Maniobras orquestales en el apagón
Delegar el conflicto al ámbito técnico es una forma de deslegitimar su dimensión política, como si existiera una manera despolitizada y correcta de responder a una crisis


El 2 de mayo no hubo parada militar en Madrid, pero sí escenificación de trincheras. Ayuso se apropió simbólicamente de la Puerta del Sol, vaciada de ministros, de Ejército y de pasado franquista en un acto institucional tan falto de protocolo como lleno de intenciones. El apagón que dejó sin luz a España fue el telón de fondo de una jornada en la que la presidenta madrileña consolidó su relato de aislamiento voluntario frente a un Gobierno ausente. Lo paradójico es que la misma presidenta que ha construido su liderazgo como desafío al Gobierno central reclamó que el Ejecutivo asumiera el mando único. ¿Fue una apuesta calculada? Quizá. Si la gestión del apagón salía mal, el desgaste para Sánchez podía ser letal. Si salía bien, el coste político de Ayuso era nulo. Pero, ¿realmente era tan alto el riesgo para el Gobierno?
Según nos recordó Esther Paniagua, bastan 48 horas —cuatro comidas sin abastecimiento— para que una sociedad funcional abrace la anarquía, para saltar del etílico paréntesis de las cañas al sol y las loas a nuestro civismo a una lógica de supervivencia pura con implicaciones sociales imprevisibles. Lo inquietante no es solo lo que puede pasar sino la velocidad a la que pasa. No hay espacio para discursos pausados ni matices institucionales. La responsabilidad se concentra y se personaliza. El presidente se convierte en sinécdoque del Estado. Si no hay luz, comida ni orden, la pregunta no es técnica, es política: ¿dónde está el presidente? En situaciones de incertidumbre radical, lo que la ciudadanía necesita no es un manual técnico sino un marco de sentido. Por eso exigir “una explicación técnica en vez de propaganda” es jugar al burócrata en mitad de un incendio. En el fondo, quien pide “la verdad técnica” como si fuera la única posible no reclama más información sino el lugar desde el que desautorizarla. Es una trampa: si el Gobierno no detalla, oculta algo; si lo hace y no convence ― y a algunos nunca les convence—, miente.
Delegar el conflicto al ámbito técnico es una forma de deslegitimar su dimensión política, como si existiera una manera despolitizada y correcta de responder a una crisis. La comunicación no es un decorado: es el campo donde se disputa el sentido. No existen hechos puros que se impongan solos, sin narrativa, sin marco, sin lenguaje. El problema en la gestión de una crisis no es si se ofrecen o no detalles técnicos, sino cómo se comunica políticamente lo que está pasando. Y curiosamente, es ahí donde el Gobierno de Sánchez suele fallar. La información importa, sí, pero solo es eficaz si logra generar confianza y eso no lo hace la precisión técnica sino la autoridad simbólica, la capacidad de un Gobierno para aparecer como punto de referencia. Si esa voz no aparece, o aparece descoordinada, la verdad, por cierta que sea, no circula. En contextos así, comunicar no es solo explicar, es sostener un vínculo. Lo vimos en la pandemia: una comunicación coherente es más decisiva que cualquier detalle científico, más aún cuando se utiliza a la ciencia para blindar decisiones políticas en un mundo que desconfía de la legitimidad de cualquier conocimiento. No es solo lo que se dice, sino cuándo, cómo y desde dónde se dice. Quien reclama tecnicismo como si fuera neutralidad, en realidad busca vaciar el conflicto de su dimensión política. Lo que quiere, tal vez, es que el Gobierno enmudezca y deje el espacio libre para que otros ―estos sí― impongan su lectura política de lo sucedido.
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