahora reactivarlas como moneda de cambio, sin comprometer recursos nuevos ni alterar de forma significativa su planificación interna.

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