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Diez años de custodia de los libros personales de Mario Vargas Llosa: la guardiana de la biblioteca del Nobel en Arequipa

Tras la muerte del escritor peruano, se exponen al público más de 11.000 ejemplares con anotaciones, calificaciones y dedicatorias

Seis años después, a Nelly Miranda, de 55 años, se le siguen aguando los ojos cuando recuerda el día en que Mario Vargas Llosa llegó a la Biblioteca Regional de Arequipa. El escritor había decidido donar toda su biblioteca personal a su ciudad natal tras recibir el premio Nobel, pero con la entrega del primer lote llegó también con un encargo concreto: quería que fuese ella quien continuara protegiendo sus libros. Vargas Llosa puso una condición clara: todos los ejemplares que tuviesen anotaciones, subrayados, calificaciones o dedicatorias no podrían mostrarse al público hasta después de su muerte. Así, Nelly Miranda se convirtió en la guardiana, durante la última década, de la colección personal del Nobel peruano, compuesta por más de 22.000 libros.

“Yo no sabía realmente lo que había ahí”, cuenta Miranda, secretaria de profesión, desde el salón principal de la Biblioteca Personal de Mario Vargas Llosa, una casona colonial del siglo XVIII en pleno centro de Arequipa que forma parte de la Biblioteca Regional. “Todo estaba acá, pero estaba cerrado; era un misterio”, añade. Fue entonces cuando el primer director del centro, Mario Rommel Arce Espinoza —quien había viajado a Lima en 2014 para recoger el primer envío de libros—, le indicó que debía abrirlos y separar todos aquellos que tuviesen alguna anotación. Se estimó que eran más de 11.000 ejemplares de este tipo.

Vargas Llosa decidió que estos libros no se hicieran públicos hasta después de su muerte porque en ellos dejó una huella testimonial profunda. Todos están marcados por un sello personal que los identifica como parte de su biblioteca. Algunos fueron empastados en color guinda, con finas rayas doradas. En varios aparecen apuntes y subrayados: unos en negro o azul, otros en rojo. Hay ejemplares intervenidos de principio a fin, con anotaciones en todos los márgenes. En ciertos párrafos, al costado, se lee la palabra “Ojo”; en otros, breves comentarios de análisis.

Hay, además, un detalle aún más revelador: las calificaciones. El escritor peruano solía asignar una nota, del 0 al 20, a algunos de los libros que leía. La cifra aparece al inicio o al final del ejemplar, casi siempre encerrada en un círculo. Ese gesto fue una de las principales razones por las que Vargas Llosa no quería que estos libros se exhibieran en vida. Arce Espinoza recuerda que el propio escritor se lo explicó: “Temía que se tergiversara el sentido de sus apreciaciones como lector”, recuerda.

La Biblioteca Personal de Mario Vargas Llosa es una casona reacondicionada con tres salas llenas de sus libros. Pero es en la principal donde se encuentra el verdadero tesoro de la colección: Cien años de soledad. “Para Mario, de su descuartizado, desmenuzado y desenmascarado hermano, Gabriel”, dice la dedicatoria escrita por García Márquez con una letra pulcra y ordenada que data de 1972. Cuatro años más tarde, Vargas Llosa le propinó un tremendo puñetazo a García Márquez en pleno Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. “Esto, por lo que le hiciste a Patricia [la mujer del Nobel peruano] en Barcelona”, le dijo.

Cien años de soledad tiene anotaciones en cada borde de las páginas y no hay una sola hoja que se haya escapado de los subrayados del peruano. En las últimas dos páginas hay una lista de comentarios y parte del árbol genealógico de los Buendía, escrita a puño y letra por Vargas Llosa. También un 20, la máxima calificación. Este libro está ahora expuesto en mitad de la sala, debajo de una vitrina de vidrio.

