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Confinados por el calor: “Nos robaron el verano, quiero que llegue octubre”

El estío, tradicionalmente asociado al ocio y al disfrute en el exterior, es para muchos la estación más difícil debido a las temperaturas extremas. Encerrarse en casa resulta la única alternativa para hacer frente al termómetro

Calor
Sara Castro

Juan Pablo Rumbo vive pegado al ventilador. Tiene 61 años y reside en Badajoz, la ciudad en la que se alcanzó el pasado domingo la temperatura máxima de España con 43,3 grados y donde falleció el lunes un hombre a causa del calor extremo. “Lo llevo mal, salgo muy temprano en bicicleta y antes de las 12.00 ya estoy en casa encerrado hasta el día siguiente”, cuenta. Reconoce estar más susceptible. “Hay días que no me aguanto ni a mí mismo”, comenta. Se entretiene con la lectura y la televisión, aunque le gustaría salir a la calle, pero no lo considera viable ante un termómetro que se dispara. Tiene una terraza exterior en su vivienda, que le encanta, pero no la disfruta: “Es imposible, no hay quien aguante en ella. Nos robaron el verano, quiero que llegue octubre”.

El estío, tradicionalmente asociado al ocio y al disfrute en el exterior, se ha convertido en la estación más difícil para muchos ciudadanos. Quedarse en casa les resulta la única alternativa para sobrevivir. “Lo mejor a la hora de combatir el calor extremo es confinarse en la vivienda si esta tiene unas condiciones óptimas para mantenerse fresco, si no es preferible acudir a otros refugios climáticos como pueden ser los centros comerciales o, incluso, las iglesias”, explica el doctor en física Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III, dependiente del Ministerio de Ciencia, y responsable del estudio a partir del que el Ministerio de Sanidad establece el sistema de alertas por altas temperaturas peligrosas para la salud.

Reconoce que la segunda ola de calor del verano, que se extenderá al menos hasta el jueves, “es muy intensa y persistente”, pero insiste en que la primera es la que tiene siempre mayor incidencia. La gran mayoría de la mortalidad que se atribuye a este fenómeno meteorológico es por el agravamiento de otras patologías. Por lo tanto, la primera ola tiene una población diana más grande y ya se lleva por delante a los más enfermos.

Del 1 de junio al 1 de agosto de 2024 hubo en España 791 muertes a causa de las altas temperaturas. Este año en el mismo periodo se contabilizan 1.472. Las consecuencias no son solo físicas, también anímicas. “Es una sensación de agotamiento constante, ni siquiera se puede dormir con las ventanas abiertas, estoy sometido al aire acondicionado y creo que tampoco es bueno para la salud. De hecho, mi mujer un verano tuvo bronquitis”, refiere Rumbo.

Juan Pablo Rumbo en la cocina de su casa de Badajoz al lado del ventilador, el 5 de agosto.

Las facturas en su casa se disparan estos meses y los costes de estas superan los gastos de suministro de invierno. “No entiendo cómo hay personas que niegan el cambio climático”, lamenta. Cuando era niño jugaba en la calle todo el verano y su familia solo tenía un ventilador pequeño. “Era suficiente, ahora es impensable”, comenta.

Asegura haber pasado más calor en Badajoz que en Egipto, destino al que fue de vacaciones hace unos años. “¿Cómo es posible?”, se pregunta. Su vecina ha decidido cerrar su tienda de golosinas unos días porque no va nadie, aunque ella no puede irse de vacaciones. Las calles se quedan vacías por las tardes y muchos comercios solo abren por la mañana. “Faltan refugios climáticos en la ciudad más grande de Extremadura”, comenta.

El doctor en física insiste en que es importante agregar menos CO2 a la atmósfera para evitar que se caliente la superficie terrestre y adaptar las urbes a las altas temperaturas con mejoras socioeconómicas y sanitarias. “El calor se ceba con los barrios pobres, no es lo mismo 37 grados en una casa con piscina que en un piso sin ventanas”, aclara.

Rosaura Milena Sierra le da la razón. Tiene 20 años y vive en una habitación interior de un piso compartido con su pareja y su hijo de cinco meses en Fuenlabrada (Madrid). Son colombianos, llegaron a Madrid en busca de un futuro mejor. “No tenemos aire acondicionado, no nos lo podemos permitir de momento. Acabamos de conseguir un ventilador”, comenta. Asegura que el bebé está más irritable porque pasa muchas horas en casa, pero no considera viable salir a dar un paseo hasta última hora de la tarde, cuando bajan las temperaturas.

Aun así, muchas veces están solos en la calle, lo que dificulta la integración en un país al que han llegado hace poco tiempo, a su juicio. “Al niño lo meto mucho en la bañera para que se refresque. Hace dos meses pesaba 9 kilos y ahora pesa 7, estoy segura de que este tiempo le afecta”, señala. Por la noche se despierta bastante por culpa del calor y Sierra y su pareja hacen turnos para abanicarlo. “Dormimos poco”, confiesa.

Rosaura Milena Sierra con su bebé el 5 de agosto en Madrid.