Hasta la muerte de Vargas Llosa, en abril de 2025, los libros intervenidos permanecieron bajo llave, resguardados por Nelly Miranda. Tras la salida de Mario Rommel Arce Espinoza de la dirección, en 2018, los nuevos gestores intentaron exponerlos, pero Miranda se opuso. Ante los hostigamientos ―tantos que Miranda pidió un cambio de puesto―, el exdirector y la bibliotecaria se comunicaron con Vargas Llosa. “Llegó así intempestivamente, como cualquiera que llega a su casa a visitar”, recuerda Miranda. “Le dijo al director: yo quiero una simple cosa, que se cuiden mis libros y que ella sea la responsable”, añade. Fue en 2019, la última vez que ella lo vio.

No fue la única ocasión en la que el Nobel acudió a la biblioteca. “Cada vez que llegaba yo veía en sus ojos la emoción. Reconocía todo, sus libros, solo que ahora se habían mudado de hogar”, recuerda Arce Espinoza.

La lucha por protegerlos

Tras el pedido del escritor, los problemas se atenuaron. La biblioteca siguió abierta al público y quien la visitaba podía abrir y leer los libros no anotados. La noticia del fallecimiento del escritor llegó con tristeza y también con un reto: cómo exponer los libros marcados por el escritor sin que se dañen con el tiempo y los visitantes. Miranda explica: “Son libros completamente únicos, nunca vamos a encontrar una copia, por eso somos muy celosos de que no se toquen”. Actualmente, el equipo está esperando un protocolo especial de la Biblioteca Nacional del Perú para mostrar, de manera segura, lo que consideran un patrimonio bibliográfico.

Hasta el momento, no todos los libros han sido revisados, explica Alfredo Herrera, subgerente de cultura del gobierno regional y director de la Biblioteca Regional desde 2023. Por eso muchos conservan secretos, por ejemplo la dedicatoria del escritor Javier Cercas en su libro El impostor: “Para Mario Vargas Llosa, que me pidió que escribiera este libro, ahora es uno de sus personajes…”, dice una parte.

Miranda es más reacia a abrir todos los ejemplares. “Si el doctor Mario no quería que se abrieran, ya para qué”, se cuestiona. Cree que la curiosidad puede jugarles en contra. Herrera, por su parte, tiene más intriga en revisar los ejemplares. Todos, salvo uno. El suyo. Hace muchos años, él ―que también es escritor― le regaló un libro a Vargas Llosa. Tiempo después, ya como director, descubrió por el inventario que ese mismo estaba ahí. Hasta ahora, Herrera no lo ha abierto, prefiere el suspense.

Para Herrera “ha sido un gesto especial que Vargas Llosa donara sus libros a su ciudad natal”, explica desde su oficina, donde tiene decenas de sus libros en idiomas como coreano, japonés, alemán o rumano. Añade que es especial “entender lo que él mismo leyó y ampliar la mirada de uno” revisando sus anotaciones y comentarios. “Uno puede ver que la poesía y la filosofía, por ejemplo, marcaron su época de más joven”, resalta.

Nelly Miranda ya no tiene que proteger la voluntad de Mario Vargas Llosa, pero sí el bienestar de sus libros. Solicita que se digitalicen estos ejemplares, para que el público pueda verlos sin necesidad de tocarlos. El problema es que la inversión en la biblioteca y en cultura, en general, es deficiente, explica. “Ni siquiera tenemos cámaras de seguridad”, dice. Desde la muerte del escritor, ella siente más presión: “Cuando él estaba vivo había protección total. Ahora que ya no está, ¿qué hacemos?”, dice. Entre lágrimas, nuevamente, se emociona al contar que ha tenido mucha suerte de trabajar ahí: “Siempre dicen que tenemos que ser leales y eso es lo bueno de mí”, dice. “Él ha dejado su legado, él ama estos libros y seguirá amándolos hasta la eternidad”.

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Sobre la firma

Francesca Raffo
Es periodista y colaboradora de EL PAÍS desde Lima. Antes escribió en la sección de Sociedad. Trabajó en El Comercio (Lima), donde desarrolló parte de su trabajo en temas sociales, salud y educación. Cursó el máster de periodismo UAM-EL PAÍS.
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