El pediatra ambiental en el Hospital d’Olot i Comarcal de la Garrotxa (Girona), Ferran Campillo, explica que los niños son más vulnerables en verano porque su sistema termorregulador es inmaduro y su tasa de sudoración es baja. “Acumulan calor más rápido y aumenta el riesgo de deshidratación”, advierte. La exposición en exceso a las altas temperaturas se relaciona con alteraciones del sueño, irritabilidad y una pérdida del rendimiento cognitivo.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, los niños menores de 5 años soportarán el 88% de la carga de enfermedades relacionadas con el cambio climático, “un impacto totalmente desproporcionado si se tiene en cuenta que a nivel global solo suponen alrededor del 8% de la población”, expresa el pediatra antes de recordar que los días de altas temperaturas se han multiplicado por tres durante el último siglo.

En la actualidad, los españoles se enfrentan ya anualmente a 22 de estos días de calor extremo. En un escenario optimista, los que vivan a final de siglo tendrán que vérselas con 47, más del doble, pero si las cosas van peor, esta cifra puede subir a 60 o 77. “Se esperan olas de calor más frecuentes e intensas, algunas durante el curso escolar, con nuestros niños todavía en las aulas”, lamenta el pediatra.

La ONG Fundación Madrina, volcada en la maternidad y la infancia, ya ha repartido este año 900 ventiladores a familias madrileñas y valencianas. “Pretendemos llevar vida y alivio a los hogares más castigados”, resume Conrado Giménez, su presidente. También les dan botellas de agua, además de ropa infantil y femenina ligera para afrontar los meses de julio y agosto. “El equipo médico de la entidad ha documentado en las últimas semanas una realidad que duele: 600 niños y madres gestantes sufren un riesgo vital por deshidratación y golpes de calor”, cuenta.

Díaz explica que también es importante poner estos días atención a las personas que trabajan expuestas al sol y a los ciudadanos dependientes o mayores de 65 años con una patología diagnosticada. Entrañan un alto riesgo. María Ángeles Sandoval supera esta edad. Tiene 75, vive en Pineda del Mar (Barcelona), en plena costa del Maresme, y asegura pasarlo mal. “La humedad es muy elevada, estoy todo el día sudando. Las noches son tropicales, me sofoco mucho”, cuenta.

Recuerda haber estado muchos días enteros de verano en la playa con sus nietas, ahora veinteañeras, pero comenta que ya no es viable. “Mi marido y yo salimos a caminar a las 9.00 y después nos metemos en casa hasta las 19.00, sino nos freímos”, apunta. Se entretiene con la televisión, la costura y la cocina. “Así voy pasando las horas”, expresa.

Lamenta que cada vez el agua del mar esté más caliente y el índice de radioactividad más alto, algo que le da miedo. “Tengo muchas vecinas que han sufrido cáncer de piel”, cuenta. Esta situación la invita a quedarse en casa, pero también la desgana que siente por culpa de las altas temperaturas. “Hay días que no me apetece ni vestirme”, reconoce.

María Ángeles Sandoval, de 75 años, en el centro comercial Westfield La Maquinista de Barcelona, el 5 de julio.

Duerme pegada al ventilador, prescinde del aire acondicionado en la habitación porque le causa ronquera. “Los veranos desde hace seis años son muchísimo peores que cuando yo era joven, y encima duran hasta noviembre. Quien niega el cambio climático no debe haber vivido en Cataluña”, insiste. La mayoría de sus amigas que veranean en pueblos sin playa ya han vuelto a Pineda del Mar antes de lo que tenían previsto. “No pueden estar allí, se achicharran”, expresa. Ella ha optado por organizar sus vacaciones a partir del 20 de septiembre: “No quiero pelearme por una sombra. Estoy contando los días que me quedan para irme”.

La suegra de Carolina Fernández tampoco lleva bien el calor de estos días. La mujer vive con su nuera, su hijo y sus dos nietas, de 2 y 5 años, en el barrio madrileño de Aluche. “Este año no podemos irnos de vacaciones y no tenemos pueblo. Intentamos ir a la piscina pública, pero es muy complicado acceder durante las olas de calor, sobre todo los fines de semana. Algún día nos hemos tenido que dar media vuelta sin podernos bañar”, relata Fernández, de 31 años.

La solución es quedarse en casa con las persianas bajadas y las ventanas cerradas o ir al centro comercial. “Es donde más fresquito se está, aunque nos vemos incitados a consumir”, dice la mujer. Van al parque con las niñas a partir de las 20.00, antes no hay nadie. “Hasta entonces, las entretenemos como podemos”, reconoce. La pequeña duerme la siesta, por la noche tiene dificultades para conciliar el sueño y se despierta varias veces con la necesidad de beber agua, algo que no hace el resto del año.

Fernández siente que viven aislados: “Antes en verano nos bajábamos a las puertas de las casas para hablar con los vecinos en la calle, ahora eso no existe”. Reconoce que su hija mayor quiere que llegue septiembre. “Está deseando volver al colegio para jugar con sus amigos”.

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Sobre la firma

Sara Castro
Escribe en la sección de Sociedad tras pasar por la redacción de elDiario.es y la web de Informativos Telecinco. Cursó el máster de Periodismo UAM – EL PAÍS.
